La tensión más allá de las cuerdas
Edición Impresa | 27 de Septiembre de 2017 | 05:14

Por Pedro Garay
Borg/McEnroe, de Janus Metz Pedersen.- En el tenis, cuando se habla de tensión se habla del encordado: pero “Borg/McEnroe” es un filme de tenis que se propone hablar de otra tensión, la mental, una cinta más hermanada con “Whiplash” que con “Rudy”, una película tensa donde se retrata el perverso juego entre la excelencia y el gran precio que conlleva vivir intentando alcanzar una perfección imposible: porque, como dicen los libros de tenis, “a mayor tensión obtendremos menos potencia, pero aumentaremos el control; si por el contrario disminuimos la tensión perderemos control pero ganamos en durabilidad”.
Esta dicotomía entre excelencia y paz, esta desgarradora lucha interna, el lado B del deporte de alto rendimiento, retrata el guión de Ronnie Sandahl, que acorde a la nueva tendencia de gran cine deportivo que ha entregado este siglo (“Moneyball”, “Foxcatcher”, “The Happiest Day in the Life of Olli maki”) se aleja de las convenciones del subgénero, de la épica grandilocuente, y aún cuando se trata de un acontecimiento real culminada en una victoria para los libros de historias busca retratar la extrema presión que controla de manera obsesiva a Borg y McEnroe, opuestos superficiales pero hermanos en su alma, en su camino a la grandeza.
En el camino, el filme de Metz reconstruye la figura del héroe nacional que es para los suecos Björn Borg, mezcla de estrella de rock y máquina del tenis que ganó cinco títulos de Wimbledon al hilo, un récord considerado insuperable (hasta Federer): aquí Borg no es héroe sin matices y McEnroe es mucho menos que el villano que construyen los medios (y con los que, en los albores del marketing deportivo, capitaliza el norteamericano, “vendiendo” su imagen rebelde).
Una reconstrucción que iguala las antinomias y trabaja contra los grandes relatos (“fuego vs. Hielo”, se presentaba aquella batalla), en rebeldía contra las narrativas del deporte: detrás de una gran gesta, parece señalar, hay insondable sufrimiento.
Allí es donde el guión de Sandahl encuentra el corazón de su historia, funcionando como un ensayo sobre la presión que no solo comprende cualquier trabajador, sino que además puede servir como alegoría de las exigencias del capitalismo salvaje, del mundo caníbal que tan bien refleja esa competencia mano a mano del tenis, particularmente el tenis en los albores del superprofesionalismo que retrata la cinta.
La reconstrucción histórica de aquel Wimbledon realizada por Metz y equipo es perfecta, y el director también consigue durante los primeros dos actos del filme reflejar la gran tensión que sufren sus protagonistas camino a aquella histórica final. El tercer acto de la película es menos interesante, inmerso en una reconstrucción punto por punto técnicamente correcta (gran mérito: no hay buen cine de tenis) pero que se recuesta en algunos de los lugares comunes del cine deportivo que rechazó durante una hora y media: el enfrentamiento final entre McEnroe y Borg era la conclusión lógica del filme, pero también la menos interesante de la cinta sueca.
(**** MUY BUENA)
Esta dicotomía entre excelencia y paz, esta desgarradora lucha interna, el lado B del deporte de alto rendimiento, retrata el guión de Ronnie Sandahl, que acorde a la nueva tendencia de gran cine deportivo que ha entregado este siglo se aleja de las convenciones del subgénero
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