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Ocurrencias: otra muerte olvidada

Ocurrencias: otra muerte olvidada

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Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda

6 de Marzo de 2022 | 02:26
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La historia se repite: encontraron el cadáver de una mujer de 90 años que había muerto un año atrás en una vivienda de 61 entre 5 y 6. Otro macabro hallazgo en una ciudad que vuelta a vuelta se le extravía algún fallecido. Hace un par de domingos, en 10 entre 44 y 45, se halló una mujer de 83 años que convivió, sin saberlo, por algunas jornadas con el cuerpo de su marido en un avanzado estado de descomposición. Ahora, este nuevo hallazgo causó conmoción y espanto en el barrio. Estuvo muerta un año sin que nadie se enterara.

Ante estos hechos, la pregunta siempre es la misma: no había nadie que notara su ausencia, que preguntara sobre su existencia, que advirtiera su falta. Su aparición se debe a la denuncia de “una vecina que hace mucho no la veía por aquí”.

Los sociólogos aconsejan ocuparse más del prójimo. Creen que la curiosidad bien entendida es un remedio. Consideran que el chisme y el intercambio de comentarios pueden recuperar la vida en las veredas y alterar sanamente el ecosistema del barrio.

Hasta el Papa francisco lo ha validado. Aquel barrido mañanero de antaño ayudaba, entretenía y cuidaba. Todos sabíamos de todos y las señoras con sus escobas alertas eran parte de unas aceras que bien tempranito, a la hora del canillita y el baldeo, largaba delantales y noticias a la calle.

La del cadáver de la calle 61 fue sin duda una despedida perfecta: en vida no era visitada por nadie; y muerta alcanzó el anonimato supremo de no ser llorada, un adiós absoluto que no dejó nada atrás, el final ignorado de una señora olvidada a quien solo la fugaz mirada de sus vecinas le renovaba cada tanto la prueba de supervivencia.

Ella estaba tan sola que ni siquiera la muerte cuando asomó le pudo conseguir una compañía

El chisme puede recuperar la vida en las veredas y alterar sanamente el ecosistema del barrio

Sorprenden y conmueven estos hallazgos que dejan ver tanto desamparo. El caso más terrible y recordado fue el que tuvo por escenario, seis años atrás, una casa de la calle 33 entre 8 y 9, donde aparecieron muertos una madre y su hijo. La autopsia informó que estaban allí desde hace cuatro años. El caso estremeció. Ni vecinos ni parientes ni amigos advirtieron sus ausencias. Nadie se dio cuenta que ya no estaban más. Y nadie los reclamaba. La demora policial en poder dar al fin con familiares, acabó redondeando un escenario de desolación, desapego y orfandad.

Las relaciones humanas están cargadas de misterios y secretos y no se puede intentar desde lejos hablar de responsabilidades y razones. Lo cierto es que el telón final de esta pobre mujer a la que encontraron muerta un año después en su departamento de calle 61, nos habla de una vida vacía. Nadie tocaba el timbre de su departamento. ¿Cuándo habrá sido que alguien dijo su nombre por última vez? ¿Dónde habrán quedado las últimas huellas de un transcurrir tan largo, céntrico y abandonado? Se apagó en silencio una existencia hecha de semanas vacías y noches llenas de recuerdos, un deambular atado a un insomnio interminable que se la pasó deseando la oportunidad de algún regreso.

Los barrios deberían hacer cada tanto un inventario. Registrar los faltantes. La vecindad se ha ido quedando sin referencias próximas. Y la indiferencia y la desconfianza nos terminaron haciendo cada vez más opacos y desentendidos. Nadie pasa lista a lo que se va quedando en el camino. Al final, como estas muertes tan discretas redondean un cierre silencioso y oscuro, el olvido entonces aprovecha de estas distracciones para seguir borrando cosas.

La soledad tiene infinitos matices. Y el ser humano a veces encuentra en ella no sólo un refugio, sino también un destino hecho a la medida de una vida triste y callada. Se supo poco de quién era esta mujer y mucho menos de su vida. Los vecinos la veían la saludaban y ahí terminaba todo. Su adiós fue cruel: estaba tan sola que ni siquiera la muerte cuando asomó le pudo conseguir una compañía.

Se ha prolongado mucho la vida gracias a la ciencia, y eso es bueno en principio, pero es un logro que nos permite asomarnos sin quererlo a los trasfondos de estas vidas que van tomando nota de que los recuerdos se desgastan, que los parientes no tienen tiempo y que las visitas nunca llegan. La señora de la calle 61 se quedó sin afectos ni cercanías. Sólo la muerte le tocó el timbre.

 

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