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Cómo viven, trabajan y sueñan los guardianes de un producto único, mientras esperan la nueva cosecha y preparan su tradicional fiesta que se realizará dentro de pocas semanas
CECILIA FAMÁ
Un rato antes de que despunte el alba, Aníbal ya toma los primeros mates del día y se informa, sobre todo, de cómo viene la mano con el tiempo: es que, confiesa, “el clima es el socio principal en todo esto”. Desayunado e informado, se calza su gorra y con andar pausado -los perros siguiéndolo, zapín en mano- se dirige a la zona cultivada de su quinta familiar de Angel Etcheverry. En estos días de verano va directo a los surcos en los que tiene a sus niñas mimadas: mil quinientas plantas de tomate platense que ya empiezan a dar los primeros frutos. “Ya estamos en temporada, y el 10 de febrero vamos a tener la fiesta, así que nos estamos preparando para esa fecha”, proyecta, mientras cosecha algunos frutos al pasar, extrae yuyos y camina entre la hilera larguísima de cañas entre las que se enredan las hojas y racimos.
Aníbal es uno de los diez productores que permanecen nucleados en la movida original del Tomate Platense, cuya semilla se recuperó allá a principios de la década pasada, a través de un proyecto de la facultad de Agronomía de la Universidad Nacional de La Plata, que buscó –según explica Juan José “Lolo” Garat, secretario de Extensión de esa casa de altos estudios- “recuperar la semilla para revalorizarla y comercializarla”.
Con ese impulso aumentó la demanda de un producto que, todos los paladares coinciden, “es mucho más sabroso que el comercial, que se consigue en las verdulerías” y que en temporada muchos buscan pero pocos encuentran: la producción es ínfima en comparación a la demanda. Lo dice Garat, lo admiten los productores, lo confirman los cocineros y lo saben los vecinos: si no van a la fiesta temprano, se quedan sin probar los tomates más sabrosos del país hasta el año próximo.
Aníbal Tonello vive en su quinta de Etcheverry -en la 44 al fondo, apenas pasando la Ruta2- desde que nació. Es hijo de José Tonello, un inmigrante italiano de la zona de Véneto y de Haydée Zuloaga, de familia tambera de Brandsen. En sus 47 años, Aníbal no se ha dedicado a otra cosa que a trabajar la tierra y a vender lo que cosecha en la ruta, en la puerta de su casa, o a algunos clientes que lo contactan por teléfono o se acercan a su casa. No tiene Internet, ni computadora, ni “smartphone”. Vive de la agricultura, como su familia lo ha hecho históricamente; además, actualmente arrienda parte de su tierra a una familia de bolivianos, “porque rinde bastante”.
Su día gira en torno a sus cultivos: tiene tomate platense, zapallo anco, choclo, melones, alcauciles, batata, morrones, ají… Pero va por más; está preparando semillas de zanahoria y de hinojo.
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Al amanecer, camina los pocos pasos que separan su casa de las plantaciones y tiene distintas rutinas: preparar la tierra, sembrar, carpir, cosechar. A media mañana, Haydeé ya tiene la sopa preparada, así que almuerzan y luego duerme la siesta. En verano, Aníbal no sigue con las actividades durante la tarde, “porque hace mucho calor y el sol es peligroso; mi hermano murió de un melanoma” recuerda con pesar en la mirada: “con el sol no se juega”.
“Recuperar la semilla para revalorizarla y comercializarla”
“Ya estamos en temporada, y el 10 de febrero vamos a tener la fiesta”, dice Anibal Tonello
Algunos días se dedica a sus abejas: “hago apicultura; no mucho… más o menos un tambor de 200 kilos al año, que vendo en ferias”, cuenta. También están las gallinas. Las comunes y las dos de Guinea, que son su debilidad: “los huevos son riquísimos y no se rompen, son muy duros”, acota, y lo demuestra golpeándolos sobre el marco de la puerta. Haydée no coincide. No ve la hora de sacarse a las gallinas con copete de encima, porque “se pelean con las otras y no sirven para nada”, evalúa.
Con su remera que tiene escrito “Larga vida al tomate platense”, Aníbal recuerda como se incorporó a esta movida: “mi hermano estudiaba Agronomía y conocía a Lolo de la facultad. Yo había leído una nota sobre esa variedad en la revista Supercampo y me interesó mucho. Hasta ese momento yo hacía algo de tomate… pero hacía híbrido, que siempre estuvo dolarizado, así que era muy cara la semilla; le pedí semillas a Lolo del platense y ahí me enganché con el grupo. Después nos propuso hacer la feria, que más tarde se transformó en fiesta. En 2005 fue la primera, en Gorina. Después nos mudamos a la Estación Experimental que la facultad tiene en 66 y 167 de Los Hornos. Siempre la gente nos acompaña mucho. Es muy linda”.
“Somos 10 los que estamos en este grupo de productores de tomate platense; algunos van, otros vienen. A veces repartimos semillas a los movimientos de trabajadores de la tierra, a cooperativas, pero no les conviene: éste es un producto con temporada muy corta, que madura rápido, su aspecto no convence a muchos, así que no es comercial. Vendemos a los clientes particulares, que nos buscan; a todos los que van a la feria; y las semillas se venden por nuestra página de facebook (Tomate Platense), que la maneja una chica de la capital federal. Las pide mucha gente para hacer su propia huerta”.
Entre mate y mate, Aníbal cuenta cómo es el proceso de producción de este fruto al que le guarda tanto cariño: “después de cada temporada ya separo las semillas, elegidas de los mejores tomates. A fines de agosto preparo los almácigos, y los planto a mediados de octubre. Esa es la manera más prolija. Pero también hay otro modo, que es más directo: hacés los surcos y sembrás en diciembre… después tenés que ralear las plantas para que queden a 30 centímetros una de la otra. Yo este año tengo 1.500… a veces hago más, pero este año no contraté a nadie que me ayude, así que estoy solo con esto”.
Entre quienes lo saben apreciar, el tomate platense genera identificación, nostalgia, mística y cierto romanticismo, con su sabor inigualable como punta de lanza y sus formas imperfectas y exuberantes como denominación de origen. ¿Por qué tanta pasión? Aníbal lo sintetiza a su modo: “en mi caso, es un fruto que no me es ajeno... Lo he visto de chico, lo he comido, lo he sufrido, lo he disfrutado. Y hoy lo sigo disfrutando mucho”.
Los productores se conocen entre sí, se juntan, se prestan la máquina trituradora para hacer salsa o dulce, se organizan para la fiesta. Susana Alvarez de Parrillo, por ejemplo, es la salsera del grupo. Ella cultiva para producir sólo salsa y dulce y si a los demás productores los frutos le maduran demasiado, la llaman y se los dan. Son tradicionales –y muy buscadas- sus botellas de salsa con la etiqueta de “Tomate Platense”, que en la fiesta “vuelan”.
Isabel Palomo tiene su quinta en Colonia Urquiza, pero para esta cosecha no pudo sembrar ahí; se asoció con Azucena Ribero y su esposo Manuel, que tienen su tierra en Hernández. “Vamos a llegar con buena producción a la fiesta este año, pero rogamos que no caiga piedra”, dice, agradeciendo que no fueron afectados por el tormentón del último fin de semana. “El año pasado sufrimos ese tornado tremendo de febrero, y tuvimos que achicar la fiesta. En el predio en el que la hacemos se volaron los techos y se rompieron cosas, así que hicimos una feria chica; nos afectó bastante, pero como siempre, vendimos todo lo que llevamos”.
“Este año hicimos cuatro surcos, ocho canteros… cerca de 2 mil plantas. Las sembramos para llegar para la fiesta solamente. A veces también voy los sábados a la feria de 13 y 72, pero sólo cuando tengo tomate platense. No los comercializamos mucho, pero en gran parte es por un mal manejo nuestro” reconoce: “yo, por ejemplo, también hago salsas… unas 500 botellas por temporada. Gran parte las vendo en ferias o se las doy a Susana, pero mucho también las usamos en la familia”.
“El nuestro es un producto totalmente orgánico, sin agrotóxicos, sin nada: sólo semilla, tierra y agua” advierte Isabel: “es un tomate muy rústico, bastante repelente a los insectos, así que se cultiva fácil”.
En el grupo están también Albina Sagredo, que este año no plantó tomate, y Miguel Valdez, que ya tiene plantados siete surcos, equivalente a unas tres mil plantas en la Estación Experimental “Julio Hirschhorn” de Los Hornos. Ésas están destinadas a la muestra viva de la Fiesta del Tomate: el 10 de febrero los visitantes se internarán entre las plantas y cosecharán con sus manos ese producto tan preciado, forjando un vínculo directo con uno de los frutos que mejor representa la fecundidad del suelo platense.
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juan josé “lolo” garat -en el centro-, uno de los impulsores del producto local/ el dia
anibal tonello, en su quinta de etcheverry, orgulloso con su producto
“Es un producto local y garantía de calidad; es muy particular y sabroso. A la gente le gusta” Fernando Mirco
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