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Paula Tomassoni expone la degradación de la figura masculina y, a su vez, el proceso de emancipación de muchas mujeres
El acontecimiento es casi nulo de tan trillado: el suicidio del joven cónyuge deja en estado de entumecida perplejidad a la joven viuda, que solo acierta a ver en la escena policial descuidos estéticos.
Esta insignificancia argumental –y si hiciéramos una lista de los elementos que sostienen Indeleble, esta nueva novela de Paula Tomassoni, nos sorprenderíamos de lo que su autora fue capaz de hacer con los más concursados lugares comunes– es riesgosamente subrayada por un recurso que antes de la lectura del libro no dudaríamos en descalificar, por artificioso: el brevísimo capítulo inicial, narrado en tercera persona casi equisciente y en pasado, que nos muestra al occiso una vez cometida la imperdonable y masculina falta de criterio combinatorio de su última performance, es seguido de un capítulo de extensión semejante narrado en primera persona y en presente por Maine (María Inés), la protagonista, en sus últimas vacaciones balnearias con Ricardo, el suicida de una página atrás. Es decir que el tiempo anterior en la sucesión cronológica está en presente y el posterior en pasado, en capítulos intercalados que no superan las dos páginas.
Todo parece orientado al más puro efectismo. Pero, antes de continuar con avaros resúmenes para evitar spoilers, conviene demorarse unas líneas en el cómo de esta novela que, hay que decirlo como se pueda, es una verdadera obra maestra de la literatura que hoy por hoy se produce en la Argentina.
Para empezar, Indeleble exhibe un trabajo sobre la lengua que, deliberado o no, es de aplanamiento. Como no se trata de una frondosa “novela de la lengua”, esto en seguida pierde toda importancia, la lengua se desvanece y la imaginación del detalle, de las acciones mínimas consignadas en pasado o en presente por una prosa de entrecasa, ingresa en un registro tibio y tal vez sin profundidad, pero de un enorme poder evocativo. Es el tono que preferiríamos en quien nos transmite, cuidándose de provocar disrupciones en el vaivén hipnótico de su discurso, la visión de una película que ya hemos decidido no ver pero que no podemos ignorar.
Este efecto de oralidad es acompañado por un repertorio de gestos cuya función es puramente teatral, representacional, y que estructura el sistema de montaje de los brevísimos capítulos mediante un uso tan alevoso como oportuno del fundido encadenado, el contraplano, el fadeout, etc.
“Indeleble” exhibe un trabajo sobre la lengua que, deliberado o no, es de aplanamiento
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Los personajes, casi palpables, queribles, son apenas esbozos, delineados con muy pocos trazos no necesariamente sintéticos. Se percibe una suerte de redundante incompletud en cada uno de ellos, pero esto, lejos de constituir un defecto, nos los presenta limitadamente humanos. Así Julia, la sobrina política de Maine, que dedica en secreto parte de su tiempo a la escritura de aforismos cuyos temas son “amor”, “vida” y “muerte” y que repiten el mismo comienzo: “Es que…”; así Ricardo, absorbido por la espiral del consumo a crédito, subyugado por palabras novedosas como “superoferta” o “hipermercado”; o la misma Maine, ama de casa de fin de siglo perteneciente a esa secuela fatal de los populismos latinoamericanos que es la clase media ascendente políticamente analfabeta, que admite con docilidad casi todo lo que se le aproxima y continúa la sucesión de los días sin alteraciones hasta que advierte, con ayuda de Julia, que deberá trabajar afuera de su casa para vivir, al menos hasta que salga la pensión de viudez.
En buena medida, lo que Indeleble narra, como quien no quiere la cosa, es el proceso de emancipación, más o menos involuntario, de las mujeres de la clase social y de la generación de Maine, en correlato con el proceso de degradación de la figura masculina como padre de familia, consumidor oportunista, desfalcador modesto, letra muerta, deleble. Indeleble es otra cosa.
Editorial: La Plata, EME 2018
Páginas: 220
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Paula Tomassoni, autora de “Indeleble” /archivo
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