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Los Vendramín y un sueño que empezó allá por 1966

4 de Marzo de 2016 | 01:01

El próximo lunes 7 de marzo cumple su primeros 50 años la librería “Pinocho” de City Bell, que es, como dice su lema: “Desde 1966 algo más que una librería...”.

Rodeados de innumerable cantidad de nuevos comercios que aparecieron en forma explosiva en las últimas décadas en la localidad, quedan todavía en pie un grupo de tradicionales negocios, atendidos por las familias de sus dueños originales, que mantienen aún el aire pueblerino y sintetizan muchos de los valores que la localidad defiende y pretende mantener. Entre ellos, este conocido local de diagonal Jorge Bell, a metros de Cantilo.

Propiedad de la familia Vendramin, nació de una sociedad entre Inés y su prima Mercedes (madre de Pedro Vojkovic, único citibelense caído en Malvinas). Originalmente habían pensado en poner una casa de ropa para niños, pero gracias a la oferta de locales en la flamante Galería Bell y su vecindad con el colegio Estrada, decidieron aceptar la sugerencia de Ive, esposo de Inés, y cambiaron de rubro a librería y juguetería.

LA GALERIA BELL

Susana Urruchúa nació en Necochea y en el año 1939, tras la muerte de su padre, se mudó junto con su madre María Luisa a City Bell, donde vivían sus abuelos maternos.

Varios años después, al fallecer su abuela, vendieron algunas propiedades y decidieron invertir ese dinero en City Bell.

Susana recuerda que en aquella época se había empezado a dar un leve crecimiento comercial y en rubros que iban más allá de las necesidades básicas de los primeros años del pueblo. Eso la motivó a pensar primero en la construcción de locales y finalmente se animó a encarar la construcción de la primera galería comercial de la localidad.

Compró a la familia Carnevale los terrenos de Jorge Bell y Cantilo y comenzó la construcción de los siete locales, en el año 1965. A fines de ese año pudo abrir su propio local de peluquería infantil y ropa para niños y alquiló otros dos a la señora de Martínez (ropa infantil) y a Haydée Cavallé (ropa de damas).

Los locales iban siendo terminados a medida que se iban alquilando. En diciembre acordó con la familia Vendramin la terminación del séptimo local y en marzo de 1966 Pinocho abrió por primera vez sus puertas.

A partir de mediados de 1966 las señoras de Soruco y Arcaro abrieron una marroquinería; Lala Paunero un negocio de regalos y la familia Reynoso una disquería, completando así los siete locales y dando por inaugurada, de hecho, la “Galería Bell” (que estará cumpliendo su 50º aniversario a fin de año).

LOS INICIOS

En el fin del año 1965 en la casa de Inés comenzó el acopio de mercadería. Los chicos de la familia no podían sacar la vista de una pila de cajas de golosinas que en ese momento parecía imposible.

Pisando tablones en una vereda todavía inconclusa, y terminadas las estanterías hechas a mano por Ive, los primeros útiles y golosinas se fueron acomodando y “Pinocho” empezó a tener vida y dio su primer paso el 7 de marzo de 1966.

En aquellos primeros años llamaba la atención cierto aire “técnico” del negocio, muy poco frecuente para el lugar y la época. Después llegó el tiempo de esplendor de los libros infantiles: la época en que los regalos de cumpleaños eran, sistemáticamente, libros de las colecciones de Billiken, Iridium o Robin Hood.

Otra característica del negocio se relacionó con su cercanía, en aquel entonces, con el Correo en Cantilo y 5. Los paquetes, lacres y precintos de “Pinocho” viajaron por todo el país en las encomiendas que la gente venía a armar al negocio, y muchas veces el servicio incluía también escribir la carta al destinatario.

Hacia el año 1970 Mercedes abrió su propio kiosco al lado de la rotisería de su esposo, “Don Pedro”, y desde entonces “Pinocho” fue atendido en forma secuencial por todos los miembros de la familia de Inés.

“Con los años, `Pinocho` fue guardería, depósito de útiles y guardapolvos durante las `ratas`, confesionario, asesoría sentimental, consultorio psicológico, lugar de encuentros y biblioteca privada”, cuentan los hermanos Vendramín, hijos de Inés, quienes confiesan además que muchas veces su madre “dejaba solo el negocio y se llegaba de una escapada hasta su casa, buscando alguna información en las enciclopedias, para auxiliar a algún alumno o madre olvidadiza”.

Desde hace veinticinco años las caras visibles de “Pinocho” son Daniel y Andrés, siempre acompañados por ángeles. Ellos renuevan cada día un pacto de cariño y reconocimiento mutuo con sus clientes, que son también parte de su familia.

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