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Policiales |EN 76 ENTRE 208 Y 209

A las patadas, una banda aterrorizó a una familia en su quinta de Olmos

Actuó un grupo comando de seis hombres, todos armados. Varios usaban capuchas. Y al menos uno de ellos era menor. Conocían muy bien el lugar. Golpearon a dos de las víctimas y escaparon con dinero y celulares

A las patadas, una banda aterrorizó a una familia en su quinta de Olmos

“Hice lo posible para sacarlos de la casa, tenía miedo por mi hija”, contó Juan Orihuela / Demian Alday

26 de Octubre de 2018 | 02:24
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Humberto Tolabar (47) vive junto a su familia, compuesta por su hija, Romina Pantoja (21); su yerno, Juan Orihuela (23); y la pequeña hija de la pareja, de tres años, en una zona de quintas y campo, en las afueras de la Ciudad.

Para llegar a la casa que habitan los cuatro hay que conocer el área. El terreno está ubicado en 76 entre las calles 208 y 209, de por sí una zona de difícil acceso.

Los caminos son de tierra y se encuentran en pésimo estado, al punto de volverse intransitables los días de lluvia. Por si fuera poco, a la construcción se accede tras recorrer varios metros dentro de la propiedad.

Por eso sorprende el conocimiento de la banda que, el miércoles por la noche, llevó a cabo una brutal entradera en ese lugar, amedrentando a los moradores y golpeando sin piedad a los dos hombres.

Todavía conmocionado por la situación, Juan relató a este medio los pormenores que vivieron y cómo consiguió “sacar” a los intrusos del inmueble para proteger la vida de su hija y dar aviso a las autoridades.

“Mi suegro estaba mirando el partido de Boca. Escuchó algunos ruidos y a los perros que ladraban, y pensó que era yo, que me había quedado afuera”, señaló.

En medio de ese alboroto, tocaron la puerta con golpes rítmicos y despacio, “de la misma forma” en que Juan suele hacerlo.

Antes de abrir, Humberto preguntó tres veces quién era, y otras tantas le respondieron “yo”.

Esa réplica lo hizo dudar. Entreabrió apenas la puerta para observar a la persona que llamaba y, en el momento en que se dio cuenta de lo que pasaba, ya era muy tarde para intentar cualquier tipo de reacción.

De una patada, “echaron abajo” el portón.

Cinco extraños se metieron con rapidez dentro de la vivienda, en tanto que uno permaneció afuera, en el auto en el que habían aparecido.

Todos estaban armados. Tres llevaban el rostro cubierto con bufandas, y de los dos que actuaron a cara descubierta, uno era menor, indicó la víctima.

Redujeron a Humberto a trompadas y lo arrojaron al suelo. “Dame toda la plata, sino te mato”, le ordenaron. Luego se pusieron a buscar a los demás.

“¡SON CHORROS!”

Juan dormía con su esposa en otro cuarto. “Cuando los escuché, ya estaban adentro”, sostuvo. Sin embargo, Romina se despertó por los ruidos y fue a ver qué pasaba.

Ambos creyeron que se trataba de una pelea entre vecinos, pero la mujer se asomó hacia el comedor a ver qué ocurría.

La sorpresa de ver a tantas personas en su casa la asustó, pero no se paralizó, aún al darse cuenta de que uno de los ladrones la había descubierto.

“¡Tirate debajo de la cama, son chorros!”, alcanzó a decirle a su esposo. Unos segundos después, un arma le apuntaba en la cabeza.

Juan, por su parte, llegó a ponerse un pantalón y a ocultarse. En el apuro, olvidó agarrar alguno de los celulares que se hallaban en la cómoda.

Nos pegaron a mí y a mi suegro en el suelo. Me dio miedo por mi hija y mi mujer, por suerte no les hicieron nada”

Juan Orihuela,
Víctima

 

Desde su escondite, se puso a mirar los movimientos de los delincuentes, mientras urdía un plan para salir a la calle y conseguir la ayuda de un quintero lindero.

En las restantes habitaciones, los asaltantes revisaban muebles y amenazaban a Humberto. Lo patearon repetidas veces.

Cuando les llegó el turno de inspeccionar el dormitorio donde estaba, Juan se dio cuanta de que no tenía más tiempo. Levantaron el colchón de la cama y lo vieron.

“Levantate y juntá plata o te tiro”, le espetó uno de los intrusos.

Previendo que la situación podía volverse todavía más violenta y con temor de que actúen contra su pequeña hija, Juan tomó una decisión arriesgada. “Vamos afuera que en la casilla de enfrente tengo algo más”, les prometió.

Los cinco delincuentes se miraron. Tras unos tensos segundos, accedieron a salir, el joven por delante y ellos detrás, sin dejar de apuntarlo. Entonces llegaron a la construcción de madera y, señalando el candado que cerraba la abertura, le pidieron con urgencia que lo abriese.

Juan se jugó su última ficha: “La llave está adentro”, les dijo. La respuesta no conformó al grupo y lo hicieron tirarse al piso, donde le propinaron dos patadas en la cara.

Pero la táctica había funcionado: los agresores estaban afuera de la casa y él también.

Con la atención puesta en otra cosa, por un momento se olvidaron del muchacho que yacía en el piso, sangrando por la boca.

Ese instante fue aprovechado al máximo por Juan, que se levantó con presteza y huyó a la carrera a lo de su vecina. Desde allí llamó a la Policía.

Unos 30 minutos más tarde, personal de la Comisaría Decimoquinta se hizo presente. Con los datos aportados por los damnificados salieron en búsqueda de los delincuentes. Voceros de la investigación indicaron que tendrían identificados a los sospechosos.

El botín consistió en un monto no precisado de dinero en efectivo, los celulares de todos los moradores de la casa y una cortadora de césped.

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