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Para muchos, el teléfono se volvió una herramienta fundamental, al punto de que su ausencia puede provocar angustia, inseguridad, incertidumbre e irritabilidad, aseguran
A veces ni en la playa se puede dejar el celular / Tibor Janosi Mozes-Pixabay
El celular, definen, se volvió un elemento fundamental del día a día debido a la capacidad de poder condensar casi en su totalidad cada aspecto de la vida, desde lo laboral, hasta la esfera social y las actividades recreativas. Pero ¿qué sucede cuando esta facilidad de tenerlo todo al alcance de la mano pasa a ser una necesidad absoluta, en la que estar desconectados se vuelve una pesadilla?.
En el último tiempo los especialistas comenzaron a estudiar las consecuencias que trae esta hiperconectividad, en la que dejar de lados los dispositivos provoca un “sentido de vacío” que puede llegar a generar angustia, inseguridad, incertidumbre e irritabilidad.
Este contexto de alta conectividad potenció las adicciones preexistentes y maceró el caldo de cultivo necesario para la aparición de otras propias de la era digital, explicó Alberto Trimboli, psicólogo y ex presidente de la Asociación Argentina de Salud Mental (AASM) y argumentó que “una persona adicta a las compras puede entrar las 24 horas a una aplicación y comprar usando una tarjeta. Lo mismo sucede con el sexo y el juego”.
El verdadero problema queda en evidencia en los momentos en los que el sujeto se ve obligado a desconectarse por circunstancias que le son ajenas como puede ser la falta de acceso a internet. Es allí cuando puede experimentar la “sensación de vacío” a la que hay que prestarle una particular atención porque es el primer “síntoma de que uno está teniendo un problema con el uso de los aparatos” y se experimenta una especie de “síndrome de abstinencia por la falta de uso del dispositivo”.
¿Pero cómo saber cuando la necesidad de estar conectados se vuelve un verdadero problema? ¿Cuál es el límite que separa su correcta utilización de un uso abusivo? Para Trimboli la cantidad de horas expuestos a la pantalla no es el factor determinante para definir que se trata de un uso peligroso, sino el tipo de relación que se establece con el dispositivo.
“El problema existe cuando uno no puede parar cuando tiene que parar. Hay que estar atento y detectar cuando el uso del dispositivo se está volviendo el centro de la vida que lo hace ir dejando de lado los aspectos importantes de la vida, como el trabajo, el estudio, la familia y la vida social”, indicó.
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Los usuarios experimentan un “síndrome de abstinencia” por la falta de conexión
La principal herramienta para evitarlo es la prevención, es por eso que ante esta situación aconsejó que resulta importante observar la presencia de ciertos signos como la necesidad continua de uso de dispositivos, paulatinos cambios de costumbres, trastornos del sueño, abandono de actividades que antes daban placer y de la vida social, como el deterioro en las relaciones familiares, vida laboral o escolar, irritabilidad y angustia ante la falta de conexión.
Más allá de la dependencia, otro de los puntos claves es entender la situación particular de cada individuo ya que tal como apuntó el licenciado en educación e investigador del Conicet, Santiago Resett, “muchas veces hay sujetos que por sus características de personalidad psicosocial y cognitiva se vuelven más dependientes y adictos a las tecnologías. Hay sujetos que son más vulnerables a esta adicción”.
A su entender si bien la masificación de la tecnología trajo aparejado ciertos riesgos no son malos en su totalidad, sino que también tienen aspectos positivos, “nunca hemos estado tan conectados”.
Como todo fenómeno social son múltiples las aristas de abordaje para su estudio, por lo que junto a la dependencia y el tiempo que se le dedica está la pregunta del para qué se usa. Aquí ingresa el factor de la utilidad, muchos usuarios “no lo usan para actividades constructivas, sobre todo los más jóvenes”, manifestó el investigador.
“Estoy aburrido entonces entro a las redes sociales y empiezo a ver publicaciones y gasto el tiempo en nada constructivo. Las redes sociales muchas veces afectan a nivel psicológico porque estás pendiente todo el tiempo de lo que suben los demás” explicó y volvió a enfocarse en la particularidad de cada sujeto ya que “no impactan de un mismo modo, depende de la personalidad, tu competencia cognitiva, si las usas para trabajar, y la edad. Este último es un factor importante”.
Ya hay toda una generación de adolescentes y jóvenes que nacieron en un mundo hiperconectado y que no conocen la vida sin teléfonos ni redes sociales. De pequeños fueron expuestos a pantallas, crecieron junto a ellas y por lo tanto “nunca supieron lo que era vivir sin ellas”, la diferencia con quienes conocieron los celulares ya de adultos es que los “empezaron a usar a una edad más vulnerable psicológica, cognitiva y socialmente”. “En investigaciones vemos que el 80% o 90% de los adolescentes y universitarios te dicen que lo primero que hacen cuando se levantan es agarrar el celular” ratificó Resett,
“Andá a cualquier restaurante, a la sala de un consultorio médico o en el transporte, la mayoría de las personas está con el celular, casi no hablan o interactúan. Estamos perdiendo interacciones con las demás personas”, explicó el investigador del Conicet. Tal es la preocupación ante esta nueva adicción que se animó a calificarla como una “pandemia silenciosa” ya que los costos no se observan de manera inmediata.
A pesar de los rasgos negativos que presenta el uso excesivo del celular, el especialista planteo la existencia de una dicotomía ya que la irrupción de las nuevas tecnologías no significaron algo malo en si mismo.
Esto “es algo contradictorio. Por un lado son muy positivas y, por el otro, hacemos un mal uso y no tomamos dimensión de eso”.
La adicción al teléfono celular viene acompañada de una nueva fobia con la que se encontraron los investigadores, a la que bautizaron como nomofobia.
Este término es utilizado para describir la sensación de miedo a no contar con conexión a internet que experimentan los usuarios sin importar el contexto en el que se encuentren, sea el trabajo, vacaciones, o en algún espacio recreativo.
Las redes sociales incentivaron un temor constante a “perderme algo”
La principal consecuencia es vivenciar experiencias vacías ya que los sujetos no se pueden relajar ni disfrutar de las experiencias sin estar pendientes de lo que ocurre en su celular.
Este miedo que en primera instancia puede parecer inofensivo fue intensificado por las redes sociales que incentivaron un temor constante a “perderme algo” que a la vez fue potenciado y amplificado por la interacción con los demás.
“No podés dejar el celular no solo por esta cuestión irracional a perder algo, sino que ya es parte del comportamiento compulsivo de hacer algo todo el tiempo”, señaló.
A pesar de este panorama oscuro que plantearon ambos especialistas, no todo está perdido y aún hay maneras de dar vuelta la situación.
Así como hay personas que no pueden desconectarse hay otras más organizadas que saben hacer un uso correcto. Pero como todo es cuestión de costumbres por lo que propusieron que “hay que sumar un nuevo aprendizaje sobre cómo manejar los dispositivos tan compulsivamente. Es una cuestión conductual”.
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