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Integración, formación y pertenencia, claves para la renovada vigencia de los clubes de barrio

Las entidades de pequeña y mediana escala recobran peso como eje de la vida comunitaria y espacio de contención para los chicos.

Integración, formación y pertenencia, claves para la renovada vigencia de los clubes de barrio

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CECILIA FAMÁ cfama@eldia.com

7 de Mayo de 2018 | 02:14
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Para la generación que hoy promedia la treintena, así como para las que la precedieron, la vida sin clubes es prácticamente impensable. El paso por alguna de las tradicionales entidades que en sus épocas doradas oficiaron como faro y brújula de la vida de los barrios fue moneda corriente para chicos y grandes a lo largo de décadas, hasta que a partir de los ‘90 del siglo pasado los vasos capilares de ese tejido social empezaron a resquebrajarse, y la cotidianeidad de centros de fomento y asociaciones culturales y deportivas se transformó en una denodada pelea por la supervivencia.

Esto coincidió con un desplazamiento generalizado de los niños y adolescentes desde las sedes sociales, sus piletas y sus canchas a las consolas de videojuegos, los natatorios y gimnasios privados, y la vida en interiores. Pero desde hace algunos años, ese movimiento parece comenzar a revertirse, o por lo menos buscar un nuevo punto de equilibrio. Hoy en día, muchos de aquellos pibes de los ‘80 regresan a sus clubes de origen para poner el hombro, a veces con sus propios hijos, para que aprendan a jugar en equipo -en todo sentido-, viviendo la singular experiencia colectiva de las instituciones sin fines de lucro.

Desde su punto de vista, esta clase de entidades tiene el potencial para ofrecer un abanico de virtudes formativas, promoviendo la contención, la integración barrial, el compromiso con un objetivo común, el espíritu de superación mediante el entrenamiento y la competencia, las prácticas saludables en el terreno físico y la motivación lúdica que ningún chico debería perder.

Participar en una liga de fútbol infantil, por citar un ejemplo, permite conectarse con realidades sociales, conocer la geografía de la Región, estimula la curiosidad; aún con eventuales imperfecciones y contratiempos, abre la puerta para establecer vínculos que puede ir incluso más allá del núcleo interno de cada plantel.

Andrés de Aquino Vicente es contador, tiene 37 años y trabaja en un firma de telefonía en la capital federal; casado con Valeria, tienen dos hijos:Manuel de siete años y Mateo, de cuatro meses. Con pasado como jugador en el fútbol infantil de la Sociedad de Fomento Polideportivo Gonnet, volvió al redil hace tres años en un doble papel; juega en el equipo futbolístico “senior”, y al mismo tiempo es uno de los coordinadores de las categorías infantiles de la entidad. Sostiene que “los clubes de barrio son en muchos casos una segunda casa, un lugar de contención, de amistad y de esparcimiento, un lugar donde crecer sanos y donde se fomentan valores para toda la vida”.

“Los clubes son una segunda casa, un lugar de contención, de amistad y de esparcimiento”

“Arranqué acá a los 8 años, jugué hasta la adolescencia, y después de veinte años volví en 2015” repasa Andrés: “pero el sentido de pertenencia nunca dejó de ser muy fuerte; en la actualidad muchos de mis amigos han pasado por el club”. De aquellos tiempos, recuerda que “allá por 1988 íbamos caminando a la canchita de 19 y 484 con mi papá Marcos y mi hermano Marcelo; eran unas treinta cuadras, pero siempre valía la pena volver. Recuerdo a todos esos compañeros de la categoría ‘80 dirigida por el gran Manuel ‘Micky’ Panizza con gran cariño”.

“Volví en 2015 con mi hijo mayor, Manuel, y me solía quedar visualizando eso tan lindo que le tocaba vivir a él y por lo que alguna vez había pasado yo también” señala De Aquino: “cuando su entrenador, el “Guti” Fernández Gnazzo, tuvo que dejar el club para dedicarse al fútbol profesional, el presidente Marcelo Lulkin, que es ex jugador de la categoría ‘79, actual jugador de la senior y amigo, me ofreció dirigir la 2010/11. Acepté con todo gusto, para mí es un poco ayudar a la institución en la que me había sentido feliz durante tantos años, y aportarle desde mi humilde lugar. Ahora compartimos la coordinación de la 2010 con Carlos Mengarelli y Pablo Ramos Tau”.

“Veo a los clubes de barrio, donde casi todo se hace a pulmón y con el objetivo de poder seguir albergando ilusiones, como formadores de personas; no sólo se aporta en el aspecto deportivo, se hace hincapié en la solidaridad, compañerismo, esfuerzo, tolerancia y respeto; esos valores son primordiales y ofrecidos en etapas tempranas, creemos que a futuro terminan modelando a las personas” resume Andrés, quien comparte el plantel “senior” que compite en la Liga Amateur Platense con “viejos amigos como Nicolás Costi, Alex Meckert, Maximiliano Aguerre y Francisco Bianchi”, entre otros.

De acuerdo con un trabajo desarrollado en 2013 por la cátedra de Metodología de la Investigación en Educación Física (Facultad de Humanidades-UNLP), así como los clubes de barrio pueden ser lugares “donde en la aparente práctica aséptica de la enseñanza de deportes o juegos (...) se vivencian ciertos ejercicios de poder, donde también se reproducen y consolidan desigualdades sociales y/o de género”, también pueden representar lo contrario:lugares “de esparcimiento y de experiencias de lo colectivo (...) donde los sujetos buscan su alteridad y ser aceptados y reconocidos a través de su esfuerzo individual y colectivo (...) lugares que resisten a ciertos valores dominantes y donde los sujetos pueden recurrir en busca de lo comunitario, de la solidaridad y de una competencia regulada o limitada por otras normas o valores que están en lo recreativo o lo lúdico”.

El informe, firmado por Alejo Levoratti, Marco Maiori, Daniel Zambaglione, Gerardo Fittipaldi y Matías Cañueto, relevó más de un centenar de clubes locales, su historia, dinámica, evolución y necesidades, y concluye que “son instituciones donde la política se presenta tanto en la forma de la naturalización y reproducción a un orden social dominante, como donde es posible plantear una política de transformación y crítica a lo dominante como de construcción de la alteridad y respeto a las diferencias”.

SU LUGAR EN EL MUNDO

Ada (10) pertenece a los planteles de hockey infantil de la Asociación Coronel Brandsen, la tradicional entidad de 60 entre 23 y 24. Y sus padres, Paula Tettamanti y Ariel Berrondo, están “felices” de pertenecer a ese club de barrio desde hace dos años, sobre todo porque una experiencia previa no resultó como esperaban. “La primera aproximación que habíamos tenido con Adita a un club fue en Estudiantes de La Plata; la mandábamos a la colonia de vacaciones. Pero es una institución más grande, y en esa escala nos resultó un tanto fría a nivel social... Nosotros somos de La Plata, pero cero club; no pasamos nuestra infancia en ninguno. Entonces, cuando a Ada le empezó a interesar el hockey, buscamos una entidad del barrio, en principio para que no nos quedaran lejos los entrenamientos”.

“En Brandsen no conocíamos a nadie, pero se armó un grupo de chicas y de padres muy lindo; es un ambiente re-familiar” describe Paula: “y es así en todas las categorías, no en el grupo de Ada en particular. Claro que es un club humilde, con varias necesidades; por ejemplo, ahora hay que hacer de nuevo la cancha en la que juegan las chicas; pero es eso, quizás, lo que fortalece los vínculos... Se arman rifas, se hacen matinées, se trabaja en conjunto para lograr objetivos. Eso es bárbaro”.

Ada va dos veces por semana a los entrenamientos y los fines de semana juega. Los padres se quedan, en su mayoría, a verlas entrenar y se arman mateadas, con charlas y anécdotas. El club es el club de las nenas, pero también de los grandes. “Hasta ahora, no me había pasado nunca: ni con grupos del jardín ni de la escuela. Pero en el club es diferente. Compartimos muchas cosas. Se hace un viaje por año; los padres vamos a otro hotel que las nenas. El año pasado fuimos a Necochea con otros matrimonios, y parecíamos amigos de toda la vida. Además, se hacen comidas, asados de fin de año. Se comparte un montón, alrededor de un gusto deportivo de las chicas. A nosotros nos encanta y además ellas están cada vez más integradas y entusiasmadas. Hasta van un día más al club por semana a tirar penales o practicar otras cosas y van juntas a la matinée, a los encuentros para su edad. Estamos muy contentos de pertenecer a este club; nos da muchas alegrías”, concluye Paula.

Las esforzadas jornadas de entrenamiento, los éxitos y fracasos en partidos y torneos, las anécdotas y los códigos compartidos son el adn de la vida club, generando amistades y potenciando afinidades que pueden refrendarse con el contacto asiduo o el reencuentro después de décadas. Si bien siempre fueron vecinas del barrio, Juliana Vigo (32), Luciana Bielevich (30) y Ana Laura Urrutia (34), se consolidó entre trompos, palomas y axels en la pista de patín del Club Universal, de 25 entre 57 y 58.

Allí vivieron muchos años de prácticas y competencias, y formaron una “hermandad” que hoy conservan, más de 25 años después. “Antes compartíamos entrenamientos, juegos... hoy compartimos la vida, todos los días”, dice Ana, que es madrina de Gaspar, el hijo de Juliana, y que asegura que “gracias al deporte, a la vida en el club, tenemos un grupo de amigos de oro”.

En la infancia y la adolescencia, las chicas compartían cumpleaños y malones con los jugadores de básquet del club, algunos de ellos hermanos o primos. “Íbamos a los partidos, ellos a las competencias, nos pasábamos todo el día en el club. Una época hermosa, que por suerte hoy se prolonga en un vínculo casi de familia; aunque ya no vivamos en el barrio, nos vemos siempre”, agrega Ana, confesando que de vez en cuando, se calzan los patines y se van a dar unos saltos al club. “Nos reímos mucho; ¡ahora somos veteranas...!”.

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