Raros retratos de una guerra que no se mostró

Ya sea por el aparato de censura militar que funcionó durante la guerra o los decomisos sufridos luego por los soldados argentinos al caer prisioneros, la mayoría de las fotos que se conservan de Malvinas parecen tener alguna intención: la de mostrar el ánimo en alto de las tropas o los rostros de los vencidos. Lo cierto es que entre unas y otras se hace evidente un vacío: el de la guerra en su cotidianidad. Con los años, sin embargo, algunas pocas y extrañas imágenes han venido a llenarlo. Se trata en su mayoría de fotos que los propios soldados lograron escamotear a las requisas, fotos que cuentan pequeñas historias pero de profundo dramatismo, fotos como las que logró traer a La Plata Daniel Mussis.

Miembro de la Xº Brigada de Infantería, Mussis llegó a Malvinas una semana después del comienzo del conflicto junto a otros cerca de cien conscriptos de la clase 62 que llevaban un año de instrucción en La Plata. Junto a ellos fue destinado al antiguo cuartel de los Royal Marines en Moody Brooke, una de las últimas posiciones de defensa antes de Puerto Argentino, y allí pasó gran parte de la guerra en una trinchera hasta que se produjo el ataque inglés y luego el repliegue.

“Al principio éramos unos ciento veinte hombres en Moody Brooke, pero para entonces quedaríamos trece o catorce soldados y dicen que dos suboficiales. La mayoría se había replegado ya hacia Puerto Argentino y nosotros teníamos órdenes de quedarnos ahí”, recuerda Miguel Bustamente, otro de los conscriptos de la Xº Brigada y el muchacho que aparece en una de las fotos sosteniendo un fusil.

Era el 10 de junio de 1982. Frente al avance de las tropas. inglesas, el gobernador militar de las islas, Luciano Benjamín Menéndez, ya había ordenado dar cese al fuego y rendirse, pero en Moody Brooke no sabían nada de eso aún. La tarde anterior los muchachos de la Xº Brigada habían visto morir a tres compañeros suyos durante el ataque rasante de un Sea Harrier, y esa misma noche iban a observar el fuego cruzado de la batalla de Monte Longdon desde su posición. En aquel momento gozaban sin embargo de un rato de tranquilidad en medio de los constantes bombardeos.

“Serían como las diez de la mañana cuando la encontré. Estaba adentro de una encomienda abierta, entre las tantas que llegaban a Moody Brooke y que quedaban ahí sin repartirse. Era una máquina casera, pero tenía rollo, así que empecé a sacar fotos”, cuenta Mussis, quien dice que en medio de la locura que vivían por aquellos días todo se dio de la forma más natural: al verlo aparecer con aquella cámara, sus compañeros salieron de las trincheras y empezaron a posar.

Lo cierto es que la mañana de la fotos fue la última que pasaron los muchachos de la Xº Brigada en Moody Brooke. Tras la batalla de Monte Longdon, ellos mismos revolvieron mudar de posición para ubicarse unas decenas de metros colina arriba, en Sapper Hill, donde esperaban presentar una mejor defensa a las fuerzas británicas. Su decisión los llevó sin embargo hacia una trampa.

“Al amanecer vimos desde Sapper Hill que los gurkas avanzaban a unos docientos metros de donde estábamos nosotros, y atrás de ellos se veían los helicópteros sobrevolando Monte Longdon. Por más que quisiéramos replegarnos, a esa altura ya no podíamos: de un lado había una quebrada muy profunda, y de los otros dos lados un campo minado. Nosotros mismos habíamos visto cómo lo minaba la gente del BIM 3”, cuenta Miguel.

“Cuando los gurkas se estaban ya acercando apareció de pronto el capitán Irigoyen, el jefe de nuestra unidad. ´¿Qué hacen acá soldados? -nos dijo-. Puerto Argentino ya se rindió`. Nosotros también debíamos rendirnos. El problema era que nadie estaba dispuesto a hacerlo con los gurkas: no te perdonaban”, explica.

“La única alternativa era entonces replegarse a través del campo minado. ‘Acá se ven los huevos, soldados’, dijo Irigoyen que tenía una voz aflautada y encaró él primero. Había como medio metro de nieve y nosotros lo seguimos en fila india unos diez metros atrás. Así cruzamos el campo minado, que tendría unos doscientos metros de ancho, y llegamos hasta un camino donde fuimos tomados prisioneros”, relata Bustamante.

“Al replegarnos me llevé la cámara conmigo -recuerda Mussis-, pero como supuestamente íbamos a quedar prisioneros, le saqué el rollo y la tiré. Después mis compañeros me ayudaron a esconderme el rollo entre las piernas con una venda. Casi no podía caminar, pero así pasé varias requisas y logré traerlas. Por nada del mundo iba a dejar que me lo sacaran. Era las únicas fotos nuestras ahí”.

Treinta años más tarde esas imágenes circulan como un tesoro entre los veteranos platenses de la Xº Brigada. Para muchos de ellos no sólo son el único testimonio gráfico de su paso por la guerra, acaso también el de una extraña mañana sin demasiado margen para imaginar un porvenir.