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Tevé en loop: por qué miramos las mismas series una y otra vez

A pesar de que nunca tuvimos tantas opciones en la pantalla, solemos ir siempre a “lo seguro”. ¿Qué pasa?

Tevé en loop: por qué miramos las mismas series una y otra vez

“Friends”, una de las series más revisitadas: volver a lo conocido hace bien, dice la ciencia / web

Pedro Garay

Pedro Garay
pgaray@eldia.com

11 de Enero de 2019 | 04:01
Edición impresa

La tevé de aire. Canales de cable casi infinitos. Señales dedicadas a series y películas. Y claro, Netflix, con su catálogo interminable y sus viernes de “novedades” que inundan la pantalla: vivimos en una era donde la máquina de la cultura pop está exacerbada, con decenas de nuevos contenidos para mirar cada día. 2018 fue el año récord de producciones televisivas en Estados Unidos, y 2019 volverá a romper la marca.

Y sin embargo, muchos encendemos el televisor a la noche, tras un largo día de trabajo, y “vamos a lo seguro”: repasamos hasta dormirnos capítulos de “Friends”, bailamos de alegría por enésima vez con la musiquita de “Tienes un e-mail”, repetimos los diálogos de memoria de “Cuando Harry conoció a Sally”. Durante algunos períodos nos ensañamos con alguna película o serie, y luego pasamos a la siguiente, mientras sumamos a “mi lista” cosas que probablemente nunca veamos. Por nuevas.

Es cierto que siempre existieron las relecturas y las obsesiones. De hecho, volver a leer es una práctica indispensable para los lectores ávidos, que permite descubrir detalles y, al saber las intenciones finales del autor, desentrañar la matriz de la narración, cómo se construye el suspenso, la historia. Y volver a ver clásicos de cine y televisión sin lugar a dudas permite releer también esas obras, pero hay algo en los hábitos de reconsumo del siglo XXI que asoma casi opuesto: más que prestar atención a los recovecos de la construcción de la ficción, volvemos a lo mismo para apagar el cerebro, desconectar nuestra atención y entregarnos a lo familiar.

Porque lo familiar requiere menos energía mental para procesar. Y además, es un reencuentro con personajes con los que, explican estudios psicológicos, hemos desarrollado incluso afecto a través de la repetición. Estos estudios llaman al proceso que nos hace preferir aquello que ya conocemos como “el efecto de la mera exposición”. Algunos incluso trazan explicaciones desde el punto de vista evolutivo: si ya atravesaste cien veces la misma puerta y sabés que hay detrás, ya no te preocupás por si hay un depredador detrás.

Esta explicación psicológica es la base del éxito del cine de género: nos entretenemos con más facilidad cuando intuimos el camino, conocemos la matriz de lo que se nos está narrando, no tenemos que estar adivinando las reglas del mundo, el código de ese lenguaje, a cada paso: y si procesamos con menos esfuerzo un contenido tendemos a pensar que es “mejor”. Netflix lo descubrió con los años: en 2017 bromeó sobre los usuarios que miraban durante varias semanas consecutivas, al menos una vez al día, sus películas navideñas, pero al año siguiente el servicio on demand colmó la pantalla durante las Fiestas de propuestas románticas con clímax en los 25 de diciembre. Saber lo que va a ocurrir reconforta al espectador, que sabe lo que va a sentir al final del filme, y que para incertidumbre ya tiene el mundo real. ¿Quien necesita la ansiedad de no conocer el desenlace (y a veces llevarse sorpresas desagradables) cuando se vive todo el día, en el mundo real, con esa misma ansiedad?

El fenómeno excede al cine y al tevé. Los musicólogos estiman que de cada hora que pasamos escuchando música, 54 minutos son destinados a canciones que ya escuchamos. Estudios sociológicos explican cómo debido a la tendencia al status quo, a la inercia, tendemos a repetir nuestras decisiones: el costo de tomar una nueva decisión es mentalmente agotador. Es el motivo por el cual el 90% de la humanidad está descontenta con su trabajo, su pareja, su vida en general, pero pocos consiguen modificar su rumbo.

Nostalgia terapéutica

Un panorama desolador, ¿verdad? No tanto: este uso del entretenimiento es terapéutico, afirman Cristel Antonia Russell y Sidney Levy, autoras de un estudio sobre el reconsumo. Nuevos libros, películas, series, pueden traer nuevas emociones, pero pueden también decepcionarnos; nuestra vieja biblioteca de favoritos nunca decepciona, es una forma eficiente de sentirnos bien y, al aportar paz mental y predictibilidad, funciona también como una forma de regular las emociones: ante un día de perros, nada mejor que recostarse sobre algo que, sabemos, nos hará sentir bien. “No hay nada que Harry Potter no cure”, dice un popular meme, con razón.

Por eso la nostalgia, sabe y aprovecha Hollywood hoy, se siente tan bien. Y más aún, porque regresar a aquello que nos hizo feliz en el pasado dispara recuerdos felices sobre nuestra propia historia, al punto de que algunos estudios sobre la nostalgia identifican que la exposición a músicas emocionalmente significativas aumenta el calor corporal (y hasta algunos investigadores han usado el poder de la nostalgia ligada a recuerdos biográficos como una forma de tratar Alzheimer y demencia: a través de músicas especialmente significativas para los pacientes, ciertas terapias buscan reconectar a la persona con el mundo).

Y el estudio de Russell y Levy descubrió además que no se trata de una conducta regresiva, de un refugio ulteriormente contraproducente para salir de la depresión: en el trabajo, se cuenta la historia de una mujer que vio varias veces, tras su divorcio, una película de Kevin Costner, y en lugar de sumirla en la tristeza, el recuerdo de su relación fallida a través del filme la empujó a salir adelante. “Pensé que el público consumía estas cosas por nostalgia, para volver al pasado, pero encontré que en realidad estaban mirando hacia adelante”, afirmó Russell sorprendida.

Arte terapéutico: una historia de larga data pero que ahora, exacerbada por la sencillez que propone Netflix para acceder a un contenido (¡ni siquiera hay que buscar entre una pila de DVDs!), se convierte en un hábito masivo. Y, como todos los nuevos hábitos, plantea un nuevo problema en los hogares, luego de que Netflix ya amenazara varias parejas con la necesidad de ser “fiel” al compañero mientras se mira una serie. Ahora, muchas parejas pelean porque no todos buscan identificación o paz mental en la ficción; otros (o ellos mismos, pero en otro momento) quieren explorar nuevos mundos, nuevas historias, nuevas gramáticas que incluso se escapen a las formas que son familiares, que los desafíen. Vuelve así la lucha por el control remoto: ¿quién decide que vemos esta noche? ¿Escuchamos las necesidades de nuestra pareja, o perseguimos nuestro deseo?

Saber lo que va a ocurrir reconforta al espectador, que para incertidumbre ya tiene el mundo real

 

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