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El cura que deja los hábitos para apostar al matrimonio

Leonardo Belderrain solicitó su dispensa como sacerdote para poder concretar su propio proyecto de familia. Y sueña ahora junto a Silvina, su pareja, un proyecto de boda y un futuro con hijos

El cura que deja los hábitos para apostar al matrimonio
14 de Abril de 2001 | 00:00
En su casa de Gonnet, a la que llama "El Muelle", Leonardo Belderrain (45), juega cerca de la piscina con su perro "Noé" (un San Bernardo), mientras Silvina (34), su pareja, ordena algunas cosas de la casa. Nada que pudiera llamar mayormente la atención si no fuera porque Belderrain, en febrero pasado, fue quien solicitó su dispensa como sacerdote para poder realizar su propio proyecto de familia, aunque como él mismo señala, "seguiré siendo sacerdote hasta mi muerte".
"Sucede que me enamoré -cuenta Belderrain con toda naturalidad- y comencé a percibir que el amor de una mujer me podía humanizar más, me podía hacer más hombre y hasta mejor sacerdote. Porque creo que existen distintos caminos para el sacerdocio, y el que yo escogí ahora también puede ser uno de ellos".

Leonardo Belderrain es también doctor en Bioética, estudió Teología en España y en Florencia, pertenece a una arraigada familia platense -sus padres son médicos- y a los 19 años ingresó al seminario de la Arquidiócesis de La Plata, donde posteriormente fue ordenado, junto a sacerdotes como Carlos Cajade y Mario Ramírez, por el entonces Arzobispo de La Plata, monseñor Antonio Plaza.
"En aquel tiempo -señala- nuestros modelos eran el padre Mugica y Marcos Gerber, quien murió en un accidente provocado, y me tocó vivir tiempos muy complicados, pero yo admiraba a estos modelos que entregaron su vida repitiendo la de Jesús. Por entonces comencé a militar en el movimiento de Peregrinos a Luján, en la religiosidad popular y a trabajar en barrios carenciados de Berisso".
Antes de eso, Belderrain había abrazado la religión impulsado por sus modelos, "en una época de grandes líderes como Luther King o Ghandi. Por entonces mi vocación era política, y quise desarrollarla a través de la religión como bien pudo haber sido a través de otra actividad. Pero fue ya en el Seminario cuando me enamoré de Jesucristo, cuando se despertó en mí la verdadera vocación religiosa".
Luego de permanecer un tiempo en Europa estudiando Teología, Belderrain regresó al país para ejercer su sacerdocio en la Arquidiócesis de Quilmes. "En la Iglesia siempre hubo un gran pluralismo -destaca- en La Plata estaba Quarracino y en Quilmes, Novak, dos expresiones bastante diferentes. Pero también coexistían De Nevares, Angelelli, y más recientemente la hermana Peloni. Yo adherí a esa línea y me fui a Quilmes junto al padre Novak, un par entre pares; sentí que podía crecer con esos obispos, que me respetaban. No niego que en la Iglesia había también otras expresiones, aunque siempre creí que la Iglesia estaba en uno, y que, más que condenar, lo más correcto era seguir los dictados de nuestra propia conciencia y sentimiento".
Luego de ejercer en Quilmes, Belderrain vió en la capilla del parque Pereyra Iraola al ámbito ideal para desarrollar su cometido. "Estaba abandonada -recuerda- y pedí autorización para arreglarla y trabajar allí, que fue lo que hice en los últimos diez años".
Una mañana de hace cuatro años atrás, Belderrain comenzó a formularse preguntas que lo inquietaban. "Una vez, mientras me bañaba -recuerda- me pregunté qué pasaría si, como el servicio militar obligatorio, el celibato se aboliera; ¿qué deberíamos hacer los sacerdotes? Esa idea rondaba por mi cabeza, y también me asaltaban las dudas tras celebrar un casamiento, en la felicidad que esperaba a esas parejas. También pensaba en Noé, en la importancia que le daba a las parejas. Yo había tenido relaciones solamente afectivas con mujeres, pero desconocía cómo el amor puede completar más íntegramente la vida de un hombre".

Hasta que un 18 de agosto, una fecha muy especial para el padre Belderrain, conoció a Silvina, su actual pareja.
"Es una fecha muy especial -señala- porque un 18 de agosto fue el día de mi ordenación; fue también el día que ingresé a la capilla de Pereyra; y es también el día de Santa Elena. Fue también el día que casi pierdo a mi perro Noé. Y cuando la conocí a Silvina sentí por primera vez en mi vida algo muy especial. Ella, que es abogada, hacía también danzas africanas, y una vez al ver su espectáculo sentí que en su danza había también algo religioso, un ritual".
En la coincidencia de fechas, lo que Belderrain llama "sincronicidades", el entonces párroco creyó encontrar un mensaje de Dios. "No tanto un mensaje -corrige- eran más bien boyas que se me presentaban en mi camino y en las que debía reparar".
Fue así que luego de profundas meditaciones, de extensas charlas con compañeros sacerdotes, Belderrain solicitó lo que define como "un pedido de dispensa para un proyecto de familia. No es un abandono del sacerdocio sino todo lo contrario, es un camino distinto para ser mejor hombre y mejor sacerdote, es una forma de creer en los propios sueños".
Leonardo Belderrain cuenta sin tapujos que la suya es, simplemente, "una gran historia de amor", y que el celibato no es un mandato evangélico -"Dios no pide eso", señala- sino una disciplina que pide la Iglesia que, a su entender, debiera ser optativa. "En el siglo XII -explica- el celibato era una elección, y actualmente hay muchos sacerdotes que piden que vuelva a ser así. Y creo que, efectivamente, en el próximo siglo volverá a ser así".
Diferencia también lo que es el celibato de lo que es la castidad. "La castidad es no manipular al otro, no aprovecharse del otro. De hecho, una persona bien integrada en pareja puede ser más casta que una célibe".
Auspicia también el crecimiento de las mujeres en la Iglesia, la unión y la armonía de la pareja, y cuenta que su actitud ha merecido respuestas muy positivas. "Cuando solicité la dispensa -destaca- el obispo Novak me apoyó fuertemente y me alentó en mi determinación, al igual que muchos compañeros de sacerdocio. También hace poco tiempo, una persona me pidió una meditación en una boda, y cuando le expliqué sobre mi situación, me contestó 'si usted dejó todo por una mujer, más todavía quiero que esté en mi casamiento".
Los domingos, mientras tanto, en "el muelle", la casa que comparte junto a Silvina, Belderrain comparte el evangelio con sus amigos, "ya que yo estoy dispensado de la eucaristía, pero para ellos y para mí, sigo siendo un sacerdote".
Y mientras continúa trabajando en la recuperación de adictos y en terapia de parejas, Leonardo Belderrain bosqueja un proyecto de boda y un futuro con hijos, aunque aclara que "todavía no tenemos fecha de casamiento, ya que por ahora estamos disfrutando de lo que es una etapa de noviazgo".
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