No son verdaderos hinchas de un club los que usan al fútbol para cometer delitos

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Una vez más dos grupos de supuestos hinchas de Estudiantes y de Gimnasia realizaron en las últimas horas ataques vandálicos en la Ciudad contra murales del equipo contrario, intentaron ingresar a la sede de uno de los clubes y causaron destrozos a vehículos estacionados en las cercanías de una de las instituciones, en situaciones que derivaron en la intervención de la Policía y la detención de varios de los revoltosos, tal como se informó en este diario.

La expresión “supuestos hinchas” busca aludir a personas cuyo comportamiento, en realidad, no encuadra con el espíritu del deporte y que, en cambio, responde a actitudes delictivas, que sólo merecen ser sancionadas con el rigor de las leyes penales.

Los verdaderos hinchas son los que pretenden ir a las canchas para seguir y alentar a sus clubes en las competencias -ya sean oficiales o amistosas-, sin agraviar, robar ni lastimar a nadie.

Fueron los sucesivos gobiernos, en algunos casos la dirigencia deportiva y distintos sectores sociales los que, equivocadamente, permitieron que esta gente utilice al fútbol como pretexto para dar rienda suelta a sus bajas pasiones y, se sabe, también a perseguir oscuros fines de lucro.

El resultado de ello ha sido la barbarie instalada primero en los estadios por grupos de barrabravas, protagonistas y responsables de episodios trágicos. Después, estos verdaderos vándalos extendieron su actividad fuera de los estadios, se dedicaron a “negocios” extorsivos como el estacionamiento de vehículos y la explotación monopólica de puestos de comida en las canchas, para después ofrecerse como “mano de obra” para ejecutar cualquier tipo de tarea “pesada”.

Siempre con banderas y estandartes de sus clubes, lograron recibir pasajes aéreos para asistir a campeonatos mundiales, financiados en ocasiones por organismos del Estado. Desde luego que nunca dejaron de arrojar bengalas o bombas de estruendo en los estadios y en dirimir a balazos el liderazgo de las “hinchadas”, cometiendo asesinatos y otros muchos delitos.

Podría llegar a admitirse que existan disputas endémicas. Pero tampoco se puede avasallar el espacio público cuando se hacen pintadas, ya sea sobre árboles, postes y paredes de la Ciudad, con leyendas algunas veces agresivas, cubriendo todo con los colores de sus equipos predilectos. Se trata de infracciones ciertamente cuestionables, que deben ser penadas. Pero que hasta podrían desembocar en desenlaces más graves.

Pero muchísimo más inadmisible es que se registren entre esos grupos enfrentamientos a tiros, destrozos en propiedades u otros bienes de terceros, ataques a las sedes o a los estadios del club rival. Aquí se ingresa en lo delictivo y son las autoridades las que deben investigar y, en su caso, sancionar a los que resulten ser responsables de los hechos.

Una vez más existen probados ejemplos, dignos de imitar, como el que se presentó en Inglaterra para combatir a los temidos “hooligans” –hinchas que desencadenaron tragedias en varios estadios ingleses y europeos- hasta que en 1989, mediante las decisiones conjuntas que adoptaron el Estado británico, la Policía, los clubes de fútbol y la empresa privada, lograron erradicarlos por completo.

Los que vandalizan y destrozan bienes de la Ciudad o propiedades privadas, los que rompen y se atacan a golpes, los que delinquen con el pretexto del fútbol no son “hinchas”. Una mínima inteligencia policial alcanzaría para identificar a los autores de estos delitos que, lamentablemente, suelen contar con inexplicables respaldos de personas influyentes.

 

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