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Espectáculos |DESTACADO DE LA CARTELERA LOCAL

Rodolfo Mederos: “Sigo jugando con la música, sigo buscando alterar las cosas”

En formato trío, el bandoneonista llega a la Ciudad el sábado para visitar los sonidos que formaron su sensibilidad

Rodolfo Mederos: “Sigo jugando con la música, sigo buscando alterar las cosas”

Rodolfo Mederos, maestro del bandoneón, visita otra vez la Ciudad

Pedro Garay

Pedro Garay
pgaray@eldia.com

1 de Febrero de 2023 | 04:03
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Rodolfo Mederos partió del tango hacia otras orillas: vanguardista bajo el hechizo de Astor Piazzolla en su juventud, y parte también de la orquesta de Osvaldo Pugliese, en la década del 60 comenzó a forjar su propio destino, uno de búsqueda, de contaminación, de ampliación de las fronteras de lo posible. De ese impulso nacieron el Octeto Guardia Nueva, y más adelante el seminal Generación Cero; también música para el cine, incluida la banda sonora del filme de culto “Las veredas de Saturno”, de Hugo Santiago.

Pero, advierte en diálogo con EL DIA antes de su visita, el sábado a las 21, a la Sala 420 que abre su temporada, que “no busco ser vanguardista, moderno, raro, nada: estoy buscando, sigo siendo el chico que busca que el trencito ande, que la pelota pegue allá, que la bolita vaya para allá. Sigo jugando con los objetos, en este caso la música. Sigo buscando cómo alterar cosas. Alterar las condiciones normales. Total, no es la muerte de nadie, es simplemente cambiar las cosas de lugar y ver qué pasa”.

Pero ese impulso experimental no niega el pasado, al contrario: se nutre de él. En ese plan, de hecho, llegará a la Ciudad el fin de semana: en formato trío, con Armando De la Vega en guitarra y Sergio Rivas en contrabajo, el bandoneonista recorrerá los tangos, valses y milongas (y alguna otra expresión de la música popular) de la Guardia Vieja.

“Las raíces, los lugares identitarios, sirven para generar energía para seguir avanzando”, dice al respecto el Maestro. “Si una raíz te atrapa y te deja enredado, no sirvió, es una raíz traicionera: la raíz debe servir para darte esa savia, esa sangre, para seguir buscando. Ese es el fenómeno de la evolución de las cosas, del ser humano, del universo: la muerte de algo no es algo que debiera asustarnos, es algo que deberíamos recibir con convicción. Es algo esperable. Debe llegar. Es un hecho necesario: si no nos morimos, ¿cómo vienen los que siguen? El asunto no es la muerte, sino qué hicimos cuando estábamos vivos. Qué potenciamos, qué tan sinceros fuimos. Cómo fueron nuestras acciones mientras pudimos hacerlas”.

El tango de los 40 es esa raíz, ese pasado que alimenta el presente. “El trío, más allá del programa que desarrollemos, es una formación que visita el tango que quedó en los 40”, cuenta Mederos. “Si bien hoy hacemos el ejercicio de tocar tangos, en realidad estamos evocando esa música, ya el presente de esa música no existe”.

 

“La vida es una especie de universidad de las costumbres. Lo interesante es poder romperlas”

 

“El trío”, sigue, “va a visitar al tango, vamos de visita a la casa del tango: todos juntos tocamos el timbre y entramos a la casa del tango, nos acomodamos, los músicos, el público, y empezamos a desempolvar cosas, objetos sonoros, eso que llamamos músicas, de aquellas épocas. Descubrimos el reloj del abuelo, la mecedora de la abuela, quitamos las telarañas y le damos un poquito de vida”.

El viaje que propone Mederos y sus acompañantes, entonces, “es ir a visitar a nuestros ancestros: como un acto de reverencia a los orígenes sonoros de la ciudad de Buenos Aires. Esto no lo descalifica, no es que esto tenga olor a formol: si los abuelos están todavía vivos, por qué no visitarlos, darle nuestro cariño, nuestro afecto. Pero nosotros no somos eso, no hacemos esas cosas, no vivimos esa realidad, la vida fue cambiando. Vamos, en un gesto de cariño, de recuperación de los afectos y de las virtudes, pero no somos los mismos, nuestra realidad hoy es diferente: necesitamos otras cosas, nos impactan otras cosas, imaginamos otra cosa”.

La visita, agrega, “es un gesto de nobleza, de amor, de respeto, de valoración. Voy a comer la torta de la abuela, porque siempre es un alimento ir a la casa de los abuelos. Pero más tarde uno se va. Y hace su vida. Termina el concierto, y ahí partimos de vuelta al presente, no nos quedamos allí a vivir. Ponernos la ropa del tango y decir que somos tangueros sería como una especie de anacronismo patológico”.

“Lo más saludable, entonces”, opina, “es ir a hacer la visita a esa música de la manera más honesta posible. Suele haber deshonestidad en esa visita a la casa de alguien, supone una especie de metamorfosis, de hacer de cuenta que uno es de esa casa. Pero esa casa es de mi abuelo. Yo voy por el respeto, el afecto, la necesidad de verlo: yo necesito oír esas músicas, necesito esa caricia. Pero no es lo que ocurre en la actualidad. Digo esto, porque una persona como yo, con los años que tengo yo, con la vida que he transitado… la gente me sitúa como viviendo en esa casa. Pero yo no vivo en esa casa, yo vivo en mi casa que es hoy, con otras expectativas, otras esperanzas, otras músicas que estoy queriendo hacer. Eso no quita que de tanto en tanto le eche una visita a los abuelos, y la paso bárbaro, porque es una persona lúcida, con mucho humor, la paso bárbaro”.

Por eso aparecen incorporados en el repertorio algún chamamé, “otras cosas”, no solo tango: son los sonidos de la casa del abuelo, los sonidos que escuchaba cuando con cinco años comenzó a practicar el bandoneón y de fondo, en las casas de los vecinos, en el medio de esas tardes apacibles de otra época, “se escuchaban músicas litoraleñas. Eso lo incorporé a mi sensibilidad. Eso también es la casa del abuelo: esos olores, esos sonidos, esos sabores, eso que daba vueltas en ese patio, en esa casa tranquila, de barrio”.

Mederos vuelve a hablar de “honestidad” en esas visitas al pasado, y resuena uno de sus comentarios célebres, cuando acusó al tango electrónico de ser “la macdonaldización del tango”. Sus visitas al tango de los 40, agrega tajante, no se corren, no escapan del tango para el turista, porque “nunca me he puesto en ese lugar, no lo frecuento. Porque yo hago música”.

¿En oposición a qué? “El fenómeno que llamamos música, por el cual la gente baila, hace el asado, es como un gesto sacro”, lanza Mederos. “Una de las mejores cosas que al ser humano le pueden pasar en la vida. Uno no puede estar bastardeando eso, poniéndole un precio, buscando el aplauso, la trascendencia. Sería malograr lo que la vida me permite hacer. La vida me regala esa posibilidad, ¿voy a hacer de eso una mercancía? Sería un gesto de deshonestidad, de traición”.

“Yo valoro a los músicos que hacen música. La música que fuere. Los que no hacen música para mí no existen, más allá de que sí existen, tienen gran presencia en el mercado, en este sistema capitalista que nos toca habitar”, sigue el docente y director porteño.

Ese sistema, se queja, está “manipulado” y atenta “contra la propia humanidad”. “La gente está acostumbrada a adherir a cuestiones cosmetológicas, superficiales. No hay autodefinición, no existe casi el gusto, que a uno le guste lo que le gusta aunque no le guste a nadie más. La gente ya no tiene gusto para nada, son gustos impuestos. Escuchan esos artefactos sonoros, no saben lo que les gusta: escuchan algo porque está de moda, porque se lo ponen todos los días en los medios. Cree que le gusta eso, pero ni sabe lo que le gusta: va rumbo a una especie de suicidio. Hacerse colaborador de una especie de dictadura sonora, ahí no me vas a encontrar. Yo apunto a una cosa más digna, de la sensibilización, de la consciencia, la reflexión: hacemos música porque es necesaria para los seres humanos, sin el dulce de leche y la crema que se le suele poner”. La “ornamentación excesiva” característica “de nuestros tiempos”: “No hay que poner esa ornamentación en algo que ya tiene su propio gusto”.

“Esta es mi manera de ver las cosas: cuando subo a tocar, pienso en esto siempre”, lanza su manifiesto Mederos. “Son problemas que ocupan buena parte de mi día. Cuando mi mano toma el lápiz, ¿qué voy a poner? ¿Por qué? ¿Qué quiero lograr con eso? Hacer música no es algo tan ligero. Por eso con el trío no tenemos la decisión de no engatusar a los melancólicos que quieren escuchar ‘La Cumparsita’. No: queremos revitalizar esa música, que ya no está viva, porque por un rato seremos felices recordando al abuelo que nos dio la energía de la vida, aunque ahora tengamos otros mandatos. Hay que tener eso muy en claro, porque si no, todo es una mezcla de oportunismo y melancolía”.

En paralelo a ese proyecto que absorbe la herencia de padres y abuelos, Mederos ha revitalizado también su conjunto que mira al futuro, Generación Cero, aunque “es otro grupo, con otros instrumentos, y yo soy otro”. Fusión de jazz, rock, canción porteña, tango y vanguardia forjada en 1976, es, define Mederos, “un momento de búsqueda que me di cuando tenía 30 años, y que me doy ahora que tengo 82. Y me lo seguiré dando hasta el último día de mi vida, porque quiero seguir buscando”.

“Buscar”, sigue, “es una de las mejores cosas que te pueden pasar: buscar, no siempre para encontrar. Buscar por el placer de encontrar. Si no, uno cae en la cosa utilitaria: el buscar es por el placer de la búsqueda, y si no encuentro, no importa”. Por eso, sigue “buscando romper costumbres. El ser humano se acostumbra a hacer cosas, parece que la vida es una especie de universidad del acostumbramiento, uno se acostumbra a hacer eso, a hablar de esa manera, a comer de esa manera, a pensar de esa manera. Lo interesante es romper esas costumbres, buscar por otro lado. Puedo encontrar, o puedo no encontrar. Pero la búsqueda es maravillosa, uno va descubriéndose a sí mismo en otros escenarios”.

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