Los desafíos de la Cumbre climática global en la Amazonía
Edición Impresa | 9 de Noviembre de 2025 | 03:46
Belém do Pará, puerta de entrada a la Amazonía brasileña, se prepara para recibir a unos 50.000 delegados de todo el mundo en la Conferencia de las Partes número 30 (COP30). El encuentro se extenderá desde mañana hasta el 21 de noviembre y reunirá a representantes de gobiernos, universidades, empresas, organismos internacionales y pueblos indígenas para debatir los próximos pasos en la lucha global contra el calentamiento del planeta.
La elección de esta sede no fue casual. La ciudad está situada en la región donde el cambio climático deja marcas tangibles, y la consigna del presidente Luiz Inácio Lula da Silva resume el sentido de la convocatoria: “discutir la Amazonía en la Amazonía”. Brasil busca reposicionarse como líder ambiental y trasladar el debate desde los centros financieros hacia los territorios directamente afectados.
La COP30 marcará el décimo aniversario del Acuerdo de París, el compromiso internacional que estableció la meta de limitar el aumento de la temperatura global a 1,5°C. La cita tendrá, además, carácter de revisión: cada país deberá actualizar sus Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC), es decir, sus planes de reducción de emisiones.
El desafío es mayúsculo. Con las promesas actuales, el planeta se encamina hacia un incremento de entre 2,1°C y 2,6°C, muy por encima del límite acordado. Para los expertos, esta brecha refleja la urgencia de adoptar políticas más ambiciosas.
El climatólogo Eduardo Piacentini, exdirector del Departamento de Cambio Global del Servicio Meteorológico Nacional, destacó que la cumbre será clave para revisar compromisos y fortalecer mecanismos de cumplimiento frente a fenómenos extremos cada vez más frecuentes.
Clima y salud
La investigadora Matilde Rusticucci, del Conicet y la UBA, subrayó que uno de los temas emergentes será la relación entre cambio climático y salud humana. Desde 2021 funciona la Red de Clima y Salud para América Latina y el Caribe, que agrupa a más de 40 organizaciones médicas y ambientales.
El enfoque incluye la salud pública, ambiental y mental, así como especialidades como la pediatría y la medicina familiar. La red advierte que la región, pese a su riqueza biológica y cultural, enfrenta altos niveles de desigualdad que la vuelven especialmente vulnerable.
La presidencia brasileña organizó la agenda en seis ejes temáticos: transición energética; manejo sostenible de bosques y océanos; transformación agrícola; esiliencia urbana; desarrollo humano; financiamiento climático. Detrás de estos puntos se esconde la discusión principal: cómo financiar la transición ecológica. Aunque la COP de 2023 aprobó el Fondo de Pérdidas y Daños para compensar a países vulnerables, los aportes aún son insuficientes.
La meta global de movilizar 100.000 millones de dólares anuales sigue incumplida, y la nueva propuesta apunta a elevar esa cifra a 1,3 billones por año.
“Ahora es el momento de dejar atrás la inercia”, afirmó el diplomático André Corrêa do Lago, presidente de la COP30, al presentar la agenda.
Bosques tropicales como activo global
Entre las iniciativas más destacadas se encuentra la creación del Fondo Bosques Tropicales para Siempre (TFFF), una propuesta brasileña que busca remunerar a los países que preserven sus selvas. El fondo apunta a garantizar ingresos estables incluso cuando se alcance la “deforestación cero”, convirtiendo la conservación en una actividad económicamente viable.
La meta inicial asciende a 125.000 millones de dólares, con un primer aporte brasileño de 1.000 millones. El esquema plantea un cambio conceptual: los bosques dejan de ser territorio a explotar y pasan a considerarse activos globales con valor intrínseco.
La Amazonía cumple una función insustituible: absorbe el 15% del dióxido de carbono mundial y regula el régimen de lluvias en Sudamérica. Sin embargo, enfrenta amenazas crecientes como incendios, deforestación ilegal y expansión agrícola.
Brasil impulsa que la selva sea reconocida como “sujeto de derechos”, una idea inspirada en experiencias legales de países andinos. Este enfoque transformaría la protección ambiental en una obligación jurídica y no solo moral.
Los pueblos originarios tendrán participación activa en las deliberaciones, en línea con el Convenio 169 de la OIT, que garantiza el derecho a la consulta previa, libre e informada.
Transición energética y compromisos globales
Otro de los temas centrales será la transición hacia energías limpias. Brasil propondrá un acuerdo para cuadruplicar la producción de biocombustibles hacia 2035, mientras se debate el calendario global de abandono de los combustibles fósiles.
La Unión Europea llegará con la meta de reducir 90% de sus emisiones para 2040 respecto de 1990. Aunque el objetivo busca mostrar liderazgo, algunas organizaciones ambientalistas critican la flexibilidad concedida a ciertos países.
El financiamiento volverá a ser un punto de tensión. La UE informó que destinó 31.700 millones de euros en 2024, pero las necesidades de los países en desarrollo superan ampliamente esas cifras.
Transparencia y control ciudadano
Brasil también planea lanzar una plataforma digital de monitoreo para verificar el cumplimiento de los compromisos asumidos por gobiernos y empresas, buscando evitar promesas vacías o de “greenwashing”. La intención es fortalecer la rendición de cuentas y la confianza pública.
La COP30 no será solo una cita diplomática. Podría representar un punto de inflexión en la forma en que el mundo entiende la relación entre desarrollo y naturaleza. En la Amazonía confluyen comunidades que padecen los efectos del cambio climático, científicos que estudian sus dinámicas y gobiernos que buscan coordinar políticas de largo plazo.
Si logra acuerdos concretos, Belém podría ser recordada como el lugar donde la protección del planeta dejó de ser declaración y se convirtió en estructura. De lo contrario, será una nueva oportunidad perdida frente a una crisis que ya no admite demoras.
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