La angustia sin fin
Edición Impresa | 7 de Octubre de 2017 | 04:49

Por EDUARDO TUCCI
Otra vez habrá que esperar el próximo partido. De nuevo habrá que “ganar o ganar”. Una vez más polemizaremos, haremos cálculos y pondremos todas las esperanzas en los noventa minutos finales de este verdadero suplicio llamado Eliminatorias. En el mientras tanto queda la sensación de que este equipo no tiene ni escenario ni formación que le venga bien, que todo este tiempo en vez de alejarse del precipicio se ha acercado y ahora, peligrosamente, a un paso del descalabro total.
La calculadora funcionó a pleno por estas horas y se mezclaron sensaciones extrañas: rezar por un triunfo de Brasil, gritar el gol de Paraguay, el de Ecuador en el empate parcial con Chile y apelar a las matemáticas más finas que nos permitan dar con el camino a un repechaje o a la hipotética clasificación.
Argentina depende de sí misma –lo cual a esta altura ya no se sabe si es bueno o es malo—para obtener el pasaje con destino a Rusia 2018. Tendrá que sobreponerse a un presente muy negro al que ni siquiera pudo esquivar la magia del mejor del mundo. Tampoco la arenga de Jorge Sampaoli que promete más de lo que produce pero al que tampoco se le puede cargar todas las tintas porque llegó cuando el incendio ya estaba declarado.
Y en este presente en el que las alarmas suenan más fuerte que nunca hay una secuencia que a esta altura resulta dramática: la falta de gol. La Argentina sólo convirtió 16 veces en 17 presentaciones, o sea sólo dos gritos más que Bolivia –uno de los equipos menos productivos del lote—que marcó 14 veces. Es más, el peor equipo de las eliminatorias, Venezuela, tiene dos goles más que la albiceleste. Otro dato: el último tanto argentino fue en contra y su autor un defensor venezolano.
No resulta muy original decir que sin gol no hay triunfo posible. Pero sí recordar que ante Perú el arco contrario se volvió una meta inalcanzable. Pese a los intentos de Messi que, sólo sin ningún tipo de respaldo, buscó por todos lados. O las increíbles opciones que se le fueron presentando a Benedetto – en Boca todo lo que toca se convierte en gol--, Gómez y Rigoni quienes tuvieron el grito sagrado en sus pies después de acciones en las que intervino decididamente el 10, una vez más el hombre más lúcido de la escuadra nacional.
La ausencia de potencia goleadora es un problema aunque no el único. El juego, el estado anímico, la actitud también tambalean en el andamiaje argentino. Es un equipo que parece estar enfrentado permanentemente a sí mismo y con una alarmante falta de presencia colectiva pese a que está lleno de individualidades notables.
Queda la sensación que la Selección es la que se crea sus propios problemas dentro de la cancha sea quien fuere el rival. Hasta Messi –pese a destacarse ampliamente sobre el resto--, parece otro comparado con el que resuelve todo fácilmente con la camiseta del Barcelona. Y por esa sumatoria de factores se ha llegado a este punto en el que todos los caminos parecen cerrarse.
Queda un capítulo más. El decisivo. Un equipo marcado por los desencuentros tiene tres días para despertarse, encender el fuego interior y hacer valer la historia. ¿Podrá?
Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE