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Crece en Europa la tendencia a abandonar las ciudades para emprender una vida nueva en contextos rurales, muchas veces, viejos pueblos abandonados. La movida poco tiene que ver con el concepto de “nuevo hippie”, que, sin embargo, se instaló en el imaginario colectivo. Los neorrurales son personas que tienen, sobre todo, un proyecto económico estable, y un interés por cultivar su relación con la naturaliza y la comunidad
Migrar desee las ciudades a zonas despobladas o pueblos abandonados es una tendencia que en España se registra hace más de 20 años, pero que actualmente vive un momento de esplendor. Angel Panigua, geógrafo y miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas español (CSIC) se dedicó a estudiar el tema. Y dice que calificativos como “hippie”, “raro” o “alternativo” tienden a mitificar los casos de ruralidad.
“La mayor parte de la gente que se muda a estos territorios –explica el experto– es porque quiere tener un proyecto de vida, que entra en la normalidad de las situaciones que tenemos todos. Es decir, que acepta sus responsabilidades económicas”.
El sustento y el trabajo, entonces, constituyen una de las bases fundamentales para que el día a día de un “urbanita” funcione en el campo. Incluso, subraya Paniagua, “comenzar un proyecto allá, puede ser tan difícil, como en una zona urbana”.
Hoy en día, sin embargo, existen organizaciones que ofrecen información y asesoramiento de manera gratuita a aquellas personas que planean asentarse en pueblos con problemas de despoblación.
Es el caso de la Fundación Abraza la Tierra, que desde hace más de una década presta este servicio en las comunidades españolas de Aragón, Castilla y León y Castilla la Mancha, así como en países vecinos, entre estos, Portugal.
Eva María González, coordinadora de esta iniciativa sostenida por 18 grupos de acción local, comenta que cualquier persona, pareja o familia, interesada en comenzar un nuevo proyecto cerca al campo, tiene que tener claro cómo se va a ganar la vida.
“Eso es lo más importante –enfatiza– pues si bien en estas zonas se puede vivir con menos dinero porque los servicios de vivienda y educación suelen ser más baratos, se necesita un mínimo de ingresos para subsanar las necesidades, especialmente si hay hijos de por medio”.
Es por esto, que varias de las iniciativas de traslado no se materializan. Según los cálculos de González, de las más 12.000 solicitudes que desde 2007 ha recibido su fundación, solamente 1.300 han conseguido su objetivo.
Si bien, González percibe que “el interés por ir a vivir al medio rural crece exponencialmente”, según Paniagua, “las consecuencias cuantitativas de este fenómeno, en término demográficos, son estables”. Es decir que, “el balance entre las personas que van de las zonas rurales a las urbanas, o al contrario, está prácticamente estabilizado”.
De acuerdo con Paniagua, este fenómeno “engloba un abanico muy grande de casos, que incluye a diferentes personas, entre ellas, las que migran porque tienen una oferta laboral, que no son tampoco muchas, las que tienen dificultades económicas y, por cuestiones hereditarias o sociolaborales, se mudan al pueblo de sus ancestros; las que se jubilan, las que buscan radicarse en un entorno que consideran más adecuado y su profesión le permite movilidad espacial, o, simplemente, aquellas que planean formar una familia y piensan que es mejor instalarse en una zona rural”.
“Hay que considerar -resalta el geógrafo Ángel Paniagua- que la movilidad de la población es un factor y un derecho de todos”. De esta manera, las zonas rurales no se puedan ver como un container, sino como un fluido de territorios y personas que se interrelacionan
Según los datos de la fundación Abraza la Tierra, el perfil que más se repite es el de “parejas, en torno a los 35 años, con estudios universitarios, que están planteándose construir una familia”, afirma González.
Por lo general, la mayoría de estos ciudadanos se insertan en el sector de los servicios y la hostelería, ya sea para emprender su propio proyecto o emplearse. Esto, afirma González, debido “al amplio patrimonio cultural y artístico que tienen estos territorios”. Sin embargo, Paniagua percibe cierta saturación de oferta y de competencias en este sector.
Sucede todo lo contrario en el ámbito de la agricultura y la ganadería. Los expertos aseguran que son los sectores que menos empleo ofrecen a la población de afuera. Según González, “porque son explotaciones pequeñas, familiares, que no necesitan de mano de obra y entre los mismos integrantes se acomodan”. Además, explica Paniagua, porque “la inversión que tiene que hacer ahora mismo una persona para tener una explotación de la tierra económicamente viable es muy grande”.
ENTRE EL CAMPO Y LA CIUDAD NO EXISTE RIVALIDAD
De acuerdo con Paniagua, por lo general quien se traslada de la urbe a una zona rural fomenta el tejido social. Es decir, que esa rivalidad o confrontación con la que se suelen presentar los estilos de vida de estos dos universos no son del todo ciertos.
“No se trata de dos bloques tan homogéneos, ni tan antagónicos como se cree, ya que el medio rural es muy complejo y no hay que caer en simplismos”, afirma el experto.
Pocas de las iniciativas de traslado no se materializan. De las más 12.000 solicitudes que desde 2007 ha recibido la Fundación Abraza la Tierra, solamente 1.300 han conseguido su objetivo
“Hay que considerar –resalta Paniagua– que la movilidad de la población es un factor y un derecho de todos”. De esta manera, las zonas rurales no se puedan ver como un “container”, sino como un fluido de territorios y personas que se interrelacionan. Entonces, enfatiza el investigador, “todo el mundo tiene derecho a vivir donde considere oportuno, tanto el agricultor que quiere pasarnor r el invierno en una capital, como el `urbanita´ que va al pueblo”.
Por lo general, las personas creen que quienes viven en entornos más naturales, donde habitan un número reducido de habitantes, tienden a ser más conscientes del valor de la vida en comunidad. Y aunque Paniagua no dista de esta idea, sí la matiza, pues según él, “los valores unidos al concepto de ruralidad se han mitificado mucho”. Si bien, explica, “el vivir en una comunidad pequeña imprime cierto carácter a las personas, hay muchos valores que están entrecruzados”.
De acuerdo con el investigador, existen zonas rurales donde se observa la pérdida de la comunidad, lo que “demuestra que no siempre este tipo de grupos vive sobre unos únicos valores que se le han asignado tradicionalmente, y que suelen ser sublimados”.
Para la coordinadora de Abraza la Tierra, quien vive en una comarca al noreste de Segovia, en España, las personas interesadas en hacer este cambio, casi siempre, apelan a la calidad de vida: “Quienes dan este paso –cuenta– tienen más tiempo para compartir con sus familias y fortalecer sus relaciones de amistad”.
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