Ocurrencias: La Plata, única ciudad que puso a sus dos equipos en la recta final
Edición Impresa | 23 de Noviembre de 2025 | 03:17
Ni Santa Fe ni Rosario ni Córdoba ni Avellaneda pudieron conseguirlo. Sólo La Plata, a costa de una mezcla de piedad y milagro, alcanzó en un agónico lunes poder meter a sus dos equipos en la recta final. De los dos de Avellaneda, pasó uno solo: Racing: de los cordobeses, llegó nada más que Talleres; del par de Santa Fe, Unión será el único que defienda los colores de su ciudad; de Rosario, sólo Central (flamante y sospechoso campeón de último momento) alcanzó a esta instancia decisiva. Estos clubes encima disfrutan el haber dejado en el camino a su adversario de siempre.
Las ciudades futboleras son paisajes enfrentados que han crecido deseándole, al otro, lo peor. La rivalidad contribuye a darle identidad y sentido a la pasión deportiva. El mexicano Juan Villoro, en Los Once de la tribu, no pregona ni mucho menos los buenos modales ni la sana competencia entre los clubes. La cancha no es una muestra de cortesía vecinal ni un buen ejemplo de amor al prójimo “El fútbol –escribió- necesita tiempo y motivaciones exteriores para que los equipos se odien con precisión histórica”. La cuota de rencor y maldades, por supuesto, no deberían ir más allá de lo estrictamente deportivo. El playoffs por supuesto se encargará de repartir caprichosamente dicha y lamentos entre uno y otro. El hinchismo es la adicción más desinteresada. Para Martín Caparrós, “es el medio preferido para tomar partido sin que eso implique más que eso, el fanatismo de la nada”. Las ciudades, más allá de su historia, perfilan una parte de su verdadero carácter en estos incansables desafíos. Bioy Casares decía que la mejor manera de adquirir temple es hacerse hincha de un equipo perdedor. Los colores pueden amargar pero jamás defraudan. Nadie intercambia camiseta en los clásicos. La mayoría de los platenses –la Municipalidad debería cobrar una sobre tasa a los que no son ni del León ni del Lobo- le pondrá colorido a esas canchas donde la desazón y la alegría se desplegarán furiosamente.
Fue, admitámoslo, un cierre de torneo con suspenso multiplicado. La galopeada final de uno y otro es una de esas cosas inexplicables que tiene el fútbol. El clásico fue un caramelo malicioso que revivió a uno y enfermó al otro. Pero el destino los pone otra vez en la línea de largada, defendiendo desde trincheras contrarias la representación de una comarca que desde hace más de cien años sostiene a puro entusiasmo esta lucha interminable.
El fútbol es un linaje que se adquiere naturalmente en la infancia, cuando la vida es nada más que juegos. Y ese espíritu –en el fondo- lo sostiene y lo hace entrañable y eterno. Es un legado que no hace falta ponerlo en el testamento, está implícito en la estirpe familiar que después será como la contraseña heráldica de un señorío que sólo honra la pelota. Es la más desinteresada de las adicciones, a la que menos le pedimos y tanto nos embarga. Somos afiliados eternos a un hinchismo forjado entre victorias y derrotas, donde la cancha enseña que el error, el triunfo y la caída hay que aceptarlos porque son parte del cambiante fixture de la vida.
En esa territorio tan disputado y sagrado, el fútbol enseña de entrada que uno no existe sin el otro, que el adversario confirma y exalta nuestro espíritu combativo, que la atracción por la victoria es lo que mantiene vivo ese entusiasmo donde tu destino nunca está en juego, pero un gol te llega al alma, es una explosión de gozo que te lanza a los brazos de cualquiera. Seguir a tu club es el signo más primitivo de filiación, es hacerte a los 6 años dueño de una identidad que está más allá del documento, que ni se renuncia ni se negocia y que de alguna manera impone sobre tus hombros el sostenimiento de una pasión que viene desde tu infancia y seguramente se prolongará como otro apellido al amparo de unos colores que nos bautizaron para siempre. Volvamos a Villoro: “El estadio es un buen lugar para tener un padre. El resto del mundo es un buen lugar para tener un hijo”.
La Plata ya tiene a sus dos clubes en la final. Darle este regalo a la Ciudad, en la semana del aniversario, fue una gentileza del destino.
Bioy Casares decía que la mejor manera de adquirir temple es hacerse hincha de un equipo perdedor
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Alejandro Castañeda
afcastab@gmail.com
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