La aventura de ser papá cuando la vida pone a prueba la voluntad y el amor

Desde una adopción solo hasta a la búsqueda de un vientre y la necesidad a cualquier costo de darle a los hijos una vida mejor, la paternidad se abre caminos impensables para hacerse realidad

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Nicolás Maldonado

nmaldonado@eldia.com

Un artículo publicado en EL DIA en 1997 fue para Matías Ripoll el punto de partida de su historia como papá. Aunque entonces tenía ya 49 años, estaba soltero y nunca había pensado en adoptar, pero aquel texto que decía que se buscaba una familia para dos hermanos de 2 y 5 años alojados en Casa Cuna le hizo pensar que esa familia bien podía ser él. Fue así que se puso en contacto con el tribunal de Menores a cargo de los chicos y dos semanas más tarde ya iniciaba el trámite de adopción de Cristian y Nahuel. Luego llegaría también Mariana, a quien adoptó cuando estaba por cumplir 3.

Veinte años más tarde, al recordar aquel día que los llevó por primera vez a su casa, Matías no duda en responder lo que sintió: “¡Miedo! -dice-. No tenía ni idea de cómo me las iba a arreglar.”

Lo cierto es que “si bien las cosas no han sido fáciles, siempre pudimos salir adelante juntos”, reconoce Matías (71), quien hoy piensa festejar el Día del Padre con sus tres hijos, dos nietos y un tercero por nacer.

“La vida es un viaje y a mi me tocó conocer a mis hijos así. En ese momento yo estaba por retirarme como coordinador del Hogar Encuentro, donde trabajé durante treinta años, y lo único que tenía era un campito en Los Hornos, pero no lo dudé -cuenta-. Después de tenerlos un tiempo viviendo conmigo en el hogar, me los traje para casa. Y bueno… así empezó”.

Tras obtener la adopción plena, Matías ayudó a cada uno de sus hijos a reencontrarse con sus familias biológicas cuando empezaron a preguntar. “Nunca les mentí sobre sus orígenes y para mí es una de las mayores satisfacciones el haberlos acompañados a descubrir de dónde vienen y quiénes son. Pienso que un padre no es dueño de sus hijos, solamente alguien que los ayuda a crecer. Por eso siempre digo que no hay que tener miedo de adoptar chicos grandes: con acompañamiento y amor nada puede salir mal”.

PAPÁS DE A DOS

Cuando Federico y Pablo se conocieron siendo tripulantes de cabina de una aerolínea en el año 2006, la posibilidad de tener hijos juntos parecía casi imposible de concretar. Por entonces no existía el matrimonio igualitario en Argentina y adoptar un hijo era una posibilidad que sólo podían considerar individualmente, no entre los dos. Con el correr de los años, sin embargo, iba a llegar la ley que permitiría casarse a personas del mismo sexo, y también el nuevo Código Civil, que de algún modo abrió las puertas a la subrogación de vientres a través la figura de la “voluntad procreacional”. Gracias a ello es que en 2014 se convirtieron en papás de Manju.

“Desde que nos conocimos los dos queríamos ser papás pero en ese momento era más complicado y no sabíamos cómo lo íbamos a hacer”, reconoce Federico García (36), quien a falta de otras opciones comenzó anotándose como aspirante a guarda en el Registro de Adopción. “Habíamos completado ya las entrevistas y estábamos en la lista de espera cuando, dada la demora de diez años que había para acceder a un chico, una especialista nos recomendó que considerábamos otra opción”, cuenta.

Esa otra opción era la paternidad por subrogación, mal conocida como alquiler de vientres, una posibilidad que recién comenzaba a vislumbrarse en Argentina y que todavía hoy sólo puede practicarse fuera del país. Fue así que en 2013 se contactaron con una clínica en fertilidad de Nueva Delhi, que los ayudó a convertirse en papás.

“Entre los dos países con más trayectoria en esta práctica, India y Estados Unidos, terminamos eligiendo la India, un lugar que ya de entrada nos maravilló”, cuenta Federico, quien poco después viajó con su ya entonces marido para conocer a la gestante, firmar los papeles y dejar las muestras para el tratamiento de fertilización. Durante los meses siguientes ambos fueron siguiendo el embarazo día a día por internet.

“Para las parejas de hombres hoy sigue siendo mucho más difícil que para las parejas de mujeres procrear un hijo en nuestro país. De hecho no sólo tuvimos que hacer el procedimiento en el exterior sino que nos costó meses lograr inscribir a Manju como hija de los dos”, cuenta Federico, quien aspira a que cada vez sean más las parejas de hombres que se animen a desafiar las dificultades para no renunciar al sueño de ser papás.

PAPá EN BUSCA DE UNA VIDA MEJOR

“Es por ella que estoy aquí, para poder darle una vida mejor”, cuenta Israel Martínez (34) refiriéndose a Ly Isabela, su única hija, de 6. En marzo de este año, acorralado por una crisis social que llevó a que se hiciera “insostenible sobrevivir” en su país, Israel dejó a su mujer y su hija en Venezuela para emigrar hacia Argentina en busca de un nuevo comienzo, una segunda oportunidad.

Con toda una carrera profesional hecha en la industria del petróleo trabajando para PDVSA en su Anzoátegui natal, Israel vendió los dos autos de la familia sólo para costear el pasaje aéreo y los primeros meses de estadía en nuestro país. “Elegí La Plata porque acá estaba mi prima y tenía quien me orientara con los papeles para poder trabajar”, cuenta Israel, quien en sólo dos meses consiguió un empleo en una vidriería y un departamento propio para poder traer a su hija y a su mujer, Liribeth.

Fue precisamente en su lugar de trabajo donde hace unos días se enteró que este domingo en Argentina era el Día del Padre también. “En Venezuela también se celebra el tercer domingo de Junio pero esta va ser la primera vez que lo pase aquí”, dice pensando acaso en su propio padre quien, al igual que su mamá y sus hermanos, quedaron en su país.

Debido a un proceso hiper inflacionario que llevó el valor del dólar de 200 bolívares el año pasado a cerca de 2 millones en la actualidad, la situación económica de muchos venezolanos como Israel se ha tornado imposible de sostener. Y es que al no poder importar insumos por el costo del dólar, muchas empresas cerraron o dejaron de producir. De ahí que no sólo resulta muy difícil conseguir medicamentos sino hasta una caja de arroz. En medio de esa crisis el año pasado se radicaron en Argentina 31.167 venezolanos, tres veces más que en 2016.

PAPA DOS VECES POR DONACIóN

Podría decirse que José Imás le dio la vida dos veces al mayor de sus cinco hijos, Juan (34): la primera al gestarlo, la segunda, hace unos años, al donarle un riñón. Por una nefropatía que le diagnosticaron cuando tenía 13 años, Juan Imás fue perdiendo gradualmente su funcional renal hasta que 2008, cuando estaba arrancando una carrera en la Policía, sus riñones dejaron finalmente de funcionar.

“En el último tiempo ya venía muy mal. Aunque estaba bajo tratamiento se descomponía constantemente, había perdido la fuerza y ya casi no podía trabajar. Llegó un punto que tuvieron que internarlo y fue en ese momento que los médicos nos explicaron que iba necesitar un trasplante de riñón. Me acuerdo que estábamos con mi señora junto a su cama y los dos nos ofrecimos en el acto para donárselo, pero después de hacernos unas preguntas básicas decidieron que el donante podía ser yo”, cuenta José.

Tras confirmar con estudios específicos la compatibilidad entre ambos, el trasplante -uno entre los más de trescientos renales que realiza el CUCAIBA cada año- tuvo lugar el 25 de noviembre de 2010 en el Hospital San Martín. Y aunque para Juan constituyó el pasaporte a una vida nueva -en la que yo no necesitaría volver someterse a diálisis tres veces por semana- para su papá fue “un trámite” del que asegura que casi no se enteró.

“Si bien siempre me cuidé la salud, después del trasplante no cambió nada para mí. Sigo comiendo normal, como siempre, hago deportes tres veces por semana y a veces, si no lo cuento, ni siquiera me acuerdo que tengo un solo riñón. Por eso es que siempre trato de contarle mi experiencia a todo el mundo, porque para mi realmente no fue nada y a mi hijo le permitió hacer una vida normal”, dice José al asegurar que de no ser porque ahora le queda uno solo, “lo volvería a hacer”.

DE VUELTA A LAS ISLAS COMO PAPá

Cuando en 2007 volvió a Malvinas junto a otros ex combatientes de La Plata, Germán Bonnani entendió que sólo le faltaba una cosa para cerrar esa dura experiencia que le tocó vivir: llevar alguna vez a sus hijos a que conocieran la posición donde peleó. Tras planearlo durante años, pudo finalmente cumplir su sueño hace poco menos de un mes, un regalo anticipado por el Día del Padre que él mismo se dio.

Uno de entre los cientos de conscriptos que salieron del Regimiento 7 de La Plata rumbo a la guerra en abril de 1982, Germán, que entonces tenía 19 años, integró la Compañía C, que combatió al pie de Monte Longdon en un valle conocido como Wireless Ridge. Fue en esa posición, metido en un pozo de zorro junto a sus compañeros, donde pasó dos meses soportando el frío y el hambre hasta que el fuego de artillería y el avance de las tropas británicas forzaron la rendición.

“Nunca fui de guardarme esa parte de mi vida con mis hijos. Desde chiquitos me mostré abierto a contarles todo lo que quisieran saber: me preguntaban desde qué hacia al levantarme y cómo era hacer guardia hasta cómo fue cuando nos empezaron a bombardear. Y yo les contaba lo que podía según iban creciendo. Por eso es que me interesaba tanto que ellos mismos vieran ese lugar del que siempre les hablé”, explica Germán.

Como han hecho tantos ex combatientes lo largo de estos años, a medidos de mayo pasado Germán volvió a las Islas acompañado por dos de sus tres hijos, Sebastián (28) y Ayelén (29), ya que el mayor, Martín, no podía viajar por un compromiso laboral. Y lo primero que hizo al pisar las Islas fue ir en busca de aquel pozo que alguna vez fue su hogar. “No me costó nada encontrarlo. Para mi fue una experiencia inolvidable compartir eso con ellos. Nos quedamos un rato largo junto al pozo y volví a contarles todo lo que había vivido ahí -dice-. Pero esta vez mostrándoselos”.

Matías, a los 71 años, hoy festeja con sus tres hijos, dos nietos y un tercero por nacer

Juan Imás le dio la vida dos veces a su hijo Juan: al gestarlo y luego, al donarle un riñón

 

 

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