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Raúl Gerardo Correbo: la vida, los recuerdos y la pasión de un dirigente

Fue presidente de Estudiantes y miembro de una decena de entidades de la Ciudad, con una vocación comunitaria que llevó adelante como herencia familiar forjada en “su” Etcheverry, y guarda un rico anecdotario de la mano de figuras como Carlos Bilardo, Alejandro Sabella y otras personalidades del mundo del fútbol

Raúl Gerardo Correbo: la vida, los recuerdos y la pasión de un dirigente

Raúl Correbo, en su casa, junto a preciados recuerdos. Recibió a el dia y charló de muchos temas / G. Calvelo

Ricardo Castellani

Ricardo Castellani
rcastellani@eldia.com

24 de Julio de 2022 | 04:41
Edición impresa

La calle 52, desde 229 a 235, en los pagos del poblado de Ángel Etcheverry, se llama Gerardo Correbo. Y la Escuela Nº 3, ubicada en la misma calle 52 pero en la esquina de 208, se llama Hilaria Onzari de Correbo. También, a pocas cuadras de allí, en el club Etcheverry, el apellido Correbo volverá a leerse una y otra vez. Todo Etcheverry pareciera ligado a ese apellido que, con los años, atravesaría los límites de las vías del tren para ser conocido en toda la Ciudad. Por papá Gerardo, el de la calle principal del pueblo, pero todavía más por su hijo Raúl, quien no sólo fue presidente de ese club Etcheverry, sino también del club Juventud y de Estudiantes de La Plata, e integrante de numerosas entidades de bien público, como la Federación de Entidades Culturales y Deportivas de La Plata, el Rotary Club, el Club Brandsen, la Fundación Florencio Pérez, la Fundación Estadio Ciudad de La Plata, el Colegio de Escribanos o el Movimiento La Plata de Pie, entre otras, y Ciudadano Ilustre de La Plata, además. Porque la vocación de servicio de los Correbo viene de lejos, y en Raúl Gerardo se instaló desde siempre.

“Con Bilardo arreglamos de palabra y nunca nos pidió un peso más”

 

“La vocación me viene de papá, en realidad de toda la familia. Él era muy amigo de José María Prado, un gran dirigente que dio nuestra ciudad, y con el que también tuve el honor de trabajar, como cuando luchamos con “La Plata de Pie” para lograr cosas para la Ciudad y despertar a los platenses. Y algunas cosas se consiguieron, queríamos impulsar la terminación del Teatro Argentino, la Autopista, el Estadio Único… recuerdo que el 4 de noviembre de 1990 juntamos a 15 mil personas en Plaza Moreno con esa movida. Pero hoy es como que ya no hay dirigentes, no hay tiempo, no hay vocación. Qué sé yo, antes había elecciones en un club de barrio y como poco se presentaban dos listas… Yo digo que ser dirigente es convocar a voluntades coincidentes por encima de las diferencias; si estamos de acuerdo en algo, ¿por qué no nos juntamos y lo hacemos?”.

Alejandro Sabella, Luis Ferella, Raúl Correbo y Nelson Oltolina

LOS TIEMPOS DE ETCHEVERRY

“Sí, Etcheverry es mi hogar, mi infancia -recuerda hoy Raúl a sus 83 años- la calle es por mi papá, que tenía la vocación del dirigente comunitario y en el pueblo hacía de todo, y la escuela por mi abuela, que era maestra particular de casi todo el pueblo en esa casa y terminó por donar el terreno para la escuela. Pero también mi mamá estaba en las comisiones femeninas del club, donde organizaban unos bailes multitudinarios. Recuerdo uno de cuando yo era chico, venía a cantar Alberto Castillo, y para entrar había cuadras y cuadras de cola. Mamá con otras mujeres le sacaban lustre al piso con cera, plantaban unos trapos de punta a punta del salón que no sé como hacían y lo dejaban brillando. Etcheverry era mi mundo, era sentarnos en las vías y si el día estaba claro, ver la punta de la Catedral de La Plata. O la Feria de Hacienda, cuando a los 13 años con otros chicos llevábamos las vacas y los terneros de los corrales a la venta, y como paga nos daban tres tortas negras a cada uno. Es gracioso, porque yo pensaba que se llamaban así porque nos las daba el Negro Aranda, que era el bufetero de la Feria, y recién mucho después supe que en el centro de La Plata a esas facturas también se las llamaba así”.

Al escribano Raúl Gerardo Correbo, quien nació el 25 de abril de 1939 en La Plata, se le iluminan los ojos cuando recuerda aquellos tiempos de Etcheverry.

Correbo, al micrófono, junto a los ex presidentes Cicchetti y Alegre

“Era un pueblo de campo, ganadero, por donde pasaba el Ferrocarril Provincial que iba de Meridiano V° a Mirapampa, en el límite con Olmos. La casa materna estaba en 152 y 234 y la paterna en 208 y la vía. Nosotros vivíamos más para el lado de Tolosa, en 35 entre 1 y 115, pero yo disfrutaba como loco cuando íbamos a Etcheverry, a sentarnos a mirar los camioneros cuando estacionaban los transportes de hacienda de varios cuerpos con una habilidad asombrosa para que no se quebraran las vacas al bajar. Mirábamos eso como hoy los chicos miran una carrera de Fórmula 1, para nosotros era una fiesta”.

Aquella familia estaba constituida por Gerardo Correbo, empleado civil de la Escuela Naval que luego fuera militarizado como suboficial mayor - “lo habían hecho con todo el personal y a papá mucho no le gustaba, porque los llamaban ‘Flor de Ceibo’, y se tuvo que jubilar con el uniforme” - y por Idolina Burgos, ama de casa, de quienes nacerían Raúl Gerardo y su hermana Graziela Sara, quien le daría a Raúl sus dos únicos sobrinos y ahijados, Diego César y Javier Raúl Orengo, actualmente también escribanos.

Carlos Bilardo y Raúl Correbo, sonrientes y al teléfono

LA UNIVERSIDAD, EL BRISTOL, EL BÁSQUET Y EL FÚTBOL

Los Correbo vivían entonces en 35 y 115, y Raúl ya había empezado el primero inferior en la Escuela Tomás Espora de 1 y 38, pero papá Gerardo decidió cambiarlo a la 79 de Tolosa, de 115 bis entre 530 y 531, para que diera un examen y salteara un año, el del primero superior, y seguir directamente en segundo.

“Eran esas cosas de la época - evoca Raúl- como si fuera tan importante ganar un año. Pero lo cierto es que me hicieron dar el examen y pasé a segundo, salteando el primero superior, y allí hice también tercero y cuarto, aunque para 5° y 6° volví a la Tomás Espora”.

Después serían los tiempos del secundario en el Colegio Comercial de 46 entre 2 y 3, de donde egresaría como Perito Mercantil, hasta llegar a la Universidad, donde la vocación inicial de ser abogado se trastocaría por la de escribano, carrera que terminaría en cinco años y de la que egresaría con el título en el año 1965.

“De los tiempos de estudiante recuerdo las mesas de amigos en el Bar Bristol, que estaba en 7 y 47, donde pasábamos tardes y noches memorables. Pero además era mi cábala, porque antes y después de cada final, me tenía que tomar un café en el Bristol, era infalible. También, el ir a la cancha de Estudiantes con mi viejo, y después de los partidos quedarnos esperando para ver a los jugadores. Yo moría por mis ídolos, el Cholo Ogando, el Payo Pelegrina, Giosa ...”.

Raúl Correbo y María Isabel Loza

Pero además del fútbol, al que el joven Raúl practicaba como un entusiasta marcador lateral derecho en el equipo del barrio, el “Estrella Fugaz”, que tenía su cancha en 34 y 115 - “en esos tiempos se armaban unos campeonatos increíbles, donde cada barrio tenía su equipo en los que jugaban algunos muy buenos, como el “cabezón” Desiderio o el “flaco” Zapata, que luego jugarían en la primera de Estudiantes, y donde se hacían partidos terribles” -las mayores habilidades deportivas del por entonces joven estudiante se volcaban al básquet, al que practicaba en el club Juventud como base o como centro, y con el que llegarían a ser subcampeones en los Torneos Evita.

“La verdad es que jugaba mejor al básquet que al fútbol -ríe el escribano- hasta que me lastimé feo la rodilla y ahí se acabó el deporte. Si fuera hoy me podría haber operado y seguir jugando, pero antes la rodilla era fatal”.

ESTUDIANTES, LA PRESIDENCIA, LOS CAMPEONATOS... Y BILARDO

En los años 70, el escribano Correbo y su grupo de amigos estaban pendiente de los aconteceres de su amado Estudiantes de La Plata. Eran los tiempos post Mariano Mangano, había asumido la presidencia Zelindo Lentini, y Correbo acompañaría luego como secretario en la gestión de Ignacio Ercoli, “pero renuncié al poco tiempo por no fallarle a un amigo, el Negro Morales, que si bien era de Gimnasia, organizaba los bailes en Estudiantes. Él había arreglado para traer al cantante Roberto Carlos y Ercoli no quería que se hiciera en la cancha porque al día siguiente había partido. Al final se arregló, porque nos quedamos toda la noche desde que terminó el recital hasta el día siguiente limpiando la cancha, a mano, y se pudo cumplir con el recital y con el partido, pero yo después de eso renuncié”.

Llegaría después el año 81, el llamado a elecciones, y la insistencia de los amigos para formar una lista. “Me empezaron a dar manija amigos como Lito Caffé, Enrique Rapán, Nelson Oltolina, Chiche Denegri, Lalo Santoro, José Ferella, Héctor Branne y el Cholo Fauci, para que nos presentáramos y que yo fuera presidente. La verdad es que yo no quería saber nada, pero tanto insistieron que terminé aceptando. Y un día, en la cancha, la gente empezó a corear mi apellido. ‘Me parece que podemos ganar’, le dije a los muchachos. Y así fue, las elecciones fueron en noviembre y el resultado fueron las iniciales de Club Estudiantes de La Plata, porque el orden fue Correbo, Ercoli, Lentini, Pelliti, que fueron los adversarios en la contienda”.

Claro que después había que asumir y poner manos a la obra. Y contratar a un técnico para el primer equipo de fútbol.

“Eran Zubeldía o Bilardo, eso lo teníamos claro -cuenta Raúl- y los dos estaban en Colombia. Pero nos inclinamos por Bilardo, más que nada porque era más joven. Lo llamamos, y la primera reunión se hizo en mi escribanía. Le ofrecimos el cargo y él enseguida empezó con el equipo, ‘hay que traer a este y a aquel otro’, preguntó por el preparador físico, agarró el teléfono de la oficina y lo llamó al Yacaré Echeverría, al que hizo venir en pijama a la madrugada. Me preguntó por un arquero, porque el que teníamos no le gustaba y además se quería ir, y yo le dije que conocía a Delménico porque le había hecho la escritura de la casa de cuando jugaba en Gimnasia. ‘Sí, traeme a ese’, me dijo. El tema es que pasaban las horas y el Flaco seguía dibujando el equipo, hasta que le dije ‘pará Carlos, que todavía falta arreglar lo tuyo, ¿vos cuanto querés ganar?’. ‘No, no, me dijo, eso no es problema, después arreglamos, ahora hay que armar el equipo’. Lo cierto es que arreglamos al día siguiente, sólo de palabra, y hasta el final del ciclo jamás nos pidió un peso más”.

Correbo, Alejandro Sabella y Carlos Salvador Bilardo, en 1 y 55

Las anécdotas con Carlos Salvador Bilardo en aquel año 82 resultan innumerables y el escribano Correbo las recuerda con una sonrisa. “Al poco tiempo de aquello nos pidió que juntáramos plata, que se iba a buscar a Sabella, que estaba en Inglaterra. Le dijimos que en el club no había mucha plata, que con qué lo íbamos a comprar. ‘No es nada, no es nada, junten lo que puedan, aunque sea para los pasajes’, nos dijo. El asunto es que entre todos pudimos juntar 20 mil dólares, y con eso se fue. No sé cómo hizo pero se lo trajo, creo que le dio algo a Alejandro y después se la pidió prestada para viajar, porque Sabella en ese sentido también era un fenómeno”.

“Después nos mandó por Trobbiani, otro gran tipo. Marcelo había tenido hepatitis y en Boca tenían miedo de que no se recuperara, pero Carlos nos había dicho que no nos preocupáramos que él lo iba a recuperar. En Boca negociamos con Martín Noel y con Heller, ellos se lo querían sacar de encima, y yo mismo redacté el contrato de compra y le puse un montón de cuotas, si pasa, pasa, me dije. Pero lo miraron, lo firmaron y nos trajimos a Trobbiani, un crack”.

Correbo, abajo, el segundo desde la izquierda, en una foto tomada en 1956 junto a sus compañeros de equipo en Juventud

Así se formaría un equipo brillante, con el título de Campeón como corolario, y mil anécdotas, como la del partido con Vélez a poco del final del campeonato. “Se decía que le darían los puntos a Vélez por el tema del petardo en los vestuarios, pero yo estaba tranquilo porque Grondona me había asegurado que el partido se definiría en la cancha, y así fue con aquel cabezazo memorable del Tata Brown”.

En aquellos tiempos como Presidente de Estudiantes, el escribano Correbo se codeaba con los dirigentes más importantes del fútbol argentino, con los que, como el mismo dice, “conocí de todo”.

“Yo al principio era muy pichón, y había cada nene que mama mía... Recuerdo que en una cena la pasé terrible. Éramos creo que nueve presidentes y nos habían convocado en un restaurante carísimo de Buenos Aires. Todos pedían los mejores vinos, no se escatimaba nada y yo ya me estaba preocupando porque no tenía mucha plata en el bolsillo. Hasta que llegó el momento de la cuenta y el mozo me la trajo a mí. Nadie movía un dedo para pagar y yo creo que ya estaba transpirando, hasta que Hugo Santilli, que era el presidente de River, se empezó a reír, agarró la cuenta, sacó una tarjeta y pagó todo. Yo la única tarjeta que tenía era la de la escribanía”.

Correbo, arriba, el segundo desde la izquierda, en sus épocas como jugador de básquet del Club Juventud

“Otra vez me agarró un empresario mientras se estaba haciendo una transferencia, y me preguntó cuánto era lo mío. Yo lo miré raro y le dije que lo único que había pagado era el taxi. ‘No, su porcentaje’, me dijo. ‘Discúlpeme, pero creo que conmigo se equivocó’, le dije y se me quedó mirando asombrado. En el fútbol hay de todo”.

Otro de los momentos trascendentes de aquellos tiempos ocurrió con la partida de Carlos Bilardo a la Selección. “Una tardecita estábamos en el Country y llegó Julio Grondona. Estábamos conversando cuando se lo ve venir a Bilardo con un paquetito con carne para hacerse la comida, porque los jugadores ya se habían ido. ‘¿Que, se hace la comida él?’, me preguntó Grondona. ‘Y sí, Carlos es así’, le dije. Grondona me miró y me dijo, ‘si algo me faltaba para convencerme era esto, me lo llevo para la Selección’. ¿Qué le iba a decir?, era Grondona, la Selección y el futuro de Carlos. Y después todo terminó con la gloria en México 86”.

De aquellos tiempos, Raúl Gerardo Correbo guarda recuerdos y una interminable lista de amistades.

“De los jugadores -dice- puedo decir que me quedaron amigos como Sabella, Trobbiani, Gurrieri, Camino, Gugnali, Brown, Agüero, Landucci, Herrera... También dirigentes, muchos de Gimnasia como Héctor Delmar, Coco Sánchez, Oscar Venturino, Jorge Antonucci, eran todos señores dirigentes. Yo seguí en Estudiantes hasta el 86, pero tenía que dejar, porque había descuidado mi profesión y entendí que habíamos cumplido, que dejaba al club mejor de lo que lo habíamos tomado. Igual después me sucedieron grandes dirigentes, como Oltolina, Ferella, Cicchetti, Julio Alegre, yo tenía que seguir con mi vida”.

La vida lo llevaría entonces, tras diez años de noviazgo, a casarse con María Isabel Loza. El tenía ya 49 años y ella 32.

“Nos casamos en el año 89 y vivimos juntos con enorme felicidad hasta que este año la vida me la llevó, algo que todavía no puedo superar, y desde que comenzó su enfermedad, hace ya más de un año y medio, que no puedo salir de mi casa, aunque mis amigos me insisten en que de a poco lo tengo que intentar. Pero para mí sigue siendo muy difícil, porque fue un golpe demasiado grande”.

 

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