Mauricio Kartun: “Mi poética es jodona”

Entre chistes y metáforas, el dramaturgo traslada el mito de “Las Bacantes” de Eurípides a la Pampa de los años 30 en su nueva obra, “Baco polaco”. Funciones de jueves a domingo en el Teatro Sarmiento

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María Virginia Bruno

vbruno@eldia.com

Pastiche, esperpento, cachivache. Todas palabras que el autor y director Mauricio Kartun utiliza para definir a “Baco polaco”, su nueva obra, en la que viaja a la ruralidad de La Pampa de 1930 y la viste de tragedia griega al trasladar a la llanura “Las Bacantes” de Eurípides.

Referente ineludible de la escena nacional, y formador de toda una generación de dramaturgos, Kartun vuelve a fusionar con su “poética jodona” dos universos distantes pero que en su “enchastre” derivan en una reflexión sobre “el odio y el resentimiento que habitan en el poder” de aquí y de ahora, de Argentina y del mundo, algo que le resulta “aterrador”.

En el escenario, la Reina Esther, la virgen vitrolera, lleva su música por la llanura en ocho discos de pasta. Una DJ mitológica. Allí donde llega, y suena su ortofónica, nace la fiesta. La bacanal. La gran orgía gaucha. A su lado, siempre, Sarita, su hermana, inseparable. En la animación el señor Silenio, el empresario ebrio. Y ayudando en tareas de peón, Dionisio, el dios; que enamorado, perdido, de la legendaria, la sigue al trote desde siempre como su mascota.

Opa de amor, Dionisio será del espectáculo sumo autor y narrador supremo. La troupe llega a un pueblito durante carnavales. Penteo, el heredero, hijo del poder, y -por fatuo- condena de su madre Ágave, se obsesiona con Reina Esther. Entonces -claro- detona la tragedia. Y por criolla, esa tragedia, su ridículo inseparable.

Con las actuaciones de Aníbal Gulluni, Paloma Zaremba, Soledad Bautista, José Mehrez, Luciana Dulitzky y Nahuel Monasterio (todos egrasados de la Escuela Metropolitana de Arte Dramático, donde creó la carrera de Dramaturgia), “Baco polaco” incluye asistencia de dirección de la platense Bábara Sánchez. Las funciones son de jueves a domingo a las 20 en el Teatro Sarmiento, Av. Sarmiento 2715.

Kartun, que el viernes 31 de octubre se presentará en el Teatro de Cámara de City Bell junto al “Tata” Cedrón (“él canta y cuenta, yo cuento y leo materiales propios y ajenos”, adelanta), dialogó con EL DIA.

-“Baco polaco” traslada el mito de “Las bacantes” a la Pampa de los años treinta. ¿Qué encontraste en ese paisaje argentino que te permitió volver a contar una historia sobre el deseo, la desmesura y el poder?

-Soy de la idea que los escritores no encontramos universos, son ellos los que nos encuentran. Son por alguna razón proveedores de imágenes, e imaginar es el verbo productivo del escritor. El mundo rural, los pueblitos sin luz eléctrica, están en mí desde chico. Fueron en mi infancia el contexto que pude ponerle a la infancia de mis viejos. Aquella frase sabia de Louise Glück: “Miramos el mundo una sola vez, en la infancia. El resto es memoria”.

-Comentaste que la obra habla del “odio y el resentimiento en el poder”. ¿Sentís que esa idea resuena con el momento actual del país?

-Y en el del mundo. Retomando aquello de la infancia: el mundo del odio fue el universo mítico que pudo construir mi generación para entender las guerras en Europa. Mis abuelos y mi madre llegaron a Argentina huyendo de aquello. Creíamos que había quedado en el mito, y los discursos del odio nos muestran hoy que se está construyendo una nueva retórica que lo detona y lo justifica. Es aterrador.

-En la obra, Dionisio ya no es un dios lejano sino un peón enamorado que sigue a su Reina Esther. ¿Qué te interesó de bajar lo divino a tierra y volverlo un personaje tan humano?

-Enamorados somos dioses y somos idiotas. En estado sagrado lo fantástico toma otra dimensión. Como dice el personaje en la escena final: “¿Soy un idiota que por una mujer se cree divino; o un dios idiota de amor? En todo caso: la gran virtud del acto poético teatral es la de permitirte encarnar las metáforas.

-El carnaval y la bacanal aparecen como espacios de liberación colectiva. ¿Qué te interesa de esos momentos donde se rompen las jerarquías y las normas sociales?

-Siempre me ha extrañado ese devenir moraloso con el que los humanos hemos ido cambiando la fiesta por las reuniones. La fiesta parece quedar legitimada solo en el universo adolescente. Solo allí se puede bailar hasta caer, entrar en éxtasis, concentrar y legitimar el espacio de cortejo y consumación. El carnaval devino de bacanal en desfile de niñitos disfrazados. Mantiene algún mito todavía en lugares legendarios, en Río de Janeiro, ponele, y en el resto es puro bombo al pedo. A ese espacio, en el que atrás de la máscara se expandía la conciencia, lo moralinizó el capitalismo, que nos quiere profanos y produciendo. El mundo ortiba, la falta de fiestas, el espacio de descontrol controlado, es un hecho político.

-La obra tiene algo de tragedia, pero también humor y fiesta. ¿Cómo trabajás ese equilibrio entre lo sagrado y lo grotesco, entre la bacanal y la tragedia criolla?

-Mi poética es jodona. Desde mis primeras obras descubrí esa correspondencia preciosa entre el humor y la poesía, entre el chiste y la metáfora: hermanos separados al nacer. No me supone esfuerzo ese equilibrio, es como el de andar en bicicleta: envión y manubrio.

-Dentro del equipo destacamos, porque somos platenses, a Bárbara Sánchez. ¿Qué podés contarnos sobre su aporte en este proyecto?

-Mi mano derecha en este lío. Se piensa a veces ingenuamente que los asistentes de dirección son meros ayudantes. No se entiende que se trata de interlocutores imprescindibles. De una rara forma de alter ego. Bárbara trajo su talento, su mirada y también su capacidad de gestión. Es la persona que uno quisiera tener al lado siempre en estos intríngulis.

 

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