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El historiador y tradicionalista Carlos Risso reeditará su libro sobre Miguel Cajaraville y su caballo Decano, que participaron de la campaña del Ejército de los Andes
La batalla de Chacabuco, grabado de Gericault
MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE
¿Por qué razón un joven del antiguo Pago de la Magdalena, de una zona que hoy es Bartolomé Bavio, respondió al llamado de José de San Martín y se sumó a las fuerzas que reclutaba en la “Pampita” (hoy la porteña plaza San Martín) donde el Libertador adiestró al cuerpo de Granaderos, ya con vistas a la campaña de los Andes? ¿Sintió que la patria le reclamaba a todo criollo tener vocación de héroe?
Así que abandonó trabajo rural y se sumó a la gesta sanmartiniana. Lo comprobado es que Miguel de los Santos Cajaraville (1794-1852), a sus 18 años de edad, el 5 de abril de 1813 sentó plaza de cadete en el recién formado Regimiento de Granaderos a Caballos. Cabe recordar que un mes antes ese cuerpo había tenido su bautismo de fuego al derrotar a los españoles en las barrancas del Paraná, en la recordada batalla de San Lorenzo del 3 de febrero de 1813.
El que conoce a fondo la vida mítica de Cajaraville es el historiador y tradicionalista platense Carlos Raúl Risso (1952-). El biógrafo de aquel joven paisano alude al amor patriótico que le había despertado la revolución contra España: “Cajaraville formó parte del grupo que en Mayo de 1810, que fue llamado de los “chisperos” y que comandaron French y Berutti. Junto a Pueyrredón, Escalada y con otros muchachos quinceañeros, se pusieron a la orden de French y Berutti, para repartir escarapelas. Y se esmeraron en hacerlo también con los vecinos españoles, para que se sumaran. Ellos llevaron al pueblo la chispa de la Revolución y por eso se los llamó chisperos”.
Risso alude a la extrema austeridad con que San Martín debió preparar a los granaderos. A tal punto que, para ser reclutados como tales “debían llevar dos caballos, la montura y armas. “De modo que el joven Cajaraville, que tuvo seis hermanos, tres mujeres y tres varones, porteños que luego pasaron a vivir en la estancia de los padres-- reunió esos avíos, eligió dos caballos “colorados” -uno de ellos llamado Decano de la estancia paterna ubicada en el entonces pago de la Magdalena- y se integró al cuerpo que libraría batallas libertadoras en Chile y Perú.
Cajaraville, cuya vida legendaria merecería una serie de Netflix, formó parte del batallón que San Martín – “literalmente obligado y a regañadientes, porque los derivaban hacia otros fines”- le debió prestar al Ejército del Norte que comandaron Belgrano y Rondeau, Así que peleó en esa guerra de frontera y en la perdidosa batalla de Sipe-Sipe murió uno de sus dos caballos, “cuyo nombre no puedo encontrar aunque lo estoy rastreando”, dice Risso.
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Cajaraville formó parte del batallón que San Martín le debió prestar al Ejército del Norte
“El caballo que sobrevivió pelearía en Chile, hasta que Cajaraville luego de pedir la baja por una grave enfermedad (Mal de Tabardillo, más conocida como tifus) volvió con Decano al pago de la Magdalena”, reseñó el historiador. Como se sabe, hace pocas semanas se inauguró en la ex estación ferroviaria de Bartolomé Bavio un monumento con las figuras de Cajaraville y el caballo Decano, con un grupo de criollos del lugar y algunos forasteros que se sumaron al homenaje.
El desempeño de Cajaraville en las principales batallas de Chile –las de Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú, así como en Talcahuano y otros encontronazos menores con los españoles- fue tan destacado que San Martín, siempre remiso a exaltar todo personalismo, lo elogió ante las tropas en una proclama que pronunció horas antes de la decisiva batalla de Maipú. Corresponde recordar que el ejército del Libertador venía de la sorpresa y derrota en Cancha Rayada.
Allí dijo San Martín: “Conciudadanos: el orgulloso vándalo ha creído que siempre lo han de ayudar las sombras de la noche, y en este juicio avanza osadamente insultando vuestra bravura. Él viene a precipitarse en su sepulcro, y ya han sabido abrírselo en las cercanías de San Fernando los valientes granaderos al mando del guapo capitán del cuerpo, Cajaraville. Os presento el parte recibido en este día por vuestra satisfacción”. En esa campaña alcanzó el grado de teniente coronel.
Estas palabras de San Martín se encuentra publicadas en “Gaceta de Buenos Aires” del 8 de abril de 1818 por Galván Moreno en su artículo “Bandos y Proclamas del Gral. San Martín”.
En 2012 publico Risso su libro titulado “El guapo de San Martín” y ahora busca publicar una edición corregida y aumentada, entre otros motivos para salir al cruce de algunos “avispados” que, dijo, “están publicando versiones plagadas de falsedades históricas sobre este tema”. Lo cierto es que también debe influir el hecho de que la historia está empezando a prestarle mayor atención a la figura de Cajaraville.
Luego de pedir la baja por una grave enfermedad, volvió con Decano al pago de la Magdalena
Hay datos dispersos, pero que reúnen suficiente elocuencia. En las horas aciagas de Cancha Rayada –dice Risso- al ordenar San Martín la retirada, Carajaville al comando de un grupo de soldados dispersos ocupó la retaguardia, cubriendo las espaldas de los que a tientas buscaban salvar vidas, armas y pertrechos. De modo que fue retrocediendo en sangriento contacto con la vanguardia española, cargándola y rechazando sus ataques, hasta que en la zona de San Fernando los revolvió con una sableada magistral”.
Fue ese desempeño el que logró que Osorio, el general español, desistiera por temor a lo que pudiera pasarle si llegaba en su avance hasta Santiago. Por eso la arenga de San Martín con su elogio a Cajaraville fue justa, no exagerada”, agrega.
Risso recuerda que a fines de los 90 “revisando una colección de “Revista El Caballo”, encontré en el ejemplar N° 124 de mayo de 1954, un breve comentario titulado “Decano” firmado por “Scissors”, en el que se refería a “un noble e histórico caballito criollo”, con el cual el soldado “Cajaraville” había realizado la campaña del Ejército del Norte y de los Andes, y retornado con él al “establecimiento de campo que poseía en el pago de la Magdalena”.
Siguió diciendo que las noticias que dan los historiadores en ningún momento refieren el nombre de la estancia familiar, pero sí se sabe que en 1796, el español Don Andrés Cajaraville (casado con la porteña María Engracia Miguens y padres del soldado), compró al presbítero Antonio Rodríguez, una fracción de tierra situada en “los Montes Grandes, pago de Magdalena”, con frente al Río de la Plata por 3.5 leguas de fondo, cuyo origen se remontaba a los repartos de mercedes efectuados por Juan de Garay en su entrada a las tierras del sur después de refundar Buenos Aires.
El desempeño de Cajaraville fue tan destacado que San Martín lo elogió ante las tropas
Risso –autor de libros sobre la gauchesca, presidente honorario de la Academia del Folklore bonaerense- fatigó bibiliotecas, archivos y diarios de época para sus investigaciones y, además, entrevistó a descendientes de Cajaraville, entre otros a María Angélica Cajaraville (Keka), en el viejo casco de “La Esperanza, ubicado casi enfrente de la Escuela Agraria.
Cajaraville volvió de baja, se repuso y cinco años después fue citado por el gobernador Martín Rodríguez para que volviera como teniente coronel al ejército porteño de la década del 20, para quedar absorbido por las guerras civiles. Participó en numerosas batallas. Debió marchar al exilio durante la época de Rosas, volvió después de Caseros y poco después murió en la ciudad de Buenos Aires el 12 de diciembre de 1852.
Risso tiene entre sus manos la posibilidad de exaltar con una nueva edición la vida de una figura casi desconocida pero legendaria para la historia de la Argentina.
La categoría de mito que alcanza Cajaraville -así como la de su caballo Decano, que algunos datos falsos dijeron que fue el caballo que utilizó San Martín- incita aún más al historiador- a ponerse a la altura. Claro que también nuestra zona –entre otras entidades, por ejemplo, las escuelas- le deben mucha mayor atención y gratitud a este héroe del pago de la Magdalena.
Monumento a Miguel de los Santos Cajaraville y su caballo Decano. Al pie del pedestal, el historiador Carlos Risso
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