Incidente estudiantil que permite extraer valiosas conclusiones

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La reacción de alumnos del Colegio Nacional que denunciaron a través de carteles caseros, pintadas y redes sociales un supuesto caso de abuso sexual por parte de un compañero hacia dos chicas de la misma institución, que habría ocurrido en una fiesta realizada entre los cuartos, quintos y sextos años en un lugar del camino Centenario, constituye –en el contexto de un episodio repudiable- una nota positiva que conviene remarcar.

Así también, siempre sobre la base de lo informado y de lo que se reflejó posteriormente en este diario, merece mención la actitud de las autoridades del tradicional colegio y de la propia familia del chico imputado, que de inmediato comenzaron a trabajar sobre el tema y la decisión adoptada en el sentido de que la comunidad educativa aborde cuestiones sobre esta materia, que van más allá de las características del caso particular.

Ciertamente, tal como suele ocurrir a lo largo del año y no tan sólo durante las celebraciones del inicio y el fin de los ciclos escolares, muchas fiestas estudiantiles suelen caracterizarse por desbordes impropios, tales como lanzamientos de poderosos petardos en horas del amanecer, destrozos en los frente del establecimiento educativo y de propiedades privadas o reyertas en la vía pública, en situaciones que, sumadas a la gravísima presunción que tales desbordes, en ocasiones, vienen acompañados por el consumo de alcohol y drogas, dejan en evidencia las conductas desmedidas en las que suelen incurrir algunos jóvenes.

Sólo por dar un ejemplo, corresponde aquí reseñar que, en los últimos años, surgió la modalidad de festejar el llamado “último primer día” por parte de los alumnos de 6to año, en celebraciones que dieron margen a desórdenes e incidentes. En algunos de esos casos, no pocos estudiantes se mostraron alcoholizados y víctimas de una suerte de descontrol ajeno a quien pretende ingresar luego a las aulas para iniciar su aprendizaje.

No se trata de cuestionar cualquier acción estudiantil destinada a dar lugar a expresiones de alegría y pasión, característicos de la edad juvenil. Pero sí corresponde formular advertencias cuando se presentan situaciones negativas, que pueden afectar a terceros o que se traduzcan en transgresiones a elementales normas de convivencia.

Lo concreto es que las crónicas reiteradas por el diario en los últimos años, destinadas a reflejar los diversos festejos estudiantiles, dejaron a las claras que suele desatarse una suerte de rutina de grescas, destrozos e incidentes, absolutamente impropia para un ámbito educativo.

Es verdad que la sociedad muestra hoy, a profusión, niveles de violencia y conductas descomedidas, en algunas oportunidades casi promovidas como “modelos” a imitar. Pero, justamente, la educación consiste también en eso: en no dejar que prevalezcan criterios permisivos –responsabilidad que no sólo atañe a los docentes, sino a los padres- y, por el contrario, en inducir a los jóvenes a conocer dónde se encuentran los límites y en comprender la importancia de que se capaciten como personas valiosas y útiles para la convivencia social. Y en ese sentido es que se aplaude la rápida reacción del Colegio y su comunidad para cortar de raíz toda situación que conlleve una situación de abuso.

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