Entre el humor y la reflexión
Edición Impresa | 12 de Noviembre de 2017 | 04:23

Alejandro Castañeda
afcastab@gmail.com
EL PIROPO, FINALMENTE, ENCONTRO UNA DEFENSORA
Sigue la lluvia de denuncias contra el acoso. Todos los días surge una novedad. El elenco de abusadores, un rubro en pleno crecimiento, incorporó los últimos días a Charlie Sheen, Steven Seagal y al comediante Louis C.K.
Cada uno en su estilo, pero todos ejerciendo de la peor manera el poder que detentaban ante jóvenes en ascenso. Kevin Spacey se quedó sin contratos y hasta lo sacaron de un film que había protagonizado y estaba en lista de estreno. Castigo retroactivo y futurista para un ultraje imprescriptible que no admite pruebas ni contrastes.
Dustin Hoffman sumó una denuncia más. Nada menos que de Meryl Streep. Y un amigo del desaparecido Corin Haim denunció que Charlie Sheen había abusado de Corin cuando tenía 14 años. Una denuncia post mortem y con intermediario que obligará a otro perverso famoso a pedir turno en esas clínicas curadoras que prometen extirparle las mañas.
por aquí, tranquilos
Por aquí la cosa está bastante tranquila. Es un decir. Ari Paluch sigue en silencio y Gustavo Cordera quiere cantar.
Ari salió de escena y Cordera quiere volver para canjear canciones por perdones. Pero lo más sorpresivo fue lo que dijo Leonor Benedetto en defensa del piropo, una galantería de entretiempo que fue demonizada. Los tipos no se gastan porque ellas sólo tienen para el móvil. Lo de Leonor una apuesta temeraria en esta época donde el feminismo ha elevado las varas del límite y el escarmiento. Muchos creen que el piropo, en su medida y armoniosamente, como decía aquel general que sabía piropear a la masa, no debería se desterrado. Y fue Leonor Benedetto la que, ante esta furia denunciadora, le pidió prudencia a las mujeres. Y advirtió que algunas, con su tardío desahogo, parecen vengativas de efectos retardados.
“Me parece que a las mujeres se nos está yendo la mano”. La actriz aseguró que también vivió situaciones parecidas, pero tiene otra postura: “Yo sería una cínica espantosa si en este momento saliera a contar cosas que me pasaron, porque entonces no las viví como un abuso”, dijo en una nota con el ciclo radial La conversación (La Once Diez). Y siguió generando polémica: “Cuando estás empezando una carrera y sabés que tu carrera depende del jefe, del director, que ese jefe o director te elogiara, a veces con algo subido de tono, era algo que producía casi cierto orgullo”. Sobre el final, dejó en claro su postura: “Considerar que un piropo subido de tono es un abuso, yo no estoy muy segura. Eso lo pueden decir las mujeres que de verdad han sido abusadas; darle esa categoría es banalizar el abuso real. Yo hace mucho tiempo que pienso que desde que apareció el feminismo en la faz de la tierra, defendiendo una causa muy justa, empezamos las mujeres a irnos de mambo y entonces no tenemos el real punto de equilibrio entre lo que significa defendernos y soportar con un poco de humor algo así”. Y cerró: “El límite es muy difuso. Deberíamos fijarnos cuál es el límite, porque si no me pueden decir un piropo por la calle, estamos en el horno”.
Lo cierto es que cada vez se afina más la línea que separa el sano espíritu conquistador con el atropello degradante de los acosadores. Del lance al acoso siempre hubo una clara línea divisoria. Pero lo políticamente correcto ha tornado borrosos algunos trazos. Los juiciosos albañiles de la calle 44 que decidieron acallar los silbidos, jamás imaginaron que su prohibición haría escuela. Lo de ellos iba contra el chiflido insinuante, una limitación que pareció exagerada en una Ciudad donde lo que más se escucha son balazos y corridas. Hay mucha sobreactuación en los dos bandos. Una UOCRA en retirada, con los piropos y el Pata encarcelados, al final acabó dando ejemplo de recato. ¿Se podrá contar cuentos verdes en los andamios? Toda efusividad está ahora en el escaparate de las sospechas. Hasta los abrazos deben respetar el derecho de admisión. Hoy, más de un veterano galán hace memoria y repasa preocupado lejanos silbidos a la luz de una nueva jurisprudencia escrachadora que ha venido a poner en tela de juicio a todas las palmadas.
Toda efusividad es sospechosa. Hasta para un abrazo debe haber derecho de admisión
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