Desgaste, disputas y mala onda: la convivencia urbana, cada vez más complicada
Edición Impresa | 15 de Junio de 2025 | 03:18

“Ni me hablés; hay gente que ni te saluda, te tira la plata arriba del mostrador como si fueras un robot. Cuando no andan las apps, parece que es culpa tuya. Otros vienen de mal humor y se descargan con uno, o les parece que tardás en atender y te tiran la bronca, o se van con un desplante” admite Alejandro Godoy, que trabaja en un kiosco “24/7” de la zona de la Estación de Trenes local: “Yo hago turnos que a veces son de diez horas y trato de atender bien, amable, pero así cuesta no cansarse”.
El testimonio del trabajador, de 26 años, revela situaciones que son más comunes de lo que parecen, y afloran en todos los órdenes de la vida cotidiana de las grandes ciudades. Las podemos detectar a simple vista, y, sobre todo, descubrirnos de ambos lados del “mostrador”. La Plata no es excepción al déficit generalizado de una convivencia urbana basada en el respeto mutuo, la educación cívica y el atenimiento a normas básicas.
En distintas zonas de la Ciudad los ejemplos se multiplican. En las escuelas, por caso, el caos de tránsito en los horarios de entrada y salida es moneda corriente: autos estacionados en doble fila durante varios minutos, bocinazos, maniobras apuradas, conductores que bajan solo “un segundo” pero dejan el auto obstruyendo media calle. Padres o madres que se paran directamente frente a las puertas del colegio dificultando el paso a los peatones y obligándolos a bajarse a la calzada.
“Yo ya estoy curtido, hace veinte años que manejo, pero esto es una ruleta. Los ciclistas te cruzan como si fueran invisibles, hace un tiempo que andan descontrolados, se meten entre los autos en los semáforos...; y los pibes del delivery andan a mil, sin freno y sin mirar” cuenta Rodolfo Galante, remisero y conductor de Uber de 52 años, que todos los días sale temprano a trabajar desde su casa de La Loma: “si les decís algo, te putean como si el culpable fueras vos. Ya ni ganas de pelearme tengo”.
Ciclistas versus motoqueros. Paseadores de perros versus “runners”. Canes sin correa, haciendo necesidades en las plazas mientras los dueños miran a otro lado. Pasajeros de autotransporte abuelos versus pasajeros jóvenes “dormidos”. Garages tapados por coches mal estacionados. Mamás con cochecitos, esquivando a todo el resto. Todos son parte del problema.
Vecinos que sacan la basura a cómo dé lugar, a cualquier hora. Otros que podan fuera de escala y tiempo, y no sólo dañan los árboles sino dejan parvas de ramas juntando mugre por días en las veredas. Empleados públicos y bancarios que atienden en cámara lenta versus clientes prejuiciosos. Un caleidoscopio de intolerancia. “Es un tema de educación”, aseveran muchos.
NI SALVADORA NI ESPECTADORA
“Circula en el aire una idea: la escuela como institución capaz de moldear la sociedad. Como si al construir allí una convivencia sana, trabajar el respeto y promover una educación cívica responsable, estuviéramos formando a los futuros adultos de una nueva ciudadanía. Pero no. Ojalá fuera tan simple -y al mismo tiempo, menos mal que no recae en la escuela esa única responsabilidad-. La escuela es un reflejo más del sustrato social. Si la sociedad está mal, la escuela también lo está. Vamos juntos, codo a codo, sufriendo en el microcosmos de un patio de primaria lo mismo que en la cola del súper, en el club o al cruzar Plaza Italia” señala el pedagogo y docente Facundo Stazi.
“Muchos docentes sienten que la falta de rigor actual debilita un modelo de escuela que educaba para la vida cívica” advierte Stazi: “Otros, en cambio, entienden que estas flexibilidades permiten que muchos chicos que de otro modo no estarían— hoy sigan estando en una escuela”.
“Lo que comienza a sentirse como consenso en el mundo educativo es que la escuela necesita un cambio verdadero. No cosmético” aclara Stazi: “y en la vida cotidiana tenemos que volver a cruzarnos en el club, a dejar que los chicos salgan a andar en bici por el barrio... A mí ya nadie me hace un ring raje. ¿Qué les pasa a los pibes? ¿Dónde están haciendo amigos, juntando coquitos? Es ahí donde uno aprende que el otro importa, que tiene valor y que merece lo más valioso que tengo: mi tiempo”. “Tenemos que dejar de pensar al otro como amenaza” concluye el experto: “Hay que volver a plantar árboles cuyas sombras nunca vamos a disfrutar. Saludar. Abrazarnos más. Sacarnos los auriculares en el micro. Solos, no existimos. Vale mil veces más chocar los cinco con el flaco que me atiende en el súper que cualquier ‘like’ en una foto de un café con leche”.
UNA NUEVA CONVERSACIÓN
“Me llega que alguien está pensando sobre el ‘déficit’ en una convivencia basada en el respeto, la educación y las normas, y me interesa de inmediato” admite la psicóloga platense Tamara Sparti: “siento que se trata de algo que muchos venimos pensando, y más aún, sintiendo. En mí se produce una suerte de traducción: pienso en las nuevas formas de establecer lazos. En las dificultades actuales para vincularnos”.
“Lo deficitario es siempre en relación con algo que funcionaba, o al menos parecía hacerlo. ¿Qué es, entonces, lo que hoy no está funcionando? Si es un fenómeno de época, ¿cómo funcionaba en otros momentos?” se cuestiona la profesional: “Históricamente hemos entendido la construcción de subjetividades como un proceso en relación con otros; otros ‘significativos’ que se constituían en referentes. Ideales necesarios para imitar, o bien para transgredir. Los padres, los maestros, los grupos barriales o deportivos, funcionaban como orientaciones. También como ensayos de encuentro con el otro”.
“Por suerte, todavía hay espacios donde esto ocurre: la escuela, ciertos grupos de estudio o trabajo, algunos vínculos íntimos...” repasa Sparti: “ Quienes trabajamos en el campo de la salud mental, orientados por el psicoanálisis, sabemos que de lo que se trata es de escuchar el malestar. No desoír el padecimiento. Hacerlo hablar. En este sentido, es fundamental el lugar que debemos ocupar los adultos: como transmisores, como responsables comunitarios. Tal vez, la gran apuesta sea, en lo pequeño, en lo cotidiano, recuperar el registro del otro”.
EL PAPEL DEL URBANISMO
Las ciudades no sólo deben planificarse para el tránsito vehicular, sino también para las formas en que las personas se encuentran, interactúan y comparten el espacio público. Estas ideas son el corazón de algunas de las corrientes contemporáneas más valoradas a la hora de la planificación. “Una ciudad se mide también por la amabilidad de su convivencia”, sentenció el prestigioso urbanista danés Jan Gehl. Esto implica diseñar los espacios urbanos partiendo de las necesidades sociales: Gehl definió el enfoque con una frase tajante: “Primero las personas, luego los lugares, luego los edificios; de otra forma, nunca funciona”.
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