Intolerables actos de violencia contra enfermeros y médicos en hospitales

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Una vez más se toma conocimiento de un incidente con agresiones y destrozos en perjuicio del personal médico, de enfermeros e instalaciones de un hospital público, en este caso el de Berisso, en el que cinco personas protestaron en las últimas horas por la presunta mala atención que recibieron y desataron un escándalo, con el saldo de daños materiales y personas heridas.

Según se informó los agresores habrían exigido la más rápida atención de un hombre que presentaba un corte superficial –una herida que habría tenido como origen una refriega que estalló en una jineteada realizada en la zona, que había derivado en incidentes- y como la atención se demoraba más de lo que esas personas consideraron pertinente, comenzaron los gritos, la tensión y luego las roturas del mobiliario, puertas y ventanas en el sector de la guardia, en una situación que quedó superada con la llegada del personal de guardia y luego de la policía.

El parte detalló que los supuestos agresores habían escapado en un auto, aún cuando fueron aprehendidos. Quedó abierta una causa judicial caratulada como “tentativa de homicidio, lesiones en riña, lesiones, daños calificados y resistencia a la autoridad”, en la que tomó intervención una fiscalía platense.

Al margen de los detalles particulares de este episodio, sometidos ahora a la revisión de la Justicia, corresponde reseñar que hace pocos años la Agremiación Médica Platense emitió un detallado informe relacionado a los distintos tipos de agresiones que reciben médicos, enfermeros y residentes de hospitales públicos o privados.

Allí quedaron en claro las condiciones de inseguridad que imperan en el ámbito sanitario y diversas referencias novedosas acerca de la llamada violencia sanitaria. Ocurre que a partir de los últimos años distintos centros de salud se fueron convirtiendo en escenario habitual de incidentes, reflejados en empujones, gritos, insultos, patadas a las puertas de consultorios, ataques a trompadas a algún médico y en episodios en los que, cada tanto, alguien que sacaba un arma y amenazaba con comenzar a los tiros.

También se detalló en ese trabajo que, si bien las manifestaciones de violencia física de pacientes o sus familiares hacia el personal sanitario constituyen la cara más visible del fenómeno por su fuerte repercusión, el estudio de la Agremiación reveló que tales agresiones físicas se veían relegadas por las de índole psicológica (gritos, maltratos, amenazas e insultos), seguida por la violencia interna entre profesionales y en tercer lugar las agresiones físicas.

No debiera ser preciso enfatizar acerca de la necesidad de que en los hospitales -por la función que cumplen, por la condición en que se encuentran quienes están allí internados o acuden en busca de una consulta y, desde luego, personal médico y auxiliar que atiende a esos pacientes- se cuente con las máximas y absolutas condiciones de seguridad. Y también, lógicamente, de serenidad.

Sólo cabe esperar, por consiguiente, que las autoridades provinciales reimpulsen todas aquellas medidas que puedan alcanzar la eficacia suficiente como para aumentar en forma sensible los márgenes de seguridad en los hospitales, permitiéndoles a los médicos y enfermeros que puedan desarrollar sus tareas sin presiones ni amenazas de ninguna índole.

Y, al mismo tiempo, devolviéndoles a los pacientes -sean los internados o quienes asisten a las guardias y consultorios en los centros de salud- la tranquilidad que merecen en un sitio que existe para salvar vidas y no para ponerlas en riesgo.

 

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