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Patricia Rodríguez Kerai es una platense profundamente vinculada con lo artístico. Escribe, pinta, da clases de canto, compone, toca la guitarra y el piano. También creó óperas y comedias musicales. ¿Su sueño? Estrenarlas. Ésta es su historia
Alejandra Castillo
acastillo@eldia.com
Si encasillar a cualquier persona está mal, intentar hacerlo con Patricia Rodríguez Kerai es directamente imposible. Profesora de canto, guitarrista, compositora de óperas y comedias musicales, artista plástica y escritora, pero también ex jugadora de tenis, vendedora y un largo etcétera que implica un eclecticismo sazonado con resiliencia y una buena dosis de talento.
Su conexión con la música arrancó desde temprano. A la edad en que los chicos aprenden los colores, los números y suman palabras a su vocabulario, Patricia se enamoró de la guitarra, aunque tocaba el piano vertical que había en su casa desde los 4 años. “Papá tocaba muy bien; estudió dirección orquestal con (Alberto) Ginastera y mamá también era profesora de piano, pero desde chica me llamó más la atención la guitarra clásica”, cuenta.
A los 5 comenzó a estudiar en un conservatorio de City Bell, igual que su hermano, sólo que él sí “leía música, mientras que yo escuchaba las obras que nos daban en la semana y las orejeaba, porque detestaba leer”. Después de unos meses, dejó, aunque “siempre seguí tocando y sacando cosas cada vez más complejas”.
Entre los 9 y los 10 años ingresó en la escuela de danzas clásicas del Teatro Argentino, antes de aquel incendio que lo devastó.
“Y me gustó -recuerda-; tuve el privilegio de conocer desde los subsuelos, salones espejados de la escuela y la mismísima sala lírica, donde tuve el honor de bailar como solista en el ballet infantil de Pedro y el Lobo”. Estudió hasta cuarto año, cuando las zapatillas de punta la convencieron de que aquello no era lo suyo.
“Mamá me propuso aprender tenis, porque ella lo había hecho, probé y me encantó. Me federé para Estudiantes de La Plata”, revela, dando cuenta de que no le pesaba entrenar a diario, levantarse a las 5 de la mañana para hacer frontón y jugar hasta las 18. “Llegué a ser campeona en La Plata, pero había comenzado muy tarde para figurar en el ranking Argentino”.
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Ya por los 16 años, algo tan fortuito como escuchar a Cacho Tirao camino a la escuela, en el auto de su padre, la conectó de nuevo con aquel primer amor de la infancia, para tocar “esas obras de Granados, Tarrega y otros grandes compositores”. Volvió donde lo había dejado, allí donde quedó: en el conservatorio de City Bell.
“Al principio conviví con las dos disciplinas, compartiendo mi tiempo entre el deporte y el instrumento. Pero llegó un punto donde mi pobre brazo derecho me comenzó a pasar factura, y se sentía agotado, sobre todo cuando tocaba, porque la motricidad fina chocaba con la fuerza de los golpes del tenis. Decidí dejar entonces, el deporte. Fui agregando horas de estudio en la guitarra hasta llegar a las ocho o nueve diarias”.
Cuando llegó el momento de decidir qué rumbo tomar, lo que en muchos casos implica elegir una carrera universitaria, Patricia optó por hacer las valijas y viajar a Estados Unidos, donde el arte y la música la marcarían a fuego, para siempre. “Cada espectáculo que veía era de un nivel increíble. Me fascinó ese país”, apunta, por lo que decidió estudiar en el “Santa Mónica City College”, donde tomó clases de teatro, fonética americana, comedia musical, piano, armonía y zapateo americano, entre otras cosas.
Visitó San Francisco, Las Vegas, Disney, y otros lugares que recuerda como “fantásticos”, pero el click lo sintió en el cuerpo y el alma cuando vio el musical Evita. “Me estalló el cráneo. Fue un antes y un después. Yo no podía creer que una sola persona compusiera semejante obra, con esa música tan poderosa y bella. Los solistas y el elenco cantaban y bailaban de manera impresionante”, resalta.
Pero entonces llegó Malvinas, esa guerra tan incomprensible como cualquier otra, sólo que a ella la convenció de volver a su país. “La idea era regresar a EE UU pero creo que en el momento que puse un pie en Ezeiza, ya descarté esa opción”.
Fueron años tumultuosos, en todo sentido. “En 1982 formamos una banda de Rock con tres chicos y comenzamos a ensayar tres veces por semana. Tres de los integrantes componíamos los temas. Yo tocaba los teclados y era la voz del grupo. Era el tiempo de Virus, Soda, La Torre… Me encargaba de llevar los “cassettes-demos” a los sellos discográficos”, hasta que llegó el tiempo del amor. Y también de los mandatos.
“Colgué todo otra vez, me inscribí en la facultad para ser traductora de inglés, y comencé a trabajar con mi padre en Capital vendiendo espacios de publicidad radial”. Con las ventas le fue bien. Con los estudios, no.
Se casó en 1988 y se mudó a una casa en la que no había guitarras ni piano, aunque no por mucho tiempo. Pocos meses después de la boda, quiso la casualidad que hiciera un negocio publicitario con “Casa América”, histórico local de instrumentos musicales que funcionaba en la avenida de Mayo. “Como el dueño me propuso un canje, me llevé a casa dos guitarras clásicas y un teclado de los mejores de ese tiempo”, que, sumados a una computadora que le permitía grabar en varios canales, germinaron la semilla de lo que luego sería su primer musical.
Retomó las clases de guitarra, como herramienta de composición. Bajo la tutela de su querido maestro Jorge Tsilicas creó preludios, estudios y hasta una sonata. Estaba feliz. Sin embargo, la vida le tenía preparados unos cuantos tropezones fuertes, que llegaron casi en simultáneo con la maternidad. Montaron un negocio familiar que “en menos de dos años me arrastró al peor desastre económico de mi vida”; reconoce Patricia.
A partir de 1994 trabajó en una empresa de telefonía móvil, lo que, en más de un sentido, la salvó en esos años agitados en lo personal, familiar y más allá. Hasta que lo dejó en una especie de “retiro voluntario” a fines de 2001.
“Estaba muy sumergida en los problemas que tenía que solucionar”. Hizo tres guiones de cine, continuaba con la guitarra, pintaba. Y, en 2002, viendo un video de Deep Purple con la filarmónica de Londres, no lo dudó más. Dijo y se dijo: “Vuelvo a la música”.
“Cuando escuché esa mezcla de rock con hermosas cuerdas, sentí que tenía que volver. Llamé a un colega platense con el que habíamos formado una banda veinte años atrás y le pregunté si se podía vivir de la música. ‘Se puede, me contestó’. Y otra vez, ya en forma definitiva, volví”.
Reconoce “Pato” que aquel “fue un año terriblemente duro. Tocábamos muy poco en algunos eventos o restaurantes y en casa vivimos debajo del nivel de la pobreza, pero pude salir adelante con las clases de canto”. Por aquel entonces empezó a escribir el musical Cleopatra, en los tiempos que le permitía el trabajo: los fines de semana. Tardó dos años en terminarla.
Mas adelante compuso un concierto para solistas, coro y orquesta. También un musical y una ópera biográfica de Alfonsina Storni, narrada con sus propios poemas, que estrenó en el teatro Coliseo Podestá en octubre de 2008. En 2010, en tanto, avanzó con una ópera de temática ecologista que se llamó “El Grito de la Madretierra”.
A pesar de muchas opiniones en contrario, considera Rodríguez Kerai que en Argentina “hay público para la comedia musical, sólo que es muy difícil producirla por los costos”.
A la hora de hablar de inspiración, cuenta que le gustan “las historias reales”; si es por trabajar y estudiar, prefiere siempre las mañanas, y, en cuanto al modo de componer, explica que primero surge “la idea general o tener en claro qué se quiere contar”, para que luego la propia dinámica de la creación haga lo suyo.
Desde hace ya un tiempo, lo que graba lo sube a su canal de YouTube, para que sea el público el que juzgue la calidad de cada obra, que Patricia considera como hijos. Aplica, dice, a cada música que compone, cada pintura que pinta, cada libro que escribe. Aunque admite que con sus propios trabajos es difícil mantener la objetividad, está trabajando en rehacer algunas obras en guitarra que realizó hace más de 30 años.
-Si aparece un genio y te ofrece hacerte realidad un sueño, ¿qué le pedirías?
“Estrenar las comedias musicales y las óperas”, responde Pato sin dudarlo ni un instante.
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