Hoteles cinco estrellas que navegan por los océanos

En enero llegaron a Buenos Aires 300 cruceros con 180 mil turistas. Un matrimonio de jubilados se mudó a uno de los barcos, ya que le sale más barato que vivir en la casa

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Por MARCELO ORTALE

marhila2003@yahoo.com.ar

Y después de un eclipse de varias décadas los barcos reaparecieron. A toda pompa, con bombos y platillos. En los en los últimos años -ya en un verdadero auge- lo hicieron bajo la forma de gigantescos cruceros. El más grande del mundo, el “Wonder of the seas” mide 362 metros de eslora y 64 de ancho, tiene capacidad para alojar a 6.988 pasajeros y cuenta con una tripulación de 2.300 personas.

En sólo enero pasado anclaron en los muelles de Buenos Aires más de 300 cruceros, con unos 180 mil turistas que disfrutaron las diversas alternativas que ofrecen. Esas maravillas del transporte, que también operan como hoteles de lujo, se detuvieron en nuestras costas en Mar del Plata, Puerto Madryn, Malvinas y Usuhaia, además de la ciudad de Buenos Aires. Vienen desde el Caribe, desde Estados Unidos, Europa o Asia, recorriendo los paraísos más codiciados por el turismo.

Se trata de un fenómeno mundial, no sólo estadounidense o europeo. Hace poco el director de CCCL (China Cruises Company Limited), dijo que “el desarrollo del viaje en cruceros en China ha experimentado un crecimiento explosivo en los últimos dos años. Estoy bastante seguro de que el chino será en breve el mercado más grande del mundo en cruceros”.

MUDARSE A UN CRUCERO

El 3 de febrero pasado se publicó en el diario La Nación una nota titulada “Se jubilaron, viven a bordo de cruceros y explican por qué es la mejor decisión que jamás tomaron”. Se trata de una entrevista realizada por la CNN a Angelyn y Richard Burk, una pareja de estadounidenses que decidió vender su casa y demás bienes, abandonar la ciudad y vivir de barco en barco todo el tiempo.

Siendo personas de edad, la impresión que queda es la que podrían formar parte de un revolucionario estilo de vida, de que proponen, acaso sin quererlo, un nuevo arquetipo humano. Los Burk vivían en Seatle, Washington, “dejaron todo atrás y vendieron su casa para vivir en cruceros. La decisión la tomaron en conjunto después de analizar que era más barato que pagar una hipoteca y ofrecía mayores experiencias…Si bien siempre tuvieron el objetivo de recorrer el globo terráqueo, comprobaron también que alquilar camarotes en un barco era una forma rentable de trasladarse”, dice el artículo que reproduce declaraciones del matrimonio a CNN.

El matrimonio de Angelyn y Richard Burk vive todo el tiempo en un crucero / Facebook Angelyn Burk

“Actualmente, este año, hemos asegurado 86 días de crucero con un costo total promedio de US$ 89 por día para ambos, que incluye alojamiento, comida, entretenimiento, transporte, propina, tasas portuarias e impuestos”, detalló la mujer a CNN. Esto se convierte en unos US$32.485 por año. Además, en ocasiones suelen ahorrarse unos cuántos dólares porque las compañías ya los conocen y les hacen algunos descuentos. “Esto está dentro de nuestro presupuesto de jubilación”, recalcó Angelyn. La idea que comparten los Burke es vivir en tierra el menor tiempo posible.

BARCOS Y AVIONES

Cuando en 1912 el frío Atlántico se devoró al Titanic, la industria naviera no cesó en la construcción de trasatlánticos cada vez más modernos y estos, junto a los trenes, se convirtieron en los transportes masivos de pasajeros por excelencia. Los inmigrantes en las bodegas, por necesidad, y en las cubiertas más altas los turistas por placer, fueron las mayores clientelas. Millones de personas cruzaron los infinitos mares y los barcos dominaron hasta concluida la Segunda Guerra Mundial.

Fue entonces que, de la mano de los avances en la técnica aeronáutica y de una política tarifaria cada vez más atractiva, las líneas aéreas comenzaron a relegar a los barcos en el gusto del público mundial.

Empresas de aviación como Panagra, la TWA y la Braniff en los Estados Unidos, la alemana Lufthansa, la holandesa KLM, la francesa Air France, la italiana Alitalia y entre nosotros Aerolíneas Argentinas, todas ellas y muchas otras, primero con sus cuatrimotores comenzaron a cruzar y a empequeñecer al planeta con itinerarios entre países, en una situación que se consolidó después con la llegada de las turbinas y de los aviones modernos, cada vez con mayor capacidad.

Está claro que tanto en los vuelos como en los viajes náuticos, más allá de los motivos concretos que impulsan a los pasajeros a realizarlos, existe una suerte de valor agregado en el espíritu humano, relacionado al influjo de los sueños y de la libertad como metas esenciales.

Curiosamente, fue un aviador –Antoine de Saint Exupery- el que definió el profundo atractivo que ejerce toda navegación, convertida casi siempre en una empresa romántica. El autor de “El Principito” dijo: “Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo. Evoca primero en los hombres y mujeres el anhelo del mar libre y ancho”.

Lo cierto es que, después de un eclipse de varias décadas, las proas volvieron a los puertos de todas las patrias.

EL SUEÑO

Siete siglos antes de Cristo, el poeta griego Homero describe en “La Odisea” el viaje emblemático de Ulises a bordo de distintas embarcaciones, inclusive en una balsa, realizando así una travesía mitológica en busca de recuperar a a Penélope, su mujer, que lo aguardaba en la isla griega de Itaca. Ulises volvía de la guerra de Troya.

Enfrentado a vientos y aguas encrespadas, acosado inclusive por criaturas mitológicas que le tendían celadas, el viaje de Ulises salió de las costas de Turquía y siguió un derrotero errático, que lo llevó hasta el Estrecho de Gibraltar y Africa, recorriendo el mar Mediterráneo, el Jónico, el Estrecho de Dardanelos, el Mar de Mármara, el Mar Egeo, el estrecho de Messina.

Difícil es que haya en la historia una pareja más perfecta. Ulises representa la temeridad, el coraje, la voluntad del amor cuando busca a una mujer. Y Penélope es el “símbolo de la fidelidad y de la abnegación”, como se la ha definido. Ambos separados o unidos por las aguas de muchos mares.

 

Un aviador, como Saint Exupery, fue el que definió el profundo atractivo de la navegación

 

Los sajones, según dijo Borges, fueron autores de una de las primeras grandes metáforas sobre el mar: “la ruta de la ballena”. Y de eso habrá tomado debida nota Herman Melville para escribir “Moby Dick”, que relata el combate del desquiciado capitán del barco ballenero, hundido por la enorme ballena blanca.

¿Qué es lo que busca el hombre en la navegación? ¿Qué lleva a un matrimonio de jubilados a vender todos sus bienes y buscar nuevos sueños y más aventuras en sus vidas al mudarse a un barco? Además de las conveniencias prácticas, del placer de estar en los cruceros del amor, ¿no habrá acaso otros objetivos más íntimos y elevados?

El escritor español Arturo Pérez-Reverte dio a las preguntas esta respuesta algo desconcertante, pero que debe atinar en algún blanco certero. Sostuvo que todo aquel que sube a un barco –ya sea como navegante o tripulante- lo primero que aprende es que navegar “es mantenerse vivo”. El riesgo está allí, tangible, detrás de las bordas del navío. El peligro es enorme, pero podría ser vencido. Eso no se siente en un avión.

La sensación que se incorpora es la de la desconfianza, la de que los rumbos del viaje deben ser revisados y eventualmente corregidos. Comprender que, en definitiva, no hay que estar seguros de nada, que no hay que fiarse ni de la sombra de uno, porque cualquier racha peligrosa está cerca. Aunque si uno toma alguna vez la decisión de embarcarse, es para llegar a algún lado y ese anhelo debe ser cumplido.

En la película de Fellini, “Y la nave va”, los pasajeros representan a la perfección esos y otros interrogantes. El placer y el lujo ampuloso de la estadía se encuentran amenazados por el próximo estallido de la Primera Guerra Mundial. Así que los artistas y sabios que viajan en la nave miran de reojo, sin dejar de temer, pero sin dejar de bailar en los salones. Así de oscilante es casi siempre toda vida.

El crucero moderno, la ciudad flotante, ha vuelto a ser en esta época critica y electrónica algo así como una isla, costosa tal vez pero que ofrece respuestas para mucha gente. Algunos se resisten al crucero, para exagerar se les ocurre parecido a una cárcel de lujo.

Se habla también de un hotel 5 estrellas que ambula por los océanos, que tiene casino, capilla, piletas, salas de juego, salas de concierto, cines, pistas de baile, más de diez cubiertas, camarotes con balcón, peluquerías, más de tres cuadras para pasear, placer a discreción, all inclusive. Además es todo tan mediático que las personas que viajan en crucero causan una admiración especial.

Los buques están equipados con última tecnología / Unsplash

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