Nuestro próximo destino

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DIEGO BAGÚ
Director de Gestión Planetario Ciudad de La Plata

El ruso Konstantín Tsiolkovsky (1857-1935), padre de la astronáutica, acuñó una frase memorable: “La Tierra es la cuna de la Humanidad; pero uno no puede vivir en la cuna para siempre”. Nuestro inocultable deseo interior de viajar al espacio no comenzó con Konstantín y otros pioneros, sino mucho antes. El interés por las estrellas nació en el preciso momento en que el primer australopithecus carnívoro elevó su mirada al cielo oscuro de la sabana africana para preguntarse sobre ellas. A partir de ese instante, tan sólo a paso de hombre hemos explorado continentes, y con frágiles navíos, hemos navegado peligrosos y misteriosos mares con el fin de conquistar lugares extremadamente alejados del mundo “oficialmente conocido”. El vuelo espacial era -y es- un paso inevitable más en la aventura humana. Somos exploradores por naturaleza. Lo llevamos en nuestros genes. De hecho somos, literalmente, materia estelar. También es muy cierto que no hemos explorado sólo por la experiencia en si misma; lo hemos hecho para sobrevivir.

 

 

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