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Intimidades de una hazaña solidaria

Para Lautaro Lasagna, el de ayer quizá haya sido el día más especial de su vida. Acaba de concretar la hazaña de cruzar a nado el Río de la Plata y alcanzar el récord de ser, a los 19 años, el hombre más joven que lo logra. Y entregó en la Casa Cuna una montaña de pañales que reunió para darle al desafío un contenido solidario. De su experiencia habló con EL DIA

25 de Enero de 2013 | 00:00
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Intimidades de una hazaña solidaria

Clic para ampliarTrece años después, al salir del agua convertido en la persona más joven en cruzar a nado el Río de la Plata, lo primero que Lautaro Lasagna recordó fue la tarde remota en que su padre le hizo el desafío casi como una broma: “Mirá cuando cruces el río nadando”, le dijo mientras los dos paseaban por Punta Lara y miraban ese horizonte de aguas que se perdía en el cielo. Lautaro tenía seis años y hacía apenas dos que iba a natación, pero aquella lejana ocurrencia paterna nunca más se le borró. “Me quedó grabada para siempre -reafirma ahora, todavía cansado tras el esfuerzo enorme que le demandó el cruce-. Desde los seis años que quería cruzar el río, y todo por esa idea que aquella tarde tuvo mi viejo”.

A sus 19 años y apenas un día después de concretar la hazaña de recorrer los 42 kilómetros que unen las costas uruguayas con las de Punta Lara, Lautaro iba y venía por su casa de 7 entre 529 y 530 sin poder creer del todo que el logro estuviese cumplido. “Todavía no caigo -resumía-. Durante más de diez años tenía este sueño en la cabeza y me parece increíble haberlo hecho”.

Difícil de creer pero imborrable para la memoria. “Después de salir a las cuatro y media de Colonia -recordó Lautaro-, en la oscuridad total del río, lo que más me impresionó de la travesía fue el amanecer. Nunca me lo voy a olvidar: cuando empezó a clarear en medio del agua fue como estar en un sueño. Un momento de paz total. No se oía nada. Lo único que sentía eran mis brazadas y mi respiración, y el cielo que se iba iluminando de naranjas y rosas y el sol que iba apareciendo en el horizonte, nada más. Era todo perfecto”.

Durante su travesía, que duró 13 horas y 59 minutos, Lautaro estuvo acompañado por su padre, Leonardo (45), que iba en un kayak, y por una lancha en la que viajaban su hermano, su entrenador y su nutricionista. “Ellos me daban fuerza y me preguntaban cómo estaba, pero la verdad es que mientras nadaba yo no escuchaba nada. Al que podía ver siempre al lado mío era a mi viejo. Lo suyo fue tremendo: hace dos meses se compró el kayak para acompañarme a entrenar. Me dijo que no iba a poder cruzar remando porque se moría, y sin embargo salió y llegó conmigo. Estuvo durante todo el cruce remando a mi lado”.

Ayer, mientras escuchaba a su hijo, Leonardo se inflaba de orgullo y agregaba: “Mi idea era ir en el kayak las primeras cinco horas, pero al ver el esfuerzo que estaba haciendo él, sentí que yo no podía aflojar. Y no aflojé. Llegué destrozado como él, pero no aflojé”.

Para hidratarse y alimentarse, Lautaro frenaba cada 15 minutos, se acercaba a la lancha de su entrenador y, siempre en el agua y cuidando de no quedarse quieto para no acalambrarse, tomaba una bebida concentrada preparada por su nutricionista para no descompensarse. “Frenaba un minuto y medio -detalló Lautaro-, que era el tiempo que demoraba tomando esta bebida o comiendo alguna fruta. Tenía que tomar un litro por hora para no deshidratarme”.

La salida de Colonia en medio de la oscuridad total, el silencio fantasmal del río cuando ya no se veía ni la costa que acababa de dejar ni a la que estaba por llegar, o el amanecer de sueño que experimentó Lautaro a las pocas horas de emprender la travesía, son sólo algunos de los tantos recuerdos de una aventura que comenzó acaso cuando él tenía apenas seis años, pero ninguno tan dramático como el que empezó gestarse en el tramo final, cuando faltaban unos quince kilómetros y, ya en el canal de acceso a la costa local, la ribera ensenadense se asomó en el horizonte como algo lejano pero posible.

“Tenía corriente en contra y no daba más, ya no sentía el cuerpo -recuerda Lautaro-. Era un tramo que tendría que haberlo cruzado en tres horas y tardé casi seis por la corriente. Fue desesperante: mi hermano me alentaba tanto que se tiró a nadar al lado mío para darme fuerzas”.

La bravura del río era tal, que hizo desviar a Lautaro del trazado original y lo terminó obligando a realizar un recorrido total de 48 kilómetros. “Nunca tuve miedo pero ahí pensé por un instante que no llegaba. No daba más. Pero bueno: veía la costa tan cerca y me decía que tenía que seguir, como sea. No podía aflojar. Hacía trece años que tenía ese sueño en la cabeza y no lo podía abandonar justo en ese momento”.


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