Apuntes que alguna vez escribí sobre Horacio Ferrer, Pablo Neruda, Hermenegildo Sábat, Federico García Lorca y Atahualpa Yupanqui

HORACIO FERRER - DE TEOREMAS A POEMAS

 

En aquellos días de nuestros primeros pasos en la Facultad de Ingeniería, y mientras en nuestra habitación de estudio intentábamos descifrar algún enigmático teorema del álgebra o las leyes fundamentales de la gravitación universal, solíamos estar acompañados por la música de Astor Piazzola, que desde el disco nos acercaba su disidente bandoneón.

Muchas veces, también, mientras realizábamos en nuestra mesa de dibujo algún trazado de geometría, nos envolvía la "asordinada" voz de Amelita Baltar, transitando las tardecitas de una Buenos Aires, que tenían "ese qué se yo ... ¿viste?...”

Eran épocas de una vieja "Spica" que por las tardes nos acercaba un "Show del Minuto" de cinco horas unipersonales de duración, que Hugo Guerrero Martinheitz -peruano, periodista y parlanchín-, construía diariamente por LR3, Radio Belgrano.

Hermoso tiempo de estudiante que nos permitió disfrutar plenamente de todos aquellos acentos musicales y poéticos, detrás de los cuales descubrimos que estaba la magia creativa de Horacio Ferrer, un uruguayo declarado años más tarde Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires y que fuera también alguna vez un aventajado estudiante de matemáticas en las aulas universitarias de nuestra Montevideo.

Letrista de Piazzola, jerarquizó con la autenticidad de sus versos desde la "Balada para mi Muerte" a la ópera-tango "María de Buenos Aires", pasando por "Viva el Tango", exitosas obras del acervo popular rioplatense.

Las paredes de un Café Tortoni, tradicional y único, le inspiraron voces y rimas ciudadanas, mientras concretaba su radicación definitiva en la capital argentina, a fines de la década de los ´60, momentos en los que también tomaban vida los más célebres movimientos culturales y musicales de toda Latinoamérica.

Presidente de la bonaerense Academia Nacional del Tango, autor del "Romancero Canyengue", de "El Libro del Tango" y, más recientemente, de "El Siglo de Oro del Tango", Ferrer ha llegado con sus frases, sus verbos y su bohemia, hasta las Universidades de Oxford y de la Sorbona, reconociéndosele su indiscutible talento y su trayectoria como destacado historiador e investigador del ritmo del dos por cuatro.

En la porteña esquina de Corrientes y Callao existe una placa colocada a modo de merecido homenaje que reza: "Esquina Horacio Ferrer". Por otro lado, las ediciones de textos de Ferrer recalan junto a la Fragata Libertad en cada puerto visitado por el navío argentino, siendo distribuidas junto con el célebre Martín Fierro, difundiendo la obra de este distinguido creador compatriota, que ha poblado la cultura de nuestros pueblos de belleza y misterio, de sentimiento e imágenes, con estilo inconfundible.

Decir Horacio Ferrer es sustantivar nuestra música ciudadana, es bautizar un río de metáforas, es grabar un tramo de la vereda por la que transita el mapa de nuestra mejor identidad.

 

 

PABLO NERUDA - CUANDO LA POESÍA NO CANTA EN VANO

 

“Neruda significa un hombre nuevo en América, una sensibilidad con la cual abre todo capítulo emocional americano. Su alta categoría arranca de su rotunda diferenciación”

(Gabriela Mistral, poeta chilena, Premio Nobel de Literatura)

 

Su nombre y apellido recorrerá todos los rincones de la tierra en este 2004 que estaremos comenzando a transitar en pocas horas.

A exactamente cien años de su nacimiento, Pablo Neruda será epicentro, eje y motor de millares de acontecimientos y eventos culturales en todo el mundo, en especial en nuestra América hispano parlante.

La figura del genial chileno será, seguramente, evocada con la fuerza y la admiración de las generaciones vivientes que han tenido, desde los más diversos ángulos y en los más remotos lugares del planeta, oportunidad de acercarse al legado de este poeta cumbre.

Concursos, conciertos, exposiciones, vídeos, publicaciones, filmes, conferencias y muchas otras actividades delinearán y ratificarán la vigencia de su brillante obra.

Sin duda resulta demasiado escaso este espacio para sumar, en una adecuada dimensión, nuestro anticipado homenaje y plasmar siquiera en una muy ajustada síntesis, una modesta adhesión a tantos hechos distintivos a llevarse a cabo en el transcurso del año.

Neruda (1904-1973) fue y continúa siendo, tal vez, el más acabado y fiel referente de la poesía latinoamericana del siglo XX y quizás el poeta más traducido de nuestro idioma. Hace mucho tiempo ingresó, para quedarse definitivamente, en el territorio de la mitología y, entonces, no es muy sencillo hallar algo realmente novedoso para aportar acerca de su monumental y trascendente obra.

Para su compatriota y famosa escritora Isabel Allende “la poesía de Neruda es esencial, es un amor por las cosas, es el tocar el sonido, la textura”. Y lo reafirma al confesar “a mí me sirvió para comenzar a escribir, para saborear las palabras y conectarme con los sentidos”.

En opinión de nuestro Mario Benedetti “sus poemas son, antes que nada, ‘palabra’ y señalan la gran sensibilidad ante el lenguaje y el gran poder verbal”.

Leer o releer a Neruda es siempre una ventana a un mundo de mensajes testimoniales y su renovada presencia nos atrapa y lo hace universal; tal la colosal calidad que liberan sus poemas, que ameritan el esfuerzo de un detenimiento para su cabal comprensión.

En una tan fugaz como enriquecedora visita que hiciéramos hace algún tiempo a su residencia en Isla Negra tuvimos ocasión de acercarnos más al autor de “Crepusculario” (publicado cuando tenía sólo 19 años de edad) y adentrarnos en los jugosos tramos de su impactante vida de incansable coleccionista de mágicos objetos, de idealista constructor de casas exóticas, de soñador empedernido, impulsado siempre, a partir de la intelectualidad de su pensamiento, a cambiar el rumbo en pos de hacer mejor la sociedad humana.

Comprobamos allí cuánto amaba el mar y las pequeñas maravillas de la tierra: relatan sus biógrafos que buscaba insólitas piedras, llaves extrañas, botellas verdes o azules, máscaras, muñecas, mascarones de proa de viejos barcos y hasta conchas marinas de grandes dimensiones trabajadas por el océano durante siglos, siendo además un asiduo visitante de los mercados y de las tiendas de anticuarios.

Neruda sabía que la poesía y la belleza estaban en todas las cosas, especialmente en las de todos los días, indispensables para nuestra existencia. Solía decir que “siempre me buscan para que explique mi poesía y yo no sé explicarla”. Nunca recordaba de memoria ni uno solo de sus versos, ni siquiera los más famosos. Tampoco leía sus propios libros, a los que acudía solo cuando realizaba alguna disertación formal, a las que el público asistía a escucharle con recogimiento y admiración bíblica.

Su sublime y temperamental labor poética ha sido como su propia respiración y en su conjunto es casi su autobiografía. Jamás fue un espectador del mundo en el que le tocó vivir, sino que supo ser un protagonista activo y comprometido. Asimiló a su lírica la nieve, los bosques, los volcanes, las flores, el paisaje, los pájaros, el mar, el desierto y fue amigo entrañable de grandes poetas como García Lorca, Alberti y Hernández, entre otros.

De su magistral discurso en la Real Academia de Estocolmo, el día en que recibiera el Premio Nobel de Literatura, en 1971, rescatamos, para concluir, estas memorables frases:

“Yo no aprendí en los libros ninguna receta para la composición de un poema y no dejaré impreso a mi vez ni siquiera un consejo, modo o estilo para que los nuevos poetas reciban de mí alguna gota de supuesta sabiduría.

Pienso que la poesía es una acción pasajera o solemne en que entran por parejas medidas la soledad y la solidaridad, el sentimiento y la acción, la intimidad de uno mismo, la intimidad del hombre y la secreta revelación de la naturaleza. Y pienso, con no menor fe, que todo está sostenido: el hombre y su sombra, el hombre y su actitud, el hombre y su poesía en una comunidad cada vez más extensa, en un ejercicio que integrará para siempre en nosotros la realidad y los sueños, porque de tal manera los une y los confunde.

No sé si aquellas lecciones que recibí al cruzar un vertiginoso río, al bailar alrededor del cráneo de una vaca, al bañar mi piel en el agua purificadora de las más altas regiones, era aquello que salía de mí mismo para comunicarse después con muchos otros seres, o era el mensaje que los demás hombres me enviaban como exigencia o emplazamiento. No sé si aquello lo viví o lo escribí, no sé si fueron verdad o poesía, transición o eternidad, los versos que experimenté en aquel momento, las experiencias que canté más tarde.

El poeta debe aprender de los demás hombres. Es preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio, para llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía. En esa danza o en esa canción están consumados los más antiguos ritos de la conciencia: la conciencia de ser hombres y creer en un destino común.

El poeta no es un ‘pequeño Dios’. El mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree Dios. Él cumple su majestuosa y humilde faena de amasar, llevar al horno, dorar y entregar el pan de cada día, con una obligación comunitaria. Y si el poeta llega a alcanzar esa sencilla conciencia, ésta podrá convertirse en parte de una colosal artesanía, de una construcción simple o complicada, que es la construcción de la sociedad, la transformación de las condiciones que rodean al hombre, la entrega de la mercadería: pan, verdad, vino, sueños.

Si el poeta se incorpora a esa nunca gastada lucha por consignar cada uno en manos de los otros su ración de compromiso, su dedicación y su ternura al trabajo de cada día y de todos los hombres, el poeta tomará parte en el sudor, en el pan, en el vino, en el sueño de la humanidad entera. Sólo por ese camino inalienable de ser hombres comunes llegaremos a restituirle a la poesía el anchuroso espacio que le van recortando en cada época, que le vamos recortando nosotros mismos. Necesitamos colmar de palabras los confines de un continente mudo y nos embriaga esta tarea de fabular y de nombrar.

Cada uno de mis versos quiso instalarse como un objeto palpable, pretendió ser un instrumento útil de trabajo, aspiró a servir en el espacio como signo de reunión donde se cruzaron los caminos, o como fragmento de piedra o de madera con que alguien, otros que vendrán, pudieran depositar los nuevos signos.

Nuestras estrellas primordiales son la lucha y la esperanza. Hace hoy cien años exactos, un pobre y gran poeta, escribió esta profecía: ‘Al amanecer, armados de una ardiente paciencia entraremos en las espléndidas ciudades’.

Yo creo en esa profecía de Rimbaud, el vidente. Tuve siempre confianza en el hombre. Por eso tal vez he llegado hasta aquí con mi poesía y también con mi bandera.

    En conclusión, debo decir a los hombres de buena voluntad, a los trabajadores, a los poetas, que el entero porvenir fue expresado en esa frase: sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres. Así la poesía no habrá cantado en vano”.

 

 

HERMENEGILDO SÁBAT - SIMPLEMENTE, MENCHI

 

            El trazo tan irónico como artístico, tan musical como satírico, tan realista, como humorístico, tan culto, como sagaz, -aunque siempre humanista y genial-, de un Hermenegildo Sábat, más vigente que nunca, ha vuelto recientemente a Montevideo y es por ello que no desperdiciaremos la ocasión de dedicarle algunos párrafos a este uruguayo que quien escribe “descubriera” allá por la década de los años ´70 en las páginas del Diario “La Opinión”, de Buenos Aires, a través de sus celebradas caricaturas y retratos, de Kafka o de Marilyn Monroe, de Perón o de Duke Ellington, de García Lorca o de Richard Nixon. Y así, también, se lo hacíamos saber personalmente, en una fugaz pero enriquecedora charla que mantuvimos con él, en oportunidad de su anterior muestra en esta Capital, hace un par de años atrás.

            En 1946, a los 13 años de edad, Hermenegildo -”Menchi”- Sábat ya publicaba sus dibujos en una revista universitaria. Tres años más tarde sus obras comenzaron a transitar ininterrumpidamente destinos de éxito con su reproducción en Europa, Oriente y América del Norte, además de toda nuestra Sudamérica.

            Sus premios han ido, en lo nacional, desde el Gran Premio de la Bienal de Punta del Este (1974) al Premio Pedro Figari (Banco Central del Uruguay, 1998), y en lo internacional galardones de la talla del Premio María Moors Cabot (Universidad de Columbia, Nueva York, 1988).

            Las obras de Sábat han entrado en la historia cultural del Río de La Plata; sus caricaturas se inscriben en el arte mayor como una variante destacada del viejo género del retrato. En ellas, su lápiz y su talento, su pincel y su ingenio, toman las formas de la acidez y la mirada penetrante sobre lo esencial de sus personajes. Pero, por sobre todas las cosas, introduciéndose en sus flaquezas, sus puntos débiles, atacables, sus defectos amplificables, sus características subrayables.

            La búsqueda que ha hecho de plasmar en color, o en blanco y negro, las imágenes que los rioplatenses llevamos dentro de nosotros, de nuestros personajes más admirados o más odiados, más representativos o más controvertidos, los más ilustres y aún los desconocidos, ha significado siempre un deleite, un arte indiscutible, el gozo de un paseo por la galería de un siglo que toca a su fin. Sus “gardeles” o sus “troilos”, sus “piazzollas” o sus “borges” son memorables y únicos. Es que Sábat se ha empapado de Buenos Aires, (afincado allí hace 34 años) donde la crítica local siempre lo mantuvo, merecidamente, en el más alto de los sitiales y  donde se le venera como a uno de sus hijos más queridos.

            Dibujante por excelencia, desde el principio al fin, en Sábat la línea y sus juegos, los perfiles y sus sinuosidades, son dominantes. Con la curiosa sutileza de sus trazos urticantes y la excelencia de su intención caricaturesca, el artista compone -milagro de síntesis- sus “formas deformadas” y le da vida al personaje y a su anécdota, a su rostro y a su atmósfera.

            Los hay quienes opinan que, en realidad, “hay, al menos, ocho Sábat en Menchi Sábat: el dibujante, el caricaturista, el pintor, el periodista, el poeta, el escritor, el fotógrafo y el músico”. Es que de todo ello ha dado muestras a lo largo de su trayectoria apegada a las más diversas manifestaciones del arte y su erudita y seria pasión por la cultura y sus representantes.

            Tal vez esto no ha sido otra cosa que el resultado de “traerlo en la sangre, como parte de una herencia...” como él mismo lo confiesa, de su abuelo homónimo (1874-1932), a quien dice debérselo todo, a pesar de no haberlo conocido. Aquél, un dibujante, caricaturista y pintor español, radicado en nuestro país, que sucedió a Pedro Figari como Director de la Escuela Nacional de Artes y Oficios de Montevideo, en 1917, había fallecido poco antes de que Menchi naciera.

            En las telas y óleos de Hermenegildo Sábat nieto habitan el testimonio y una ejercitada y abundante memoria visual y sensorial. Esos son los elementos que alimentan el modelo que las manos dibujan/pintan con hondo y fino contenido estético, pericia técnica y una fuerza arrolladora trasmitida en cada imagen, que el artista crea, quizás sin quererlo, para la posteridad.

            El “ángel” que Menchi logra ejercer y difundir en cada uno de sus trabajos ha sido parte del rito de su paso por muestras y presentaciones por las más destacadas y afamadas galerías y museos imaginables. Corolario de lo que decimos son los reiterados elogios del público y de los más severos especialistas, así como su valiosa presencia en el acervo de Instituciones, de todo color y calibre, como también formando parte de colecciones privadas de ambas márgenes del Plata y del exterior.

            Por su obra gráfica y pictórica ha discurrido la actualidad, imbuida de permanente sensibilidad y eso le imprime una vigencia sin tiempo, ni límites, abriéndole ese espacio al que sólo los grandes tienen acceso.

 

 

FEDERICO GARCÍA LORCA - UN ANDALUZ PARA RECORDAR

 

            Tan sólo tenía 38 años de vida cuando en un aciago agosto de 1936, en un rincón solitario de la Sierra Morena (ante los ojos asombrados del paisaje de Granada, su provincia, su paisaje) un piquete de las milicias nacionalistas, que lo había secues­trado de su propia casa, descargaba sobre él sus fusiles salvajes y asesinos.

            Pero sus homicidas jamás imaginarían que hoy, a las puertas del tercer milenio, en un pequeño país, - tan distante de aquella casi descono­cida localidad de Fuente Vaqueros, a orillas del río Genil que lo vio llegar al mundo -, estaríamos también celebrando el primer centena­rio del natalicio de este andaluz, grande entre los grandes, poeta y dramaturgo de nuestro siglo y de nuestra lengua.

            Federico García Lorca (n. 5 de junio de 1898), uno de los máximos exponentes de la denominada “generación del 27” sigue vivo en el aire que respira el habla hispana, a quien obse­quió, a lo largo y a lo ancho de su incontenible torrente de intelectualidad, no sólo su obra litera­ria, vital, vasta y conmovedora, sino también sus ideales y su compromi­so social.

            Durante su paso por la Residencia de Estudiantes de Madrid supo compartir su mejores sueños con quienes le cono­cieron. Por allí también pasaron desde el legendario y monu­mental poeta chileno Pablo Neruda, hasta destacadísimos compa­triotas suyos, como los escritores Rafael Alberti y Juan Ramón Jiménez, el cineasta Luis Buñuel y el pintor Salvador Dalí, entre otros.

            Licenciado en Filosofía y Letras y en Derecho en la facultad de Granada, García Lorca tuvo la enorme virtud de captar, producto de su contacto fecundo con la gente del campo, un infrecuente conocimiento del pueblo español, su cultura, su arte, su folklore, su historia y sus costumbres.

            Ese bagaje de conocimientos, sembró en este granadino de mirada tan oscura como penetrante, de sonrisa franca y de carácter alegre y entu­siasta, esa semilla de universalidad que supo trascender a través de su incomparable poesía lírica o popular, surrealista o comprometida, y de su virtuosa drama­turgia, (farsa, comedia, tragedia y hasta de vanguar­dia) que recorre aún hoy todos los escenarios del mundo en las voces de elencos de las más diversas nacionalidades.

            No es aventurado afirmar que ninguna otra obra poética de nuestro tiempo ha alcanzado la difusión, la influencia y el prestigio de su “Romancero Gitano”, aparecido originalmente hacia 1928 y reeditado en innumerables oportunidades en los cinco continentes, y en el que se hallan, como en síntesis, todas las inspiraciones líricas de España: desde la poesía popular de Lope de Vega hasta el preciosismo poético de Góngo­ra.

            García Lorca maravilla a quien se asoma a su lectura, fascina a quien se acerca a su verbo y a su acento sin par y logra producir esa sensación indescriptible que solamente pueden provocar los grandes maestros de la literatura univer­sal.

            Viajero incansable (de Granada a Madrid, para estudiar, más tarde por toda España, luego por los Estados Unidos, Cuba, América del Sur, especialmente por la Argentina), fue fundador de la revista “Gallo” y del teatro ambulante “La Barraca” (grupo universitario que recorría toda España poniendo en escena obras de Calderón de la Barca, Lope de Vega y Cervan­tes) y cultivó incontables amigos, como el caso del afamado músico andaluz Manuel de Falla, con quien dio vida a la “Fiesta del Cante Jondo”, participando también en las repre­sentaciones de “El amor brujo”, obra maestra del compositor, muerto más tarde en el destierro.

            Cada 19 de agosto se cumple un aniversario más desde que García Lorca falleciera trágicamente a manos del autoritaris­mo, pero su legado permanece intacto. Han traspasado fronte­ras, además  de las obras de su autoría ya citadas, entre otras: “Libro de poemas” (de sus años adoles­centes), “Canciones gitanas”, “Mariana Pineda”, Poeta en Nueva York”, “Canto fúnebre a Ignacio Sánchez Mejías”, “Seis poemas galle­gos”, “Diván de Tamarit”, El maleficio de la mariposa”, “La zapatera prodigiosa”, “Doña Rosita la soltera”, “Bodas de Sangre”, “Yerma”, “La casa de Bernarda Alba”, “Así que pasen cinco años” y “El público”.

            Hoy en día puede tomarse contac­to con noticias, eventos, homenajes, exposicio­nes, conmemoraciones y hasta nuevos desafíos cinematográficos relacionados con Federico García Lorca, así como con reedicio­nes de sus obras, emisiones de CD y la realización de espec­táculos musicales y teatrales que recogen sus mejores y más famosas páginas, de modo de pasar revista a los hechos y momentos más significativos de la trayectoria de este fecundo e inolvidable granadino.

 

 

ATAHUALPA YUPANQUI - LAS PENAS SON DE NOSOTROS...

 

Veinticuatro años de edad tenía Atahualpa Yupanqui cuando en el otoño de 1932 llegó a Uruguay como exiliado, resultado del fracaso de un movimiento insurgente en apoyo del entonces derrocado presidente argentino Hipólito Yrigoyen, del que había participado.

En nuestro país residió alrededor de dos años antes de retornar a su patria, para afincarse en Rosario (Santa Fe) una vez dictada la amnistía para los radicales que luchaban contra el régimen conservador.

Montevideo se le presentó como una ciudad que tenía prejuicios como para detenerse a escuchar el canto de los paisanos que contaban las cosas humildes de nuestra tierra. En su libro "El canto del viento" escribiría, más tarde: "Escucho a jóvenes cantores de hermosa voz y simpática apariencia que andan por ahí entonando cantares de Brasil, de Argentina, de México, de Chile. No está mal, pero está mal. Es que no se han hecho amigos del viento. Es que no han aprendido la lección de los desvelados... Y son uruguayos. Aman a su tierra, pero las urgencias les van acortando la vida. Y pasan por la tierra sin haberla traducido".

Sin embargo, camino al sur de Brasil, “me encontré con ‘el otro Uruguay’, el del interior, tan semejante a su propia pampa natal. En ese interior deambulan guitarreros y poetas como Risso, los Herrera, los de Viana”.

Yupanqui recordaba siempre su pasaje por los pueblos del interior y su emoción por el encuentro con "ese imponderable Juan Pablo, el anónimo, el payador de viejas estancias, el trovero sin suerte de los Pueblos de Ratas, el narrador de cuentos que endulza los eneros en Aiguá, el cantor de los anchos caminos entre Rocha y Lascano, el florido juglar de Valle Edén". De esa época sería una canción dedicada al Uruguay que tituló “Poema para un bello nombre".

En su andar por nuestra geografía el talentoso pergaminense se convirtió en un profundo admirador de Artigas. Son suyas estas afirmaciones realizadas en su tierra argentina: "Siempre admiré una frase que me hubiera gustado que fuera nacida de este lado, pero nació enfrente, en el Uruguay. Es algo que una vez dijo Artigas: "Con libertad, no ofendo ni temo"... todos los discursos de Artigas tenían la inspiración de un paisano".

Atahualpa Yupanqui (1908-1992) enorme figura del canto americano, no pudo evitar ser un referente para muchos de nuestros más destacados creadores e intérpretes de la poesía y la música popular de raíces nacionales. Y este concepto involucra, entre otros trascendentes exponentes, a Osiris Rodríguez Castillos y a Santiago Chalar, a Alfredo Zitarrosa y a Daniel Viglietti, solo por señalar algunos herederos de su internacionalmente reconocida trayectoria.

Héctor Roberto Chavero adoptó desde muy joven el nombre con el que lo identificarían en todo el mundo y sin proponérselo el significado de la palabra Yupanqui ofició casi como un presagio: "Has de contar; narrarás" es lo que este vocablo implica en el idioma de los incas.

Los avatares políticos provocaron que aquel primer exilio uruguayo no fuese el último. Luego de ser duramente torturado, en 1948 volvió al Uruguay. “En mi país me acusaban de todo, hasta del crimen de la semana que viene... Desde esa olvidable época tengo el índice de la mano derecha quebrado. Una vez pusieron sobre mi mano una máquina de escribir y luego se sentaban y saltaban sobre ella. Buscaban deshacerme los dedos pero no se percataron de un detalle: me dañaron la mano derecha y yo, para tocar la guitarra, soy zurdo...”

De un reportaje que Viglietti le realizara al autor de “El payador perseguido”, con quien estableció una fuerte amistad desde que se conocieran en París, pueden extraerse estas frases:

-          ¿El Uruguay fue como una segunda patria para usted?

-          Fue. Me lo conozco bastante. Viví dos años. Refugiado, porque no podía trabajar en la Argentina. Tampoco me dejaban cruzar, no tenía documentos, era la época de Perón.

-          ¿Cómo es el Uruguay?

-          Y, para mí, extraordinario. Todo lo que se parecía a lo paisano yo no tenía que buscarlo mucho. Yo no precisaba ir a una estancia a ver boleadoras, rebenques; ni potros, ni actitudes. Con observar a mi familia ya estaba, ya estaban todos los paisanos. Eso me ocurría con el Uruguay. Encontrar, por ejemplo, el lenguaje marinero en los paisanos del Interior; que no estaban muy cerca del mar; "Qué tal, cómo te va, fulano?/Y ahí andamos, boyando, hermano, boyando/. Eso escuché de los paisanos”

La obra de Yupanqui no se limitó a poemas y melodías, varios libros integran su prolífica producción. Uno de ellos "Aires Indios" fue editado aquí en Montevideo en el año 1943, en el cual recogía una serie de exposiciones que había ofrecido en escuelas y liceos, en nuestro país.

Yupanqui siempre privilegió el silencio al ruido. “Siempre me estremecí ante el silencio, ese silencio total que nunca pude agregar a mi música". Tal silencio y la cultura indígena marcaron profundamente toda su obra. Desde su niñez, moldeada en la tradición familiar, junto a las peonadas de las estancias comenzó a descubrir simultáneamente la dignidad y las carencias de los trabajadores. Su imagen siempre estuvo relacionada con la problemática social. "Yo señalo la injusticia en que vive el hombre. Yo no estoy llamado a arreglar políticamente nada, porque no soy político, y seguramente no serviría para serlo, pero cuando hay un bache en la calle y veo que se rompen las ruedas de los autos, es como quien va y le dice al intendente: -vea que se están rompiendo los autos, hay un agujero ahí", explicaba.

Todo en Yupanqui tiene una bella profundidad. Testimonió su tiempo:  "Si la pena mía es la pena de mucha gente, si el tajo que yo recibo es el de muchos, entonces ya empieza a interesar a los demás. La consecuencia de mi trabajo es reflejar la realidad de los hombres, la pobreza no la inventé yo... pero a veces le canto. El primer deber del hombre es definirse; ubicarse como testigo de un viejo pleito entre la mentira y la verdad".

Su poesía, de alguna manera, permitió a la gente arriesgar cuál podría ser su verdadera ideología. Su silencio, en cambio, jamás permitió dar por seguro nada.

Resultado de una conversación con Atahualpa Yupanqui, extraemos unos textos elaborados por Alfredo Zitarrosa, amigo del creador de la memorable “Luna tucumana”:

"Don Atahualpa es un hombre cercado, desde hace mucho, principalmente por su notoriedad, que no ha sabido superar. No nació para lucir smoking y animar la fiesta, firmar autógrafos, recibir aplausos. No goza con eso, no puede. Nació para crear, con humildad y obstinación; para elegir con certeza, entre todas las canciones posibles, la más bella, la más honda para la mayoría, la más antigua, la menos suya. Y lo hizo durante años, décadas, cárceles, injurias, fugaces ternuras, hasta el cansancio más enorme."

En ese reportaje, Yupanqui explicaba: "La milonga es un pretexto del hombre, es un ritmo que se diferencia según las regiones... Cada cincuenta leguas cambia de modo la milonga; no de ritmo, cambia de modo, de trampita, cada cincuenta leguas... La milonga de Bahía Blanca es distinta a la de Santa Fe, la de Tandil es diferente a la de Treinta y Tres."

Y Zitarrosa le decía: “Afortunadamente para nosotros, los que cantamos, usted empezó primero, todo, aquí, sobre esta tierra. Y yo sé que nos ama. Se nota en las arrugas del cuello de su camisa, en su forma de cortar la carne, en esa manera de usar nuestros prejuicios en su contra, en su asumida obligación de estar solo y morir así, separado, para bien de los árboles, caballos, hombres y caminos que viajan en sus canciones."

Amigo de celebridades de la cultura como Cortázar, Edith Piaf, Neruda, Paul Eluard, Picasso y tantos otros, la obra de quien fuera galardonado "Caballero de las Artes y de las Letras de Francia", entre otros reconocimientos internacionales de envergadura, sería imposible de enumerar sin olvidos imperdonables. Sus trabajos forman parte de los libros de texto de primaria y secundaria en Francia y en 1985 fue premiado en Alemania Federal como el autor del mejor disco grabado por un artista extranjero.

Otro uruguayo, el recordado poeta Romildo Risso, con quien Yupanqui, según los investigadores tuvo, durante la residencia de ambos en la ciudad de Rosario, una relación de alto contenido creativo, fue el autor de numerosos poemas que han quedado inmortalizados a partir de la música que en cada caso le compusiera el afamado guitarrista: Los ejes de mi carreta, El aromo y Canción de los horneros, están entre ellos.

Un deseo de Don Ata, cercano a su muerte, fue recogido posteriormente por diversas fuentes y ahora lo traemos aquí para finalizar: "Cuando muere un poeta, no deberían enterrarlo bajo una cruz sino que deberían plantar un árbol encima de sus restos. Con el tiempo, ese árbol tendrá ramas y un nido y en él nacerán pájaros. De ese modo, el silencio del poeta se volverá golondrina”.

 

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