Realeza; un reino de revanchas: la saga de la Casa de Baviera
Edición Impresa | 30 de Julio de 2023 | 09:06

Por VIRGINIA BLONDEAU
Mientras que las vacaciones de invierno ya están finalizando en nuestro país, nuestros amigos “royals” están gozando del verano en sus barcos, en sus mansiones griegas y en sus castillos escoceses. Y poco se dejarán ver por lo menos hasta finales de agosto. La agenda está casi vacía y los medios especializados en realeza poco tendrían que contar sino fuera porque algunas casas reales no reinantes han estado muy activas.
Así como en nuestra entrega pasada buceamos un poco en cómo y cuándo fue la unificación italiana, nos centraremos hoy en Alemania, un país que antes de ser la pujante república que es hoy fue una monarquía. En realidad, varias.
Alemania en el siglo XIX estaba formada por 39 reinos y ducados independientes, una organización heredada del sistema feudal de la Edad Media. No todos tenían la misma importancia económica y territorial así que el proceso de unificación fue largo. Hubo guerras, acuerdos y desacuerdos hasta que, en 1871, se proclamó el Imperio Alemán. Los posibles candidatos a estar al frente del nuevo imperio eran los reyes Guillermo de Prusia y Luis II de Baviera. Finalmente fue elegido el prusiano quien pasó a ser el emperador Guillermo I de Alemania.
Aunque la mayoría de los pequeños reinos perdieron poder, en Baviera siguió reinando Luis II y conservaron cierta autonomía. Baviera era y sigue siendo una de las zonas más bellas y culturalmente más ricas de Alemania y lo es, en parte, gracias a Luis, un monarca que ya muchas veces hemos invocado en estas páginas.
Aunque Luis II haya pasado a la historia como “el rey loco” es, en realidad, de esas personas que nacen en el siglo equivocado. Era soñador, melómano y creativo, alguien que no hubiera desentonado para nada en la revolución cultural del Mayo Francés del 69; instalando un laberinto dentro de una Venus de cartón, como Marta Minujín en los 80, o viviendo con libertad su orientación sexual en este siglo XXI.
La boda del príncipe Luis de Baviera con Sofía / Web
Cuando comenzó su reinado, Luis tuvo las mejores intenciones para con su pueblo y fue un monarca muy querido pero era un pésimo administrador y endeudó hasta lo que no tenía en su afán de ser mecenas de Richard Wagner, por quien estaba obsesionado; en la compra de obras de arte, y en construir jardines, castillos y palacios de ensueño que hoy constituyen una de las mayores atracciones turísticas de Alemania. Dice que Walt Disney se inspiró en uno de sus castillos, el famoso Neuschwastein, para diseñar el escenario en que vivía la Bella Durmiente.
El mayor enemigo de Luis fue él mismo. Su ferviente catolicismo, los prejuicios de la época y la necesidad de dar un heredero al trono le impidieron ser él mismo. Tuvo muchos amantes hombres y llegó a estar verdaderamente enamorado de uno de ellos pero su sentido del deber lo hizo comprometerse con la princesa Sofía de Baviera, una prima materna, hermana de la famosa Sissí, emperatriz de Austria. Pero Luis no era hipócrita y terminó rompiendo el compromiso.
El deterioro físico y mental de Luis fue palpable antes de que cumpliera 40 años. Su cuerpo y su mente se desmoronaron ante las presiones políticas y familiares. Fue diagnosticado como esquizofrénico aunque hoy se duda de que realmente lo haya sido.
Una vida tan poco sosegada no podía tener una muerte tranquila. Para sumar más misterio a la novela, los hechos que rodean su desaparición aún no han sido resueltos. En la noche del 13 de junio de 1886 Luis quiso salir a caminar. Los miembros de su consejo se lo permitieron siempre que fuera con su médico. Ni uno ni otro regresaron con vida. Sus cuerpos fueron encontrados ahogados en un lago cercano.
En el trono le sucedió Otto, su hermano, que estaba totalmente enajenado y necesitó de un consejo de regencia liderado por su sobrino quien luego reinó como Luis III de Baviera hasta que en 1918 Alemania se convirtió en una república.
Las damas belgas, de verde / Web
De Luis III desciende el actual pretendiente al trono bávaro. Su Alteza Real, Francisco Buenaventura Adalberto María, duque de Baviera, nació el 14 de julio de 1933 y la semana pasada ha celebrado sus 90 años con actos y homenajes a los que han asistido, incluso, miembros del gobierno.
El duque Franz, como se lo conoce, ha sabido ganarse el respeto de la comunidad a través de sus aportes culturales y benéficos. Tal como aquel Luis del siglo XIX, el duque Franz es mecenas y coleccionista de arte. La Pinacoteca de Munich exhibe obras de su propiedad en préstamo permanente y él personalmente se ocupa de la conservación de los bienes que ha heredado.
Alemania en el siglo XIX estaba formada por 39 reinos y ducados independientes
Franz vive en Nymphenburg, residencia de verano de los antiguos reyes de Baviera. Y no vive solo. Lo acompaña Thomas Greinwald, su pareja. Como nunca hablaron del tema, no sabemos cuánto hace que están juntos. El primer acto público al que asistieron como pareja fue, en 2011, a la boda de un príncipe prusiano en la que estaba presente lo más rancio de la aristocracia alemana que demostró no ser tan rancia porque a partir de ese momento Franz y Thomas han sido bienvenidos a infinidad de eventos.
La pareja oficializó su relación hace dos años cuando el fotógrafo Erwin Olaf incluyó en una exposición de sus obras, una imagen protocolar y formalísima de ambos capturada en las dependencias privadas de Nymphenburg. Olaf es holandés y ha trabajado con los reyes Máxima y Guillermo y con la Casa de Alba.
El duque Franz se ganó el respeto de la comunidad a través de aportes culturales y benéficos
Está de más decir que el fin de semana pasado, cuando Franz festejó sus 90 años, Thomas estaba a su lado. Ninguno de los dos habló jamás del tema en la prensa, no participaron de ninguna marcha del orgullo ni hicieron declaraciones reivindicatorias. Simplemente y con el ejemplo naturalizaron la situación. El rey loco estaría orgulloso de este descendiente que se atrevió a vivir como él no pudo. La Historia (con mayúsculas) dio revancha.
Como no ha tenido hijos, el sucesor de los derechos dinásticos es su hermano Max Emanuel, de 87 años, quien, al no tener hijos varones, será sucedido por el primo Luitpold, de 71. Entre la buena salud de Franz, a quien no se ve con ninguna intención de dar un paso al costado, y la edad avanzada de sus herederos, todos los ojos están puestos en Luis Enrique, el hijo de Luitpold, que tiene 40 años y que ya está trabajando codo a codo con su tío Franz en los negocios de la familia.
La reina Matilde en el primer día de celebraciones / Web
La historia da revancha pero además tiene algo de circular. Luis, un apuesto soltero hasta hace pocos meses, se enamoró de una joven holandesa de nombre Sofía. Otra vez un Luis y una Sofía en la Casa de Baviera pero esta vez con final feliz ya que el 20 de mayo pasado se han casado en una boda casi real porque, aunque no hay monarquía en Alemania, las calles de Munich se llenaron de curiosos que querían ver a los novios y a los invitados, muchos de ellos integrantes de otras casas reales. La novia llevó un vestido con velo haciendo juego, diseñado por la libanesa Reem Acra y la tiara que perteneció a la tatarabuela del novio, una pieza histórica y de alto valor sentimental y dinástico. Una boda romántica hasta con anécdota: la novia se desmayó en plena ceremonia. Y, por eso, pasó por muchas cabezas el pensamiento esperanzador de que pronto den la noticia de un heredero para la “monárquica Baviera”. Debería ser varón para que pueda heredar los derechos que un día ostentará su padre pero no perdemos las esperanzas de que el gran duque Franz, un hombre de mente tan abierta, pueda convencer a toda su familia de cambiar la ley sálica y los derechos dinásticos recaigan en el primogénito, sea niño o niña.
Solo nos resta desearle felices 90 años al duque y recomendar a nuestros lectores incluir Baviera y sus castillos en su próximo viaje a Europa. Más allá de la suba del dólar, recuerden que los sueños se cumplen aunque a veces tarden generaciones en hacerlo.
El castillo de Neuschwastein, obra de Luis II / Web
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