“La gente me encaraba como a un monstruo”

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“Antes la gente me encaraba como a un monstruo. Me molestaban. Querían que les cuente. Ya no me discriminan. Ya no sufro por la iglesia, por la policía y por la Justicia.”, decía Juana Luffi cuatro años después de su operación en una entrevista periodística al relatar el aspecto central en que ésta cambió su vida: la discriminación.

Nacida en 1947 en el pueblo de Eugenio Bustos, al sur de Mendoza, y anotada con nombre de varón, Juana sufrió una vida muy dura casi desde su llegada al mundo. A los tres meses su madre la dejó abandonada en un descampado; y si bien una abuela se ocupó de criarla, el maltrato y la explotación a la que ésta la sometía la llevaron a huir de su casa siendo todavía una nena y hacer su vida en la calle

Si bien había nacido con genitales masculinos que alcanzaron sólo un desarrollo infantil, nunca tuvo producción hormonal masculina y a los doce años comenzaron a desarrollársele pechos de mujer. Fue entonces que los médicos le diagnosticaron “pseudohermafroditismo femenino masculinizante”

Expuesta a múltiples situaciones de burlas y maltrato por esa condición que ella misma no llegaba a entender, Juana huyó de su pueblo natal. Fue linyera, vendedora ambulante y hasta payaso de circo para sobrevivir. Hasta los veinte se vistió como hombre y trató de proceder como tal.

Luego comenzó a asumirse como mujer y se radicó en la localidad bonaerense de San Pedro, donde vivía en un rancho a la orilla del Río. Fue allí donde conoció a Germán López -entonces secretario de Salud del Municipio; hoy prosecretario del Senado bonaerense- quien comenzó a ayudarla y, al convertirse en diputado, intercedió para que el Estado reconociera en 1997 su identidad de mujer.

Fue gracias a aquel primer paso que la Justicia la autorizaría meses más tarde a someterse a “un cambio de sexo”, como se denominaba por entonces a una operación que estaba prohibida en el país.

 

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