Inocencio Martínez

Distintas expresiones de pesar provocó el fallecimiento, a los 88 años, del comisario retirado Inocencio Octavio Martínez, a quien en confianza y con cariño sus allegados llamaban “Vasco”. Hombre de bien y reconocido por la nobleza de sus acciones tuvo una activa participación en el mutualismo de la Policía.

Había nacido el 13 de octubre de 1927 en Rauch, provincia de Buenos Aires, en el seno de una familia construida en base al sacrificio. Su padre, Inocencio, por entonces se dedicaba a los autos de alquiler; y su madre, Adela Valenzuela, era ama de casa. Fue el segundo de cuatro hermanos y así creció junto a “Tita”, Teresa y Antonio. Protagonista de una infancia difícil por los esfuerzos de sus mayores para llevar adelante un hogar numeroso, a los 17 años encontró empleo en una conocida tienda de la época con sucursal en su pueblo natal y ahí se desempeñó como vendedor hasta los 21 años, cuando se incorporó a las filas de la Escuela de Policía Juan Vucetich, de donde egresó, en 1948, con la jerarquía de oficial sub ayudante. A partir de entonces residió en diferentes puntos de la Provincia (Balcarce, San Isidro y Rauch) según le encomendaban los destinos. Cumplió cada función con entusiasmo y esmero.

En 1954 volvió a La Plata y ya se quedó para siempre. Trasladado como Administrador de la Escuela Superior de Policía, desarrolló en esa sede local una valiosa trayectoria y con el grado de comisario se retiró de la fuerza.

Fue al poco tiempo de instalarse en esta ciudad que conoció a quien sería su mujer y madre de sus hijos: Antonia Bagdo, con quien se casó en 1957. De la unión nacieron Marcelo y Liliana. Después de 28 años de matrimonio, en 1985, enviudó. Al tiempo rehizo su vida con Beatriz Cercatto; y los últimos años los compartió con su esposa Edelina Anaya.

Jovial, muy comunicativo, y de gestos amables, se interesó siempre por el bienestar de su sector. Fue así que ya retirado de la actividad colaboró con el Círculo Policial, donde se desempeñó como gerente. Presidió, asimismo, y hasta el final de sus días, la Sociedad de Socorros Mutuos de la Policía de la Provincia. En cada rol que encaró se distinguió por su entrega incondicional al trabajo y su profundo sentido de la responsabilidad.

Sociable, conversador y siempre dispuesto, y de muy buen humor, se ganó el aprecio de muchísima gente.

Su trabajo dentro de la Policía, la atención cotidiana que le brindó a los suyos y la intensa vida social que desarrolló no le impidieron dedicar parte de su tiempo a una tarea que sólo él realizaba en La Plata: el nacarado de los volantes que, por lo general, le encargaban las empresas de colectivos y los taxistas y que él, laboriosamente, llevaba a la práctica en el taller especialmente montado en su casa de Tolosa.

Tuvo cuatro nietos, por los que se desvivió: Rocío, Juan Franco, Laureano y Juan Marcos.

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