DESTAORIYA 1

Con estos apuntes inauguro una breve serie de crónicas que tienen que ver con experiencias personales y vivencias cotidianas que han perfumado algunos momentos de los treinta y cinco años que llevo siendo ciudadano de a pie de esta Montevideo, plagada de rincones cautivantes para los de la orilla de enfrente y poseedora de historias y anécdotas de mayor valor que las que recorreré en estas líneas. No obstante me animo a compartir con los amigos visitantes y lectores del blog aquellas situaciones que me han parecido interesantes de narrar someramente.

 

No fue fácil que mis oídos se acostumbraran a escuchar a los uruguayos decir “tangerina” para nombrar a la mandarina. Justamente, yo que provengo de la ciudad argentina capital nacional de la citricultura, me encontraba ante un término que referenciaba a la popular fruta, tan jugosa, dulce y sabrosa, que mis recuerdos atesoran como una de mis preferidas desde mi infancia.

 

La denominación con la que tropezaba al llegar aquí, más me traía reminiscencias de una ciudad de Marruecos, de privilegiada ubicación geográfica a orillas del Mediterráneo, que de aquella fruta que rellenaba los bolsillos de mi pantalón corto cada domingo en Concordia, al ir a ver a mi cuadro favorito, en cancha propia o ajena.

 

Tangerina. Tardé bastante tiempo en asimilar ese nombre. Y al final está casi perdido, por no decir olvidado, en el Montevideo de hoy en día. Prácticamente se ha visto derrotado por la “mandarina” tanto en las góndolas pitucas de los grandes supermercados como en los cajones destartalados de las ferias vecinales, pasando por el léxico de la gente.

 

No es este el espacio para el debate que por allí aún subsiste en cuanto a que una es diferente de la otra o que una desciende de la otra o que “tangerina” siempre fue un apodo y no un nombre científico reconocido como el de “mandarina”.

 

Allá a la distancia aún veo aquellas imperdibles mandarinas robadas de la quinta cercana al campito donde jugábamos “a la pelota” y que se transformaban en el delicioso bálsamo para la sed incontenible que el calor entrerriano abraza al deportista, sin olvidar también a las mandarinas del “fondo de casa”, esas que colgaban de su planta, endulzándose al necesario sol para tentarnos a un postre, tan cotidiano como irrenunciable.

 

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