

Portada del libro “Fashion Victims: The Dangers of Dress Past and Present”, de Alison Matthews David.
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Portada del libro “Fashion Victims: The Dangers of Dress Past and Present”, de Alison Matthews David.
Especial para EL DIA
de National Geographic
Una tarde de 1861, mientras estaba sentada en su casa, la esposa del poeta Wadsworth Longfellow, Fanny, se prendió fuego. Las quemaduras fueron tan severas que murió al día siguiente.
Según el obituario, el fuego se había originado cuando “un fósforo o un trozo de papel encendido alcanzó su vestido”.
Por esos días, no era una forma peculiar de morir. En la época en que las velas, las lámparas a aceite y las estufas a leña iluminaban y calentaban los hogares americanos y europeos, las amplias faldas de las mujeres y los vestidos sueltos de algodón y tul suponían un riesgo de incendio, a diferencia de las prendas de lana más ajustadas de los hombres.
No eran sólo los vestidos: por ese tiempo la moda estaba plagada de peligros. Las medias teñidas con anilina inflamaban los pies de los hombres y provocaban llagas e incluso cáncer de vejiga a los confeccionistas. Los cosméticos que contenían plomo dañaban los nervios de la muñeca de las damas, que no podían entonces levantar sus manos. Las peinetas de celulosa explotaban si se calentaban demasiado. En Pittsburgh, una nota periodística informaba que un hombre había perdido la vida “mientras se arreglaba su larga barba gris” con un peine de celulosa. En Brooklyn, explotó una fábrica de peines.
De hecho, algunas de las prendas que más se usaban estaban fabricadas con sustancias químicas que hoy se consideran demasiado tóxicas, y fueron los fabricantes de estos artículos, más que los usuarios, los que más sufrieron.
Mucha gente piensa que la frase “más loco que un sombrerero” hace referencia a los efectos adversos físicos y mentales que padecían los fabricantes de sombreros que usaban mercurio en el proceso de fabricación. Aunque aún se discute si este es realmente el origen de la frase, muchos sombrereros desarrollaron envenenamiento por mercurio. Y aunque la frase suena liviana, y el Sombrerero Loco de Alicia en el país de las maravillas era tonto y gracioso, los verdaderos padecimientos sufridos por los sombrereros no eran broma dado que el envenenamiento con mercurio era debilitante y mortal. En los siglos XVIII y XIX, muchos sombreros de fieltro de hombre eran hechos usando pelo de liebre y conejo. Para que este pelo se pegara para formar el fieltro, los sombrereros la cepillaban con mercurio.
“Era extremadamente tóxico”, explica Alison Matthews David, autora del libro Fashion Victims: The Dangers of Dress Past and Present. “Especialmente si se lo inhala. Va directo al cerebro”.
Uno de los primeros síntomas era problemas neuromotrices como temblores. El la ciudad de Danbury, en Connecticut, famosa por la fabricación de sombreros, esto se conocía como “temblores de Danbury”. También había problemas psicológicos, como paranoia. Muchos sombrereros desarrollaban también problemas cardiorrespiratorios, perdían los dientes y morían jóvenes.
Aunque estos efectos estaban documentados, muchos los consideraban peligros que debían aceptar con el trabajo. Y además el mercurio sólo afectaba a los sombrereros, no a los hombres que usaban los sombreros ya que éstos quedaban protegidos por el forro del sombrero.
“Lo único que acabó con el uso de mercurio en la fabricación de sombreros fue que estos cayeron en desuso en los años ´60. Nunca fue prohibido en Gran Bretaña”, dice Matthews David.
En la Gran Bretaña victoriana había arsénico por todas partes. Aunque se sabía que era usado para matar, este elemento natural barato se usaba en velas, cortinas y empapelados, escribe James C. Whorton en “El siglo del arsénico: cómo la Gran Bretaña victoriana se envenenaba en la casa, el trabajo y el teatro”.
Como le daba a la tela un color verde brillante, el arsénico también terminaba en vestidos, guantes, zapatos y coronas de flores artificiales que las mujeres usaban para decorarse el pelo y la ropa.
“Lo único que acabó con el uso de mercurio en la fabricación de sombreros fue que estos cayeron en desuso en los años ´60. Nunca fue prohibido en Gran Bretaña”
Las coronas provocaban urticaria en las mujeres. Pero como sucedió con el mercurio de los sombreros, el arsénico era más peligroso para los fabricantes, agrega Matthews David.
Por ejemplo, en 1861, una fabricante de flores artificiales llamada Matilda Scheurer, de 19 años- cuyo trabajo consistía en empolvar las flores con polvo verde con partículas de arsénico- tuvo una muerte violenta y colorida. Sufrió convulsiones, vómitos y echó espuma por la boca. Su bilis fue verde, como las uñas y la parte blanca del ojo. La autopsia determinó la presencia de arsénico en su estómago, hígado y pulmones. Los artículos que cubrieron la muerte de Scheurer y el sufrimiento de las fabricantes de flores artificiales lograron que el público tomara conciencia sobre el peligro del arsénico en la moda. El British Medical Journal explicó que las mujeres que vestían prendas fabricadas con arsénico “llevan en sus polleras suficiente veneno como para matar a todos los admiradores que puedan conocer en media docena de bailes”. A partir de mediados del siglo XIX, hubo muchos comentarios de este tipo que lograron poner a la opinión pública en contra de este mortífero tono de verde.
La preocupación por el arsénico llevé a dejar de utilizarlo en la moda- en Escandinavia, Francia y Alemania este pigmento fue prohibido, no así en Gran Bretaña.
El abandono del arsénico se vio acelerado por la invención de las tinturas sintéticas, según Elizabeth Semmelhack, curadora principal del Bata Shoe Museo de Toronto. (La muestra “Víctimas de la moda” en la que colaboró Matthews David podrá verse en este museo hasta enero).
Esto plantea interrogantes sobre la moda actual. Si bien los vestidos con arsénico pueden parecer reliquias de una época más brutal, la moda asesina sigue vigente. En 2009, en Turquía se prohibió el arenado- práctica de rociar la tela de jean con arena para darle un moderno aspecto gastado- porque los trabajadores estaban enfermando de silicosis por respirar arena.
“No es una enfermedad curable”, explica Matthews David. “La arena en los pulmones mata”.
Sin embargo, cuando un método de fabricación peligroso se prohíbe en un país- y cuando sigue habiendo una gran demanda de la prenda producida por ese método- la producción típicamente se traslada a otra parte (o continúa a pesar de la prohibición). El año pasado, Al-Jazeera descubrió que algunas fábricas chinas arenaban prendas.
En el siglo XIX, los hombres que usaban sombreros con mercurio o las mujeres que lucían prendas y accesorios teñidos con arsénico tienen que haber visto a la gente que producía estos artículos en las calles de Londres, o seguro leyeron acerca de ellos en el periódico local. Pero en una economía globalizada, muchos de nosotros no vemos los efectos mortíferos que nuestras opciones en materia de moda tienen sobre otras personas.
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