Decisiones para vivir más y mejor, más allá de lo físico y la comida

Cada vez más expertos en medicina y psicología recomiendan establecer una rutina “optimista”. No refieren a “evadirse de la realidad” o “fingir demencia ante los problemas”, sino a buscar cuidar la mente y el cuerpo de experiencias que los someten a un “envejecimiento acelerado”. El estrés y el agotamiento, en el foco de la cuestión

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El paso del tiempo suele asociarse con arrugas, canas y un cuerpo que pierde agilidad, pero cada vez más investigaciones advierten que el envejecimiento no depende solo de lo biológico sino también de lo emocional. Pensar en positivo, mantener una mirada optimista, no retener rencores y evitar discusiones cotidianas no son consejos de autoayuda ingenua: son decisiones que, de acuerdo a numerosos estudios, tienen un impacto directo en la salud mental y corporal, y pueden marcar la diferencia en la manera en que una persona transita sus años.

Los especialistas en neurociencias y psicología coinciden en que las emociones negativas sostenidas en el tiempo activan de forma constante el sistema del estrés. La liberación persistente de cortisol y adrenalina, la inflamación crónica que se instala en los tejidos y la alteración de las defensas naturales del organismo terminan por acelerar el deterioro celular. Incluso se ha observado que personas con niveles altos de pesimismo tienden a presentar telómeros más cortos, una señal de envejecimiento celular. La carga alostática, como llaman los investigadores al desgaste acumulativo de lidiar con el estrés, se convierte así en un enemigo silencioso que multiplica el riesgo de enfermedades cardiovasculares, metabólicas y neurode- generativas.

En contraposición, quienes logran cultivar el optimismo parecen tener una ventaja concreta. Un metaanálisis de más de 200 mil participantes reveló que los optimistas tenían un 35% menos de riesgo de sufrir eventos cardiovasculares y mayor probabilidad de alcanzar edades avanzadas en buena salud. El optimismo no solo ayuda a amortiguar el impacto del estrés, también se asocia a hábitos más saludables como el ejercicio regular, el sueño reparador y una mejor alimentación. La risa, por ejemplo, es señalada como un mecanismo capaz de reducir los niveles de cortisol, reforzar el sistema inmune y favorecer la salud de los vasos sanguíneos.

Otro eje clave es el perdón. Retener rencores prolonga la ira, la ansiedad y la tristeza, y se vincula con presión arterial elevada, peor calidad de sueño y síntomas depresivos. En cambio, perdonar —a otros y a uno mismo— tiene efectos fisiológicos comprobados: disminuye el dolor, baja el estrés, mejora los niveles de colesterol y fortalece la autoestima. La medicina de la Johns Hopkins advierte que perdonar puede ser tan importante para el corazón como una dieta balanceada. En adultos mayores, se comprobó que soltar resentimientos eleva la percepción de bienestar y la calidad de vida, actuando como una especie de “purga emocional” que oxigena el presente.

El enojo, por su parte, tiene consecuencias inmediatas. Apenas unos minutos de ira intensa reducen la capacidad de dilatación de los vasos sanguíneos, lo que aumenta el riesgo de hipertensión y enfermedad coronaria. Quienes viven en permanente confrontación, ya sea en discusiones familiares o laborales, terminan cargando con un estrés fisiológico que desgasta el organismo. No se trata de suprimir emociones, sino de aprender a procesarlas de manera saludable. Canalizar la bronca en actividades físicas, meditación o terapia puede evitar que esa energía se convierta en un factor de riesgo. De hecho, investigadores de Stanford han propuesto considerar al estrés psicológico como un nuevo “marcador” del envejecimiento, al mismo nivel que el daño oxidativo o las mutaciones genéticas.

En definitiva, las decisiones emocionales cotidianas son parte de un estilo de vida que protege tanto como una dieta equilibrada o la actividad física. No pelear por todo, no acumular resentimientos, mantener la esperanza y apostar al optimismo son elecciones que alivian la mente y, a la vez, preservan la salud corporal. La ciencia empieza a confirmar lo que la sabiduría popular intuía desde siempre: la forma en que pensamos y sentimos moldea no solo nuestro presente, sino también la velocidad con que envejecemos. Quizás el secreto de una vida más larga y plena no esté solo en los genes ni en los avances médicos, sino también en la capacidad de purgar el alma de cargas innecesarias.

Las cinco claves para frenarel envejecimiento mental y corporal

1 No es ingenuidad, es estrategia de salud interna: no significa negar los conflictos ni las injusticias, sino evitar que esos conflictos internos se queden latentes, generando daño prolongado. La “purga” no es represión, sino liberación consciente y transformación de emociones.

2 Autoresponsabilidad emocional: estas decisiones implican asumir que no siempre podemos controlar lo que sucede, pero sí podemos elegir cómo responder (de modo actoconsciente). Esto reduce el sobreangustiamiento.

3 Menos desgaste: vivir en conflicto constante o reteniendo resentimientos consume recursos psicológicos y fisiológicos: energía, atención, capacidad de recuperación.

4 Crecimiento interior: practicar perdón, reconciliación y liberación emocional puede fortalecer la resiliencia, la autoestima, la empatía y la coherencia interna, lo cual retroalimenta una salud más estable.

5 Prevención antes que cura: estas decisiones actúan como estrategia preventiva: cuanto antes se internalice un estilo de vida psicoemocional saludable, menor será el efecto acumulativo del daño psicológico.

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