Infiltrados, intrusos y revolvedores
| 26 de Junio de 2016 | 01:58

Por | ALEJANDRO CASTAÑEDA
Mail: afcastab@gmail.com
Periodista y crítico de cine
¿Estuvo el juez Casanello en Olivos? Es uno de los enigmas de la semana. Con tanto doble discurso, los K creen que lo de Lázaro es parte del delirio post licitatorio que le hace ver fantasmas donde antes veía adjudicaciones. Pero los Báez insisten. Es gente de ojo adiestrado, que sabía descubrir debajo de cada pliego la inminencia del reembolso. Lázaro reitera que una tarde, mientras esperaban que la dueña de casa los atendiera, el juez estaba aguardando ser recibido por quien se daba el placer de demorar los turnos, como algunos médicos, para sumar más ansiedad y terminar por convencerlos sobre diagnóstico y tratamiento. ¿Estuvo o no? Báez no duda. Pero Casanello jura que nunca fue a esa quinta, que cobija más aprietes que amparos. Y la ex presidenta asegura que no lo conoce, mientras en su refugio invernal espera que la copiosa nevada de Comodoro Py no estropee su enojado descanso.
Los Báez ahora esperan turno para responder a un cuestionario que avanza sobre la mala fe en busca de rastros. En Comodoro Py el dinero se mezcla con la culpa. Y abogados y psiquiatras deben acomodar sus saberes a una época sin remordimientos donde, entre pastillas y escritos, la mala conciencia juega a las escondidas con el calabozo y el pánico.
El otro enigma son los intrusos. Se sabe que revolvieron los cajones de la Gobernadora en busca de algo. Ella, con buen criterio, prefirió distanciar a quienes deben custodiar sus secretos. No hay nada peor para una mujer coqueta que hurgar en sus cajones. El clima conspirativo de estos días ayuda a imaginar posibles autores: ¿Intendentes buscando la coparticipación? ¿Rémoras de la transición? ¿O serán infiltrados radicales que fueron a ver si encontraban el por qué del ninguneo? María Eugenia, a la que el poder la fue dejando sin tranquilidad, sin esposo y sin domicilio, ahora siente que las buenas encuestas y los guardias no atajan todo.
No fue la única invadida. El ministro de Gobierno, Federico Salvai, debió soportar otra intrusión a una cuadra del despacho de la Gobernadora. Está difícil la zona de plaza San Martín. Anduvieron revolviendo todo y no se llevaron nada. Cree que son resabios de una Bonaerense en capilla que alardea con sus alegorías para disuadir a los que quieren depurarla. Y Marcelo Díaz, diputado bonaerense del FAP, denunció algo igual el mismo día. Se le metieron en el estudio de Lomas de Zamora, dieron vuelta todo y se fueron. Sucedió en el feriado largo, una modalidad en boga que da tiempo suficiente para que los revoltosos se preparen y ejecuten. ¿A quién responden estos curiosos que van, espían y no se llevan nada? Son muchachos honrados y confianzudos que dejan al pasar un mensaje que intriga a una Gobernación que pide más candados y menos guardias.
Pero también hubo intrusiones más lejanas. La ex presidenta Cristina denunció que abrieron a patadas la puerta de entrada de la casa paterna de los Kirchner en Río Gallegos. “No es mía”, dijo Lázaro; “yo no fui”, añadió Marijuán. Cristina aprovechó el ataque para hablar del gobierno actual y poner en escena su unipersonal de victimismo y recuerdos. Está visto que los violadores de domicilio moran a los dos lados de la grieta y que con esto de las patadas no sólo la rodilla de Macri sufre. Es que lo de los infiltrados, como lo pronosticó Hebe, es toda una salida laboral para un país donde preocupan por igual los intrusos y los que se van quedando en la calle.
Lo incuestionable es que esta racha de fríos, indagados y tarifazos se viene alargando. Los jueces se apuran después de tanta modorra y el gobierno posterga la llegada de la prometida alegría. La inflación es lo único puntual en este país de aplazos. Ella aguantó firme ante los dueños del modelo y los reyes de la recuperación. Impasible y soberana, salta con gracia entre el dólar y el plazo fijo, mira sin inmutarse los Precios Cuidados y el Ahora 12 y sonríe cuando escucha de boca de empresarios y ministros, que son casi los mismos, eso de que el mal clima tiene fecha de vencimiento y que algún día volverá el sol a una comarca donde hasta el buen tiempo fue embolsado.
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