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Le costó un tiempo poder quebrar el miedo de exponer lo que le había sucedido, pero ahora, muy decidida, salió a reclamar justicia
Antonela denunció formalmente a un odontólogo platense por un caso de acoso y abuso. Su relato dio cuenta de la pesadilla que tuvo que pasar hace dos años y durante el tiempo posterior, que calló lo vivido.
Según contó ayer a EL DIA, fue un proceso largo, con apoyo psicológico, hasta darse cuenta de que ella no era culpable de nada. Todo lo contrario. Quien le había dado trabajo se convirtió en “un monstruo”, de acuerdo a la calificación que empleó.
Sus familias tenían un vínculo cercano y ella hasta había cuidado de una de sus hijas cuando era bebé.
Esta relación la llevó a trabajar en el consultorio desde febrero de 2021, donde, en base a su denuncia, ocurrieron los hechos.
Primero aparecieron algunos comentarios “chistosos”, que la hacían sentir muy incómoda, especialmente porque pretendía indagar en su intimidad amorosa.
M.A, como se lo identificó, después pareció correr aún más los límites y “comenzó a manosearme cada vez que pasaba cerca suyo”. Entonces la incomodidad y el silencio se adueñaron de Antonela, que sufría por dentro, pero no podía poner en palabras su drama, según dijo.
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Al principio, pensó “es un chiste, ¿qué le voy a decir? Entonces lo dejaba pasar. Me sentaba en mi escritorio y trataba de sentirme como en una burbuja”, recordó. Claro que nada se calmó: “La cocina era chiquita, entonces me pedía un café o me hacía un té y él pasaba por atrás, me tocaba el culo y me decía ‘es un chiste’, ‘fue sin querer’, ‘no le cuentes a tu novio’ o cosas así. Muchas veces, no fue una sola vez”, mencionó.
“Fue todo paulatino”, recordó la joven. “Se ve que se dio cuenta de que yo no podía reaccionar, no podía decirle nada, porque la verdad no podía. Me hacía chiquitita y como que no podía sentir, no podía saber qué decirle, no sabía cómo frenarlo”, destacó. Incluso, en base a lo que manifestó la víctima, M.A aprovechaba cuando estaba sentada en el escritorio para tomarla por detrás e insistir en hacerle masajes, pese a su negativa.
“Desde mi parte trataba de esquivar, pero no podía”, recordó. Entonces el cuerpo empezó a pasarle factura de todo eso que no podía poner en palabras.
“Un día tuve una gran congestión. Nunca había sentido un malestar tan grande y él me ofreció aplicar un corticoide”.
Esta acción fue el principio del final y de su despertar: “Yo confié”. Por experiencias anteriores sabía cómo se aplicaba corticoide y “nunca me tuve que bajar el pantalón, jamás en mi vida”. Y él le habría pedido que se lo bajara: “Yo dije ‘bueno, en un costado’ pero me dijo ‘no, bajátelo’”. A la semana siguiente, ella se atendía con él y debía sacarse una muela. El médico insistió en volver a aplicarle el medicamento, pero se negó.
“En ese momento me sentí incómoda, aunque no lo vi como algo grave. Después, siguió con los masajes”, sumó.
Llegó al extremo de agradecer que haya pacientes en espera para no tener que estar con él a solas: “Eran los momentos en que tenía más miedo, porque era cuando él no tenía nada que hacer y me terminaba buscando”, explicó.
La presión hizo que cediera y la llevara a una camilla, en un consultorio vacío, con la excusa de los masajes. “Me levantaba la remera o me movía el pantalón, me lo bajaba por acá como para hacerme más en la cintura. Se me llegaron a caer las lágrimas. Me desabrochó el corpiño y ahí es cuando reaccioné. Él me tocó una teta y le dije ‘¿qué haces?’”, indicó Antonela. Su reclamo de justicia no busca una detención, según aseguró. “Si va preso o no, no me importa. Me gustaría que no trabaje más y que no esté en la Facultad. Es un monstruo”, repitió.
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