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Información General |La falta de políticas adecuadas y la desidia dilapidan un recurso esencial para la calidad de vida de los vecinos

La “ciudad verde”, en rojo: los árboles de La Plata, librados a su suerte

Ante las olas de calor y el avance del cambio climático, el patrimonio forestal es una herramienta clave para amortiguar los fenómenos extremos. Sin embargo, padece los efectos de la sequía, plagas y podas brutales

La “ciudad verde”, en rojo: los árboles de La Plata, librados a su suerte

Francisco Lagomarsino
Francisco Lagomarsino

19 de Marzo de 2023 | 03:03
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Incompetencia, desinterés, ignorancia. Falta de planeamiento, pasión y visión de futuro. Todos estos adjetivos les caben, en mayor o menor medida, a las sucesivas administraciones municipales platenses en materia de arbolado público. De otro modo, es imposible explicar por qué puñados de vecinos, en más de un barrio, han logrado crear y mantener espacios verdes, y la poderosa Comuna lleva décadas “intentando” una y otra vez sin éxito forestar las mismas calles, ramblas, plazas y parques con retoños que se secan por privación de riego, son devorados por las hormigas, o pertenecen a especies inadecuadas para brindar un aporte ambiental significativo, como las palmeras.

Las nueve olas de calor que padeció la Región durante el verano que se está yendo, a cual más brutal que la previa, se destacaron por romper todas las marcas y por recordar algo que ya se sabía, pero algunos se empecinan en ignorar: hacen falta más árboles. Es indispensable plantarlos donde falten, cuidarlos donde existan, y reponerlos de donde sean extraídos. La sombra viva puede, según los que saben, mitigar los calentamientos urbanos “si se halla en adecuada cantidad, distribución, frecuencia y composición botánica”.

Dado el contexto actual, ése es el objetivo al que debería apuntar, de manera consistente y programática, la Ciudad. Concretamente, la ley provincial 12.276 establece “la necesidad de que los gobiernos municipales presenten anualmente un plan de forestación y/o reforestación, para lo cual deberán contar en su presupuesto con una partida destinada a ese fin”. Esa exigencia ha sido olímpicamente ignorada demasiadas veces y, peor, los hechos sugieren que el énfasis de la dependencia de arbolado local está más orientado a reducir el dosel vegetal -la masa superior de ramas y follaje- con podas drásticas que desvirtúan la función de las copas de los ejemplares, que a acrecentarlo.

Cuando las superficies naturales dejan paso a cuencas urbanas impermeables, principalmente de cemento, vidrio, metal y asfalto, se generan “islas de calor”. A lo largo del día, los edificios actúan como paneles solares, cuyos materiales tienen una alta capacidad de almacenamiento de calor; por las noches, liberan ese calor, pero no con la velocidad suficiente como para regresar a la temperaturas de la noche anterior: jornada tras jornada, el fenómeno escala y aporta lo suyo al agobio general. Las ciudades se convierten, sobre todo durante madrugadas sin viento ni nubes, en islas más calientes que el medio rural que las rodea. Y más aún en los “valles” de edificios, donde el calor rebota una y mil veces antes de disiparse, lo que prolonga y profundiza el fenómeno.

“Si el sistema de espacios verdes, avenidas con ramblas y calles con veredas arboladas brinda una trama urbana de ductos verdes foto-transpirantes, mitiga los calentamientos urbanos” explica el ingeniero agrónomo Alfredo Benassi, titular de la cátedra de Planeamiento y Diseño del Paisaje de la facultad de Ciencias Agrarias y Forestales de la UNLP: “esto redunda en una amplia gama de beneficios, desde aminorar el consumo energético que se destina a climatización, hasta aportar al combate contra el calentamiento global, pasando por la protección de las franjas poblacionales que por diferentes razones, por ejemplo la edad, son más vulnerables a las olas de calor”.

En un informe publicado por este diario, se expresaron en el mismo sentido los agrónomos Pablo Frangi y Pablo Sceglio, y el ingeniero forestal Luciano Roussy, también docentes e investigadores de la casa de altos estudios local. “Puede realizarse un aporte significativo para moderar el clima desde la gestión del arbolado urbano” advirtieron: “la forestación contribuye de múltiples formas, prestando servicios ambientales y sociales; además de reducir el efecto ‘isla de calor’, prolongan la vida útil del pavimento merced al sombreado, y retienen partículas contaminantes en sus hojas, mejorando la calidad del aire que respiramos; absorben dióxido de carbono, que es uno de los principales responsables del efecto invernadero junto con el metano y el óxido nitroso; retienen parte de la carga de agua de lluvia en sus follajes, propician la infiltración del agua en el suelo y reducen el viento en superficie, sólo por citar algunas utilidades”.

“Mono” con navajas... mecánicas

El camino hacia la “ciudad jardín”, con la creación de bosques urbanos -incluso verticales, sobre torres-, que comparten Singapur, Lima, Filadelfia, Vitoria-Gasteiz, Bangkok, Nairobi, Halifax, Phoenix, Mantua, Bruselas, Melbourne, Niteroi, Ljubljana, Vancouver, entre muchas otras, no parece estar siendo transitado aquí, ni de cerca. Todo lo contrario. Durante la última campaña de poda, la Comuna tercerizó las acciones en una compañía, “El Gran Mono”, cuyo paso por la vía pública fue fuertemente cuestionado por la impronta con que lo encaró, tanto en plazas como en calles. Cuando la secretaría de Espacios Públicos ordenó una intervención que muchos calificaron como “inexplicable” sobre los árboles de la plaza 19 de Noviembre (25 y 44), incluyendo sus coníferas, que no suelen podarse, las motosierras dejaron un tendal y las quejas vecinales y de ONGs por la catastrófica movida comenzaron a acumularse y escalar.

Sin embargo, las mutilaciones continuaron y se aceleraron. Tanto que el Foro en Defensa del Árbol, entidad en cierta forma heredera de la emblemática Asociación de Fomento y Defensa Forestal del Gran La Plata -que supo tener en sus filas a referentes como Ernesto Bozzarelli, Nicodemo Scenna o Marcelo Viguier-, se presentó ante la Justicia para tratar de frenar los “arboricidios”, logrando varios fallos contra el municipio y una medida cautelar para suspender los trabajos. En su Instagram, los podadores se presentan como una firma de Ringuelet “con 40 años de experiencia”. Sus operarios, en las calles, aducían que la consigna era podar “para que dure”. El municipio omitió ante los magistrados revelar el mecanismo de selección y contratación, y el presupuesto del servicio, entre otras cuestiones. Esto tampoco es nuevo. La opacidad de la información en todo lo relacionado con el patrimonio forestal, se trate de presupuestos específicos asignados a plantaciones, infracciones labradas, cantidad de ejemplares, “cooperativas” de poda, tratamientos fitosanitarios o porcentaje de supervivencia de los retoños, se acumula desde el siglo pasado.

“Estamos ante un fenómeno extremo, y los árboles, a pesar de que lo padecen, pueden ayudar a atemperarlo con varios mecanismos y procesos biológicos” señala la ingeniera forestal Corina Graciano, profesora en la facultad de Ciencias Agrarias de la UNLP e investigadora del Instituto De Fisiología Vegetal (InFiVe) en el Conicet: “por un lado, el follaje intercepta la radiación directa del sol, la va difundiendo y reflejando, y cuanto más densa sea la sombra mayores serán la radiación y el calor contenidos”.

“Este efecto podría equipararse al de un toldo o media sombra, una cubierta inanimada, pero hay una diferencia crucial” hace notar la científica: “y es que los árboles, por medio de sus hojas, realizan el proceso de transpiración, que es la pérdida de agua en estado de vapor por medio de los estomas -poros de apertura regulable- que están en las hojas. Cuando el agua pasa de líquida a gaseosa, se usa energía y se consume un calor solar que deja de ser sensible para nosotros. Las plantas están permanentemente transpirando, y en varias capas de hojas que bajan la temperatura paulatinamente”.

Graciano aclara que “bajo un bosquecito estamos más frescos que a la sombra de un ejemplar aislado porque el suelo mantiene más su humedad, hay menos turbulencia y el aire se queda quieto, y hay mayor consumo de calor para evaporación por la cantidad de árboles. Una secuencia, como hay en algunas avenidas, con dos filas frondosas, genera un ‘túnel amortiguador’”.

“Las correctas prácticas paisajísticas urbanas aportan un potencial significativo de regeneración ambiental y mejoras en la calidad de vida” agrega Alfredo Benassi: “esto implica poner sobre la mesa una ingeniería verde basada en dos procesos metabólicos vegetales como son la fotosíntesis -que fija dióxido de carbono y libera oxígeno- y la transpiración foliar, que disipa el calor; en las hojas hay poros o estomas que liberan agua, y ésta al pasar del estado líquido al gaseoso lleva consigo calor latente en sus moléculas, que pasan al estado de vapor de agua en el aire”. Por este motivo, en las zonas rurales, con mayor cantidad de verde disipando el calor en la atmósfera, la temperatura siempre es un poco más baja que en las urbanas.

“Estamos ante fenómenos extremos y los árboles pueden ayudar a atemperarlos”

Durante la brutal ola de calor de enero de 2017, Graciano y Benassi realizaron un estudio revelador y adelantaron lo que se venía en materia climática. En aquella ocasión, midieron las temperaturas que se registraban en diferentes puntos de plaza Moreno, partiendo de la Piedra Fundamental, donde los termómetros marcaban 42 grados. A un puñado de metros de allí, bajo una hilera de tilos, la temperatura bajaba hasta los 27 grados.

El espacio verde comprendido entre 12, 14, 50 y 54 fue seleccionado como lugar testigo por contener áreas vecinas bien diferentes: explanadas asoleadas, paños verdes, áreas con sombra parcial y total, pisos de cemento, tierra y grava. En ese marco, las mediciones más altas se dieron sobre las lajas del centro de la plaza: 56 a 57 grados centígrados -sobre las de color claro-, y 58º a 60º -sobre las negras-. Las temperaturas más tolerables se registraron sobre el césped, a la sombra de los tilos: 26,5 a 27,5 grados. Siempre bajo la luz directa del astro rey, el césped verde de calidad, tupido, midió 35,8º. Los senderos de grava sombreados devolvieron 31,3º; y el pasto, 27,5º a 26,5º.

“Las especies que refrescan más el ambiente son aquellas que consumen más agua, y transpiran más” precisa Corina Graciano: “los álamos, por ejemplo, requieren mucho -si está disponible- y evapotranspiran mucho. En general, también los que tienen hojas más grandes y copas mas densas. Por ejemplo, el jacarandá frena menos el calor. Pero además de las características de cada especie, tiene que ver la cantidad. En una avenida, dos filas de árboles frondosos generan un efecto de ‘túnel amortiguador’ muy potente”.

Desde el INTA se resume que “en términos generales, puede decirse que las especies de ‘rápido crecimiento’ tienen un mayor consumo de agua que las de crecimiento lento; que los árboles de hojas perennes tienen mayor impacto que los de hojas caducas; y que el impacto será mayor cuanto mayores sean la cobertura arbórea y la superficie forestada”.

COLGADOS DE LA PALMERA

A la hora de definir las variedades más apropiadas para su alineación en veredas, o ramblas, “los criterios están condicionados, en principio, por el sitio pensado para el árbol y la función que vaya a cumplir en ese espacio público”, señalan los expertos: “las anchuras de la vereda y la calle van a darnos la pauta del ancho máximo de la copa de las especies a utilizar”. Tilos y jacarandás, por caso, son especies de “segunda a tercera magnitud”, aconsejables para veredas de no menos de 5 a 7 metros de anchura. En ese grupo también entran el fresno americano, el fresno dorado y el europeo; el arce azucarado; el lapacho rosado; la acacia blanca, el almez; el castaño de la India, la catalpa y la sófora.

En veredas angostas, de 3 a 5 metros, son aconsejables los árboles de “tercera a cuarta magnitud” como la acacia de Constantinopla, el ciruelo, el crespón, el paraíso sombrilla y la pezuña de vaca. Son las veredas anchas, de más de 7 metros, las que se “bancan” ejemplares de primera a segunda magnitud, como los liquidámbares, los plátanos, los robles americanos y europeos, y las tipas.

“La ciudad necesita especies frondosas, de sombra, que son las que ofrecen mayores beneficios”

Las palmeras, estrellas de varias plantaciones recientes encaradas por la Comuna, no son del todo bienvenidas. “Si bien no sufrirán las ráfagas ni las tormentas severas, porque están adaptadas al viento, no dan buena sombra y no tienen follaje frondoso, por lo que su aporte es más estético que ecológico” explican los ambientalistas platenses, que estimaron en más de veinte mil pesos el costo de cada palmera, y destacaron que “la mayoría de las que colocaron en la zona del Distribuidor y plaza España, encima, se secaron o fueron robadas”. El costo minorista de un tilo, fresno o paraíso joven, oscila actualmente entre los $5 mil y $10 mil, de acuerdo con su desarrollo.

La plaza España, de 7 y 66 es un ejemplo paradigmático, entre tantos de los que ofrecen a simple vista las ramblas y parques, del descalabro de las gestiones municipales. Hace más de 15 años comenzaron a enfermar y morir en masa los añosos árboles de una de sus mitades, por causas nunca debidamente identificadas. Desde entonces, se realizaron plantaciones, una tras otra, y ninguna prosperó. Resulta inquietante que lo que no logra la Comuna con todos sus recursos lo concreten, muchas veces, los vecinos, a puro empeño y corazón. Por dar sólo un ejemplo, de los muchos a mano: el vasto parque que nació sobre la playa de maniobras del ferrocarril Provincial, entre 71, 72, 17 y 19, es producto en buena medida de la determinación de un referente comunitario, Juan Montiel, quien con insistencia y una pizca de colaboración oficial logró encolumnar al barrio y las escuelas de Meridiano V para plantar, realizar jornadas ecológicas, concientizar y cuidar. Los retoños no sólo no se secaron sino que ya dan sombra, cada fin de semana, a las actividades recreativas de centenares de familias del casco urbano y la periferia.

“La cuestión del arbolado urbano hay que tomársela en serio de una vez por todas; con el cambio climático, incluso estamos llegando un poco tarde” advierte el licenciado en Ecología y Recursos Naturales Horacio de Beláustegui, docente en la Universidad Nacional de Luján y presidente de la Fundación Biosfera platense. “Los árboles no deben ser una pavada, objetos accesorios que están o no están y es lo mismo, y a los que les hacemos lo que sea, total no hay sanciones” sentencia el dirigente: “los funcionarios a cargo, encima, nunca rinden cuentas del fracaso permanente de sus gestiones”.

“Se nos viene la noche y más rápido de lo pensado” destaca De Beláustegui: “debemos instaurar un sistema de gestión de arbolado con funcionarios probos y capaces, en un municipio que logre convencer a la gente de que el bien común está afectado y es urgente tomar el tema con seriedad”. Hay que escuchar de una vez a la academia y la ciencia”.

Para el Foro en Defensa del Árbol, “lo que una ciudad necesita a la hora de forestar son especies frondosas, de sombra, que son las que ofrecen mayores beneficios a través de su canopia o parte verde. Lo importante no es tanto la cantidad de árboles sino la cantidad de hojas, por eso podríamos decir que una palmera no es un árbol. Y un árbol no es tal sin ramas llenas de hojas, así como los recién plantados tardarán décadas en aportar los beneficios de un árbol adulto”.

12 mil
Son los árboles que faltan en el casco fundacional platense, de acuerdo con las estimaciones de los grupos de defensa forestal, considerando las cazuelas vacías, tapadas, y los ejemplares decrépitos. La zona con mayores carencias es el microcentro, con cuadras enteras vacías.

 

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“vedettes” en varias nuevas plantaciones, las palmeras mueren sin riego y cuestionadas por los defensores locales del medio ambiente / R. Acosta

Cuando se mutila un ejemplar frondoso, suele volver a brotar pero ya está sentenciado, como éste de 25 y 62 / EL DIA

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