Personas maduras
Edición Impresa | 2 de Septiembre de 2018 | 07:33

Por DR. JOSE LUIS KAUFMANN
Monseñor
Queridos hermanos y hermanas.
La madurez es una realidad difícil de alcanzar: hay personas maduras a los veinticinco años de edad, pero también hay quienes a los ochenta años no alcanzaron la madurez necesaria.
Sin embargo es un tema recurrente y algunos tienen la capacidad de hacer verdaderas piezas de arte literario para hablar de la madurez humana, aunque ellos mismos sean “grandes” inmaduros.
En la persona humana, la madurez se identifica necesariamente con la vivencia en profundidad de las virtudes fundamentales. Nunca será maduro el que no es virtuoso; pero como la práctica de las virtudes se ha ridiculizado por no pocos y parece pertenecer más a lo mítico, seguirá en creciente y significativo aumento la inmadurez de varones y mujeres, y la crisis moral ahondará sus raíces.
Tengo para mí que no es necesario demostrar la falta de madurez elemental en los dirigentes políticos, educativos, laborales, religiosos... ya que así como al árbol se lo conoce por sus frutos (cf. Mt. 12, 33), mucho más al ser humano. Y el estado decadente de la sociedad – que se hace palmario en una cultura cada vez más denigrable – evidencia que no existen suficientes varones y mujeres capaces de aunarse para construir y afianzar una civilización más solidaria, que permita revertir la actual situación. Además, si los mayores, los dirigentes, no tienen la madurez suficiente, difícilmente puede pedírsela a los jóvenes, que se están formando con el anhelo de ser artífices de una sociedad más digna.
“Nosotros anunciamos a Cristo, exhortando a todos los hombres e instruyéndolos en la verdadera sabiduría, a fin de que todos alcancen su madurez en Cristo.” (Col. 1, 28)
Ni hablar de la proliferación de la hipocresía, que es la peor enfermedad de los inmaduros, ya que fingen una cosa siendo todo lo contrario.
Los frutos básicos de la madurez de toda persona adulta son la humildad, la prudencia, la justicia, la fortaleza, la templanza, la honestidad, la verdad y – sobre todo – el amor. Quienes no viven – al menos – estas virtudes, tienen una vida estéril e inútil, cuando no perjudicial a sus semejantes.
Estas verdades, aunque simples, no dejan de producir cierta resistencia, ya que la inclinación natural de las personas humanas es más bien proclive a lo fácil. Se necesita poseer una dimensión más trascendente para aceptar el esfuerzo, la exigencia, el coraje de emprender una vida virtuosa.
Además, teniendo la dicha de ser cristiano y anhelando que todos lo sean, no puedo dejar de proclamar que la excelencia de la madurez se alcanza solamente en Cristo, el Señor. Así lo afirma san Pablo: “Nosotros anunciamos a Cristo, exhortando a todos los hombres e instruyéndolos en la verdadera sabiduría, a fin de que todos alcancen su madurez en Cristo.” (Col. 1, 28)
Pero, llegar a esa madurez – para los cristianos – no exime de dificultades, como sugiere el apóstol Santiago al comienzo de su carta: “Alégrense profundamente cuando se vean sometidos a cualquier clase de pruebas, sabiendo que la fe, al ser probada, produce la paciencia. Y la paciencia debe ir acompañada de obras perfectas, a fin de que ustedes lleguen a la perfección y a la madurez, sin que les falte nada.” (1, 2-4)
Es necesario fomentar la inmadurez, no con fomentos, sino con hechos de coherencia, de honorabilidad, de sensatez, de dignidad, de respeto, de amor.
¡Que hermoso sería el mundo si todos fueran realmente maduros!
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