Villa Elisa, lugar de inspiración de Martínez Solimán
| 27 de Enero de 2017 | 00:53

En el singular trazado de Villa Elisa, el notable maestro de la pintura platense Guillermo Martínez Solimán (1900 - 1984) encontró un refugio pleno de tranquilidad y encanto, donde vivió durante cuarenta años, hasta su muerte.
Ana María Altamirano, licenciada y profesora superior en Historia de las Artes Plásticas egresada de la UNLP y vecina de Gonnet, realizó una investigación sobre la vida y la obra de este genial pintor que quiso compartir en las páginas de Norte.
DE LA AVENIDA ARANA A EUROPA
“En 1944, el artista se estableció allí, habitando un chalet junto a su esposa Sofía y, unido por un jardín, construyó su taller: un amplio salón sobre la Avenida Arana, con un gran ventanal que brindaba la vista de una apacible callecita cortada”, cuenta Altamirano.
“Había nacido en La Plata el 22 de mayo de 1900. Desde muy joven manifestó su inclinación por el arte, iniciando sus estudios en 1916 en la Escuela de Dibujo de la UNLP, donde recibió la guía de destacados docentes, quienes en 1918 lo distinguieron con el Premio Estímulo al mejor alumno. En 1921 obtuvo el título de Profesor de Dibujo. Ese mismo año fue galardonado en el Salón Nacional de Arte Decorativo. Pero continuó su formación académica con los pintores Antonio Pagneaux, Juan Jörgensen y Antonio Alice”, cuenta la historiadora.
“En 1924 -continúa-, por iniciativa del diputado provincial Francisco Hegoburu, se le otorgó una beca por cuatro años, para perfeccionarse en Europa. Prolongó su estadía un lustro más; desde 1925 hasta 1934 visitó y estudió en Academias, Museos y talleres de artistas. Recorrió España, Italia, Francia, Grecia, Egipto, Medio Oriente, Rusia; residió en los Alpes italianos, en las costas del Mar del Norte, en Flandes y durante un tiempo estableció su atelier en Laethem, Bélgica. En esas geografías tan distintas encontró inspiración para muchas de sus obras y dejó testimonio escrito en sus cuadernos de viaje, donde expresó su admiración por los grandes maestros de la pintura de diferentes épocas y estilos”.
En las ciudades de Gante y Bruselas realizó numerosas exposiciones individuales de sus dibujos en carbonilla y óleos, que recibieron elogiosos comentarios de la crítica especializada, tanto por su vigorosa técnica, equilibrada composición, riqueza cromática, como por los personajes representados: obreros, gente de mar, campesinos en sus esforzadas labores cotidianas, inmersos en sutiles paisajes.
DE REGRESO
“En 1934, después de su largo viaje por Europa, regresó al país; su pintura se había afianzado, expresaba un sensible interés por la condición humana, que se evidenciaba especialmente en las figuras de la gente humilde, realzadas con energía y lirismo al mismo tiempo, mientras que en sus paisajes se manifestaba un minucioso tratamiento de la luz, en ocasiones plenos de tonalidades amarillo-doradas, y en otras envueltos en penumbras, en un clima de honda espiritualidad”, relata Altamirano, y agrega: “Ya en la Patria continuó su labor artística, dedicándose a pintar motivos y escenas del campo, las costas del mar argentino y vistas nevadas del sur patagónico, con trazo firme, sólida construcción, fuertes empastes, en sensibles composiciones donde el hombre siempre estaba integrado al paisaje”.
Participó en los Salones Nacionales de Pintura, en numerosas exposiciones individuales y colectivas, y recibió importantes premios y distinciones.
“Desde 1941 y durante más de tres décadas fue Profesor de Pintura al Aire Libre en la entonces Escuela Superior de Bellas Artes (hoy Facultad) de la UNLP. Desde su cátedra supo transmitir a varias generaciones de jóvenes no sólo los secretos del oficio, sino también el valor trascendente de la obra, desde un plano de profundo humanismo. Muchos fueron los artistas que se formaron bajo su guía tutelar, y con orgullo se consideraron sus discípulos”, continúa.
Guillermo Martínez Solimán falleció el 18 de Enero de 1984. El valioso legado de su creación pictórica integra el patrimonio de importantes Museos del país, del extranjero y de numerosas colecciones privadas.
DESDE EL CORAZON
Ana María finaliza su relato marcado la admiración y el cariño de ésta manera: “Recuerdo con cariño y respeto al viejo maestro cuando, alejado ya de las aulas, lo visitábamos en su taller y nos recibía con gran amabilidad, vestido con sencillez; en invierno lucía una boina negra, en verano usaba un sombrero de paja. Entonces compartíamos una tarde de amena conversación, y luego nos despedíamos hasta un próximo encuentro. Rodeado de sus cuadros, óleos, pinceles, espátulas, barnices, siempre estaba trabajando, ya sea en una pintura, un boceto, o un apunte. A veces descansaba un rato en una reposera de lona, mientras ensimismado gestaba ya la imagen de una nueva obra, sin lugar a dudas única, irrepetible, bella…”.
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