Hace tiempo dejé de creer en la política

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Por FERMÍN

Abasto

Se habla mucho de la importancia de participar, de involucrarse, de votar con conciencia, de informarse, de “no quedarse afuera de lo que pasa”. Yo lo intenté. Leí diarios, escuché radios, hasta me peleé en sobremesas familiares defendiendo tal o cual postura.

Pero la verdad es que ya no creo en la política. Me preocupa el precio de la comida, la inseguridad en la calle, las oportunidades que no aparecen, la incertidumbre que se repite año tras año. Lo que no puedo es confiar. Las promesas se repiten como slogans de publicidad y la vida de la gente común sigue igual o peor. Y entonces uno se cansa. Tal vez sea un error, porque entiendo que no creer en nada deja a otros la libertad de decidir por mí.

Pero también siento que el descreimiento es una forma de defensa: de cuidar lo poco que me queda de entusiasmo. Yo ya no creo en la política, pero sigo creyendo en las personas. Quizás ahí esté la única salida: en lo que hacemos entre nosotros, sin esperar que venga alguien “de arriba” a arreglarnos la vida.

 

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