“T.R.A.P.” Un cortometraje con sello platense compite por el Oso de Oro

Manque La Banca lleva al prestigioso festival una enigmática cinta de espíritu romántico que nació en un taller de tesis de la UNLP

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Pedro Garay

Movilizado por las mismas preocupaciones ambientales y anticapitalistas que ya resonaban en “Los muertos 2”, su primer largo, Manque La Banca decidió estudiar el romanticismo para un trabajo del Taller de Tesis mientras cursaba la carrera de cine en la Facultad de Bellas Artes platense. Aquella semilla plantada en 2015 floreció en los últimos meses, con el lanzamiento de “Q.E.P.D.”, el segundo disco de Nunca fui a un parque de diversiones, banda que conforma con su hermano Antu y Joshua Zenz, y, en paralelo, la realización del enigmático cortometraje “T.R.A.P.”, cuyo estreno mundial será en el prestigioso Festival de Cine de Berlín que comienza hoy, donde competirá elegido por el Oso de Oro al Mejor Cortometraje.

Oriundo de Bariloche, linaje que dice es en parte responsable de sus preocupaciones ecológicas, Manque llegó hace una década a la Ciudad para estudiar cine, y con el correr de los años forjó con otros jóvenes de intereses afines la cofradía Parque, desde donde surgen amalgamados los proyectos musicales y cinematográficos que encabeza: su primer largometraje, “Los muertos 2”, fue una especie de ampliación de sentidos, de puesta visual, del primer disco de la banda, “Mover Caníval”, del mismo modo que “T.R.A.P” (y el largometraje que ya produce, “Jermans”) complementa los sentidos de “Q.E.P.D.”.

“Desde nuestro colectivo sentimos que hacemos un poco más que música y un poco más que cine, que mezclamos las dos cosas y estamos generando algo más abarcativo”, explica el cineasta y músico sobre su trabajo.

“Los tiempos cambiaron el paradigma en relación a lo que se considera que es una obra: antes una obra era una producción que una vez que se terminaba quedaba estanca en ese espacio y tiempo. Ahora esa idea se empezó a romper, y podemos producir cosas no tan estáticas, puedo trabajar con la película, por ejemplo, de otra manera, desarmarla en partes, hacer una instalación. Y la idea de romper con la obra cerrada nos habilita a un juego que estimula la creatividad y facilita la creación: uno es mas libre”, agrega.

Como una continuación en las formas y en algunos temas de aquella primera experiencia interdisciplinaria de “Los muertos 2/Mover Canival”, “T.R.A.P.” y “Q.E.P.D.” vuelven a hacer foco en los excesos del hombre, insertándose ambas en “ese universo romántico” estudiado por Manque. Que no es, desde ya, la visión del sentido común que rodea a la estética, “vinculado a lo pomposo”, sino el romanticismo como vanguardia estética.

“El romanticismo es una vanguardia burguesa, pero surge en un momento en que un montón de personas estaban queriendo contrarrestar el avance del capitalismo: frente al racionalismo absoluto que se planteaba desde la política, un sector empezó a advertir sobre el peligro”, explica Manque, para quien este grupo de artistas advertía ya hace dos siglos “que la naturaleza es una fuente de energía que no podemos controlar, muy superior a nosotros, que hay que tener cuidado con esta codicia, con la codicia europea de la conquista, porque la naturaleza es mucho más fuerte”.

Inmerso en el movimiento del siglo XIX, Manque descubrió las pinturas de la época, “cuadros con una impronta súper realista, donde los seres humanos muy chiquititos” frente a las fuerzas avasallantes de la naturaleza, las tempestades, las olas: frente al avance racionalista que arrasaba con todo, analiza, los románticos “comenzaron a traer de vuelta a los relatos el misticismo” de algo más grande, más poderoso, inasible desde la razón.

Estas imágenes del hombre ante la inmensa naturaleza se filtran en el cortometraje, donde, en una primera parte, tres jóvenes aparentemente medievales se pasean por una selva profusa, recorriendo paisajes que los vuelven diminutos. Tras una especie de ritual sexual, “el relato se empieza a desarmar”, adelanta Manque: los jóvenes se suben a Renault 12 y se revelan como jóvenes del presente mientras en la radio suena atronadora la realidad.

¿Era todo un juego? ¿Una performance? ¿Son los mismos personajes? “No sabemos, no queda explícito”, dice el autor, interesado en desarmar allí también la racionalidad y explorar “esos límites ambiguos, que son los que vivimos en estos tiempos: esta es una generación que tiene la posibilidad de atravesar un montón de niveles de realidad distintos. A la noche podemos estar en una fiesta electrónica, simplemente bailando, y a la tarde siguiente estar en una asamblea política. Tenemos esa suerte, esa virtud: podemos estar transformándonos constantemente”.

La resistencia romántica se hace carne en la decisión, en medio del avance de la era digital, de filmar en 16mm con una cámara vieja, a cuerda, “un sistema de rodaje muy precario, porque la cuerda dura 25 segundos”, explica el realizador, lo que implicaba que cada toma implicaba gran esfuerzo para capturar lo necesario en ese lapso, sin errores: el corto tiene 16 minutos, y el material virgen solo alcanzó los 25, reflejo de que casi todo el filme se rodó a una toma.

“Una experiencia de mucha concentración, y muy colectiva, de estar muy metidos en lo que estaba pasando”, cuenta Manque sobre este gesto de respuesta analógica, “muy romántica”, dice Manque, frente a los tiempos vertiginosos y los excesos que trajo la era digital. “Los tiempos del fílmico son otros tiempos, mucho más largos: hay que estar controlando la ansiedad, planificar mucho, pensando charlando”, afirma.

Manque y equipo planeaban hacer debutar el corto en el BACIFI, cuando surgió la posibilidad de Berlín: pero por los tiempos de producción y posproducción del método elegido por el cineasta, llegar a tiempo parecía utópico. Pero lo lograron “filmando una última escena que nos quedaba, a las 5 de la mañana en el río, con veleros, que veníamos postergando porque era muy complicada”.

“A lo Herzog”, se ríe Manque, haciendo referencia al último de los cineastas románticos.

 

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