Buscando el fresco en Roma, en pleno verano y con mucho calor
Edición Impresa | 3 de Junio de 2018 | 07:51

Por CHRISTOPH DRIESSEN
Para el turista que visita Roma en pleno verano, cuando la temperatura a la sombra puede alcanzar los 35 grados, casi no hay nada más agradable que refrescarse. Lo mismo vale para los animales en el zoológico Bioparco, situado junto al parque Villa Borghese.
En el zoo hay dos focas grises originarias del frío Atlántico Norte. A veces es necesario cambiar el agua de su piscina. Cuando llega el agua fresca, las dos focas no caben en sí de alegría: una y otra vez se lanzan a la superficie del agua y se dejan caer placenteramente. Puro deleite.
Esta es precisamente la clave para pasar unas inolvidables vacaciones de verano en Roma: sudar es inevitable, pero una Cola muy fría o un cremoso helado Amarena lo compensan todo porque en estas circunstancias saben dos veces mejor. De esta manera, las vacaciones en Roma pueden ser una delicia, aunque el asfalto eche humo.
Sin embargo, tarde o temprano llega el momento en que uno se sienta sin fuerzas en un café callejero. El sudor corre por todo el cuerpo, la camiseta está empapada. Y en la mesa de al lado está sentado un italiano vestido con traje que luce muy limpio en medio del calor sofocante. ¿Cómo lo consigue? Será su misterio.
Sin embargo, hay algunos trucos que el turista puede aprender de los nativos. El primero y el más fácil es, desde luego, levantarse temprano. A las seis de la mañana uno puede disfrutar en solitario del ballet de los dioses marinos y las ninfas en la Fontana de Trevi. Una experiencia especial. En cambio, cuando el sol está en el cénit, es mejor retirarse al cuarto de hotel.
Y después llega la noche, que lo compensa todo. El sedoso aire nocturno refuerza una atmósfera de expectativa indefinida. Por ejemplo, la alegría previa a una cena a cielo abierto.
AL AIRE LIBRE
Desde siempre los romanos comen en verano al aire libre. La Plaza de España se convierte en el escenario de vendedores de rosas, guitarristas y pintores callejeros. Es un gran teatro urbano. Y cuando las cocinas cierran a medianoche, es hora de buscar una heladería. Muy famosa es la “Gelateria Giolitti”. La clientela es tan variada como el surtido de helados.
Otra recomendación en verano es evitar de día las grandes plazas y en su lugar caminar por los callejones del centro histórico. Además, en Roma hay unas 2.500 fuentes gratuitas, antiquísimas y preciosas, que los romanos llaman “nasoni” (narizones). El agua corre incesantemente. No hay grifos para cerrar el flujo. La calidad del agua es excelente. Por esta razón, los romanos no entienden a los turistas que llevan cargando pesadas botellas de agua o que pagan en algún comercio ambulante un euro por una botellita.
Un lugar ideal para tomar el fresco es Villa Borghese, un gran parque donde uno puede deambular, montar a caballo o tumbarse en el césped, además de ir en barco en un lago con una isla artificial en la que se alza un antiguo templo pintoresco. No es más que una réplica de un templo de 1786, pero esto no se ve en las fotos de recuerdo.
Quien se quede más tiempo en Roma debería sin falta hacer una excursión a los alrededores de la ciudad, como también lo hacen los propios romanos. Un bonito destino con mucha sombra es el Parque de los Monstruos de Bomarzo, situado a alrededor de una hora y media en coche de Roma.
El parque es desde cualquier punto de vista un cambio agradable, también porque está situado al margen de las grandes rutas turísticas.
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