La necesidad de un freno en la Región al crecimiento de casos de violencia callejera

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Opinión Editorial

Un informe publicado ayer en la sección Policiales de este diario dejó a la vista la violencia física y moral reflejadas en agresiones entre personas, que caracterizó a muchos episodios registrados en las últimas horas en nuestra zona. Muchos de ellos originados en cuestiones de menor cuantía, no sólo demostraron la existencia de un verdadero auge de estos conflictos urbanos, sino que sus consecuencias pudieron resultar extremadamente graves.

Lo cierto es que desde hace ya demasiado tiempo se asiste a una exacerbación de la violencia callejera, en un contexto de incidentes menores frente a los cuales el Estado no parece encontrar fórmulas apropiadas para ponerle un freno.

Se aludió así a un conflicto ocasional entre internos de una granja de rehabilitación, que derivó en el apuñalamiento de un coordinador. Herida en un riñón, la víctima debió ser hospitalizada de urgencia en un centro médico. En esas mismas horas, en pleno centro, un joven de 29 años de edad que se encontraba aparentemente en estado de ebriedad quiso agredir al personal policial cuando intentaban identificarlo.

En la misma jornada las noticias reflejaron hechos demostrativos de violencia entre parejas y de posturas exaltadas por parte de las personas denunciadas, cuando llegó la policía para intentar serenarlas. A su vez, dos personas que se tomaron a golpes de puño en medio de una calle, en la periferia platense, terminaron con lesiones en el rostro y fueron aprehendidas.

A pocas cuadras de allí y a esas mismas horas se dio aviso de la presencia de un joven con intenciones de quitarse la vida. Poco después pudo conocerse que había amenazado y herido a su pareja con un vidrio. Al ser detenido, reconoció que había causado daños en la vivienda de la mujer, entre otros lugares en una puerta, mobiliario y un televisor. El agresor contaba con una prohibición de acercamiento vigente.

En la zona subrural platense, un automovilista con presuntos signos de embriaguez, que fue detenido en un control policial, se negó a colaborar con el procedimiento y se puso violento con los efectivos, que terminaron demorándolo. Las crónicas cotidianas dejan testimonio de que cualquier incidente vial, por menor que resulte, puede desembocar en consecuencias muy graves.

Lo primero que señalan los especialistas es la injustificable ausencia del Estado frente a esta escalada de violencia difusa, a la que se ha permitido instalar sin inculcar en la sociedad no sólo principios educativos capaces de pacificar las conductas, sino, también, la certeza de que el poder público actuará para sancionar con rigor a los violentos.

Sin prevenciones ni sanciones a la vista, se vuelve ilusorio suponer que puede existir orden en la sociedad.

Existen, por cierto, múltiples estímulos para explicar la existencia de tendencias agresivas. En el caso de los más jóvenes, la injustificable facilidad con que cuentan para acceder a la droga, de virtual venta libre en cercanías de escuelas y en muchos boliches.

Se trata, por cierto, de un problema complejo. Pero está claro que la mayor violencia en la sociedad reclama que se desplieguen, desde el Estado y con la participación activa de muchos sectores privados, acciones destinadas a enfrentar la expansión de una verdadera cultura de la violencia. Donde no se fijan límites, reina el descontrol.

 

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