Un viaje agridulce

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Por Maria Laura Lopez Silva

El sábado fue mi debut en un recital del Indio Solari. A las 5 de la mañana salí desde capital federal en una combi completa hacia Olavarría. La idea era estar allí al mediodía, hacer un asado en un cámping y disfrutar de la previa.

Fui informándome de la “mística india” durante el viaje y tuve tiempo de sobra porque llegamos a las 17.

La ruta estaba colapsada y el acceso a Olavarría fue caótico: poca señalización y ni un agente policial ni comunal para informar nada.

Nunca llegamos al cámping y terminamos haciendo el asado al costado del camino, viendo que otros estaban en la misma situación y no había ningún impedimento para prender el fuego.

Se vivía un clima festivo pero tranquilo y con ánimos de camaradería constante.

Cuando apagamos las brasas fuimos hasta la calle Rivadavia, donde la caravana ya iba caminando hacia La Colmena.

Nadie nos pidió las entradas y los accesos estaban liberados a minutos de que comenzara la fiesta.

Sí, lo viví como una fiesta. No podía creer la cantidad de público que había y la calma que reinaba, al menos a cinco cuadras del escenario, que era donde pude acomodarme. Salté sin parar desde el primer tema hasta el tercero. A partir de allí todo cambió. Luego del reto del Indio las canciones que siguieron fueron poco “pogueras” y los intervalos entre ellas eran largos. Igualmente el recital cerró con dos temas que levantaron eufóricamente a todo el público.

La salida fue complicada, pero no se escuchaban demasiadas quejas. Caminé con mis amigas las más de 60 cuadras que nos separaban de la combi y sólo renegamos del frío.

A las cinco de la mañana emprendimos el regreso con un pasajero menos porque, después de intentar llamarlo durante dos horas, sus amigos decidieron no esperarlo más porque seguro se había “perdido o dormido en algún lugar” e iba a arreglárselas para volver.

Los mensajes de texto empezaron a llegarme a las 8, cuando recién habíamos avanzado 200 metros desde que el chofer había puesto primera. Mis padres, amigos y conocidos preguntaban cómo estaba y hacían comentarios de gente muerta en el recital.

A los otros pasajeros les pasó lo mismo. Empezamos a tratar de conectarnos a internet con los teléfonos para saber qué había pasado. Hasta ese momento nadie tenía idea de nada relacionado con disturbios y mucho menos con muertes.

El regreso fue tan lento como la llegada. Tampoco nos cruzamos con personal de la municipalidad ni policías. Sí vimos mucha gente perdida.

Durante las 12 horas de viaje hasta capital federal, las conjeturas fueron sobre excesos y falta de control, pero reinó la consternación.

 

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