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Franz Rogowski: “Soy un gran amante del silencio en el cine”

El actor encarna en “Great Freedom” a Hans, un hombre que entra y sale de prisión por ser gay en la vieja Alemania

Franz Rogowski: “Soy un gran amante del silencio en el cine”

Franz Rogowski, protagonista de “Great Freedom”

Pedro Garay

Pedro Garay
pgaray@eldia.com

5 de Mayo de 2022 | 04:33
Edición impresa

Desde 1871 hasta 1994, en Alemania, el Párrafo 175, una legislación que atravesó todo tipo de coyunturas, encarcelaba a las personas por cómo amaban: eso significó para Hans, protagonista de “Great Freedom”, que llega a Mubi mañana, que instantes después de ser liberado de un campo de concentración nazi por los aliados, es enviado a una cárcel estatal por ser homosexual.

Es apenas el inicio del viaje que el cineasta Sebastian Meise planificó para Hans en base a una historia real: la película ganadora de Un Certain Regard en Cannes el año pasado se mueve entre tres décadas, retratando en los 40 a “un hombre roto, un cuerpo débil, sin esperanza, casi un mueble”, que en los 50 se convierte “en alguien con esperanza y rebelde, que quiere sobreponerse al presente, que vive en sueños de cómo las cosas deberían ser”. Para los 60, “Hans ya es más grande, ha aceptado la violencia estructural que el sistema ha creado alrededor de él”, según explica Franz Rogowski, el actor que lo encarna, en diálogo con EL DIA.

Un viaje que, como en la obra maestra de Manuel Puig, “El beso de la mujer araña”, es inverso al de Viktor, su compañero de celda, que pasa de la repulsión a la ternura: más que una película sobre la homosexualidad, dice Rogowski, “es una película de amor”.

El viaje tuvo que ser rodado en reversa, revela el actor de “Transit” y “Undine”, que ha trabajado con Michael Haneke, Christian Petzold y Terrence Malick, porque implicaba una fuerte transformación física: Rogowski debió bajar más de 10 kilos para encarnar a ese Hans roto de los 40, así que el rodaje comenzó con las escenas de los años 60, y Rogowski fue perdiendo peso en el camino. Y tuvo que hacerlo dos veces: “Cuando perdí suficiente peso para las escenas de los 40, llegó la pandemia”, recuerda. “Recuperé todo el peso, y 5 libras más, así que tuve que perder todo el peso de nuevo, cinco meses más tarde…”

Pero Rogowski, uno de los actores más interesantes de la escena europea en este momento, no quiere enfatizar esa transformación. Simplemente, cuenta, pensó que no podía contar “el trauma de Franz por haber sido liberado del campo de concentración por los aliados, pero inmediatamente ser enviado a la cárcel por ser homosexual” sin actuarlo, sin falsificarlo.

“No quería pretender saber cómo se sentía eso, y no quería usar mi carita de deprimido para mostrar tal dolor… Así que sentí apropiado hacer esa dieta extrema, como una forma de crear una debilidad física real, no sólo una interpretación personal del dolor”, explica.

De hecho, insiste, ni él ni el director querían “crear un cuerpo extremadamente enfermo. En las producciones de Hollywood uno ve cambios físicos impresionantes, pero no queríamos eso, porque eso muestra un actor haciendo un gran trabajo, un actor siendo un producto perfecto en el mercado. Es increíble, impresionante, pero no queríamos hacer algo impresionante: no queríamos romper ningún record, queríamos dar al personaje un color subconsciente, algo que sentís, a lo que reaccionás emocionalmente, pero que no podés etiquetar inmediatamente, tipo ‘dieta de Hollywood’”.

Filmar en una cárcel real, cuenta Rogowski, también sirvió para empapar de pasmo a su personaje. “La cárcel es un espacio de pesada atmósfera para un equipo de cineastas, es un espacio condensado, muy definido. Y repetitivo. Filmábamos en una celda, y la de al lado era exactamente igual, pero estaba vacía: íbamos a esa celda vacía, nos sentábamos en las camas y fumábamos un cigarrillo, o tomábamos un poco de té en la siguiente… así que vivíamos constantemente en la misma celda, nuestra vida estaba definida por esa celda. Se sumaba al proceso creativo estar tan limitados en el espacio, tener que crear esas pequeñas coreografías de miradas, silencios, oraciones, contacto, siempre dentro del mismo espacio rectangular”.

EL AMOR

También Hans se adapta al encierro de alguna forma: cuando llegan los 60, tras dos década de sufrimiento, llega la aceptación radical. “Está dispuesto a pagar el precio, a ir a la cárcel regularmente, por ser la persona que es, por amar como ama, por vivir las relaciones que quiere vivir”, cuenta Rogowski. Esa es la libertad, ambigua, amarga, que propone el título. “De una forma extraña, Hans se convierte en parte del sistema”, pero a la vez, transforma a su contraparte, Viktor.

“El amor tiene ese poder de transformar, de ser revolucionario”, dice al respecto el actor. “A menudo establecemos una conexión muy cercana entre el amor y la sexualidad… y yo no haría eso, necesariamente. al menos para mi, el amor es algo enorme, puro, no es egoísta. La energía sexual difiere para mi del concepto del amor. El amor es un poder muy complejo que tenemos, y quienes no tienen amor, creo que necesitan ayuda de los que saben qué es el amor”.

Rogowski relata que fue testigo de actos de homofobia de chico en su Friburgo de Brisgovia natal, que “no era un ambiente muy inclusivo”. Nacido en 1986, la homosexualidad era ilegal todavía en su infancia. “La gente se veía a sí misma como abierta, educada, muchos estudiaban, se volvían doctores, intelectuales de izquierda… Pero al final del día, había mucha tozudez a la apertura, la homosexualidad era ilegal, y temerle a los hombres gay no era solo debido a la falta de educación, era también una realidad, era problemático asociarse a ellos”, dice Rogowski.

Hoy “ya no hay forma de frenar la rueda”, afirma esperanzado, aunque lanza que “hay otros problemas que afrontar, si uno viaja a zonas más rurales, la gente se sigue comportando como antes”.

Y “hablando de cine”, acota, “creo que es importante entender que el cine que amamos y del que conversamos solo lo compartimos con una burbuja muy pequeña, una elite de amantes del cine que entienden el código con el que hablamos. Si queremos educar a los no educados, creo que tenemos que salir de nuestra burbuja, de nuestra zona de confort: nosotros, los dos, entendemos la situación de la misma manera, y nos gusta la película, pero quienes quizás se beneficiarían de la película, en el sentido de que les hiciera pensar sobre algo que nunca habían pensado, ellos nunca van a ir a ver esta película”.

“Así que está en nosotros empezar a mezclarnos con personas de otros trasfondos, ahora que el mundo quiere separar más y más. Estamos todos en el mismo barco: al separarnos de otros para crear nuestra propia identidad, algo que es entendible, porque tememos perder nuestra identidad, intensificamos el problema. Al soltar nuestra identidad e incluir a otros, enfrentar lo que tememos, podemos abrir un diálogo que sirva para sobreponerse a esos puntos de vista extremistas”, analiza.

SILENCIO Y DANZA

El Párrafo 175 siguió vigente, de hecho, mucho después del nazismo, después incluso de la unificación de las Alemanias, y, recuerda Rogowski, nada se enseñaba de la legislación en las escuelas. Así, personas como Hans fueron obligadas a amar en ese contexto hostil, y ser perseguidas por hacerlo. Obligadas a amar en silencio, algo que “Great Freedom” en el silencio con que su protagonista se mueve, cuidadoso, la mirada atenta tanto al gesto mínimo de cariño oculto en ese clima opresivo, como al gesto de peligro inminente.

Un trabajo sumamente físico, pero Rogowski, bailarín de formación, sabe de contar historias con el cuerpo. “A menudo siento que no me ha ayudado, porque las expectativas son tan altas que todos piensan que debo hacer cosas increíbles con el cuerpo…”, bromea.

“El cine que amamos lo compartimos con una burbuja muy pequeña, una elite de amantes del cine”

 

Pero aclara, rápido, que su trasfondo “ayuda, obviamente. La pequeña danza que todos practicamos cada día, moviéndonos a través de la vida, es un vocabulario con el que trabajo cada vez que creo un personaje: los pequeños movimientos dicen tanto de un personaje, y dan lugar al resto de los matices, de las capas, en el cine, mientras que las palabras tienen una tendencia a volverse dueñas de los momentos, se adueñan del sentido, del sonido, dan sentido a lo que de otra forma sería un momento vacío, un momento de incertidumbre. Las palabras, creo, ocupan mucho espacio”.

“Además, al narrar, hay una tendencia de usar a los personajes para explicar de dónde son, cuál es su propósito, cómo es el sistema en el que viven… Y creo que no se necesitan tantas explicaciones, soy un gran amante del silencio en el cine”, opina.

 

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