Inexplicable estado de las veredas de los edificios públicos

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Un informe publicado en la edición de ayer permitió conocer referencias sobre el ruinoso estado que presenta la mayoría de las veredas de los edificios públicos de la Ciudad que, sumadas al similar panorama que ofrecen las pertenecientes a propiedades privadas, dejan a la vista, una vez más, la imperiosa necesidad de que La Plata encare un plan integral de reparación de sus veredas, obligándose a cada una de los propietarios –sean propietarios particulares u organismos del Estado- a realizar las obras necesarias a su costo, tal como les corresponde en base a las ordenanzas vigentes.

Lo cierto es que, tal como se señaló en ese informe, si se estableciera un ranking de las peores deficiencias urbanas de La Plata, nadie dudaría en colocar el estado de las veredas entre los primeros puestos de la lista. Y eso es porque no hay cuadra donde no se encuentren destruidas en muchos de sus tramos, lo que no solamente afea por completo el paisaje de una ciudad sino que además lo vuelve intransitable, sobre todo para la gente con problemas de movilidad, los adultos mayores o los padres que trasladan bebés en cochecitos.

Sin embargo, lo que llama la atención y resulta inexplicable es que buena parte de las veredas en malas condiciones son pertenecientes a los numerosos edificios públicos que cuenta la Ciudad y varios de ellos catalogados dentro del patrimonio de la arquitectura platense. A pesar de ese rango, que les otorga un particular valor, se muestran, desde su acceso, muy deslucidos.

Las veredas de la Legislatura bonaerense en pleno centro; las de la sede central del ministerio de Seguridad (antes jefatura de Policía), absolutamente rotas como ocurre sobre el frente de calle 3 entre 51 y 53); las del Pasaje Rocha sobre el frente de 50); las del Banco Provincia y de la sede de la dirección de Cultura y Educación, ellas son sólo parte de los distintos ejemplos de edificios públicos que no renuevan el embaldosado de sus veredas. Un sitio por demás emblemático, como lo es la basílica San Ponciano (primer templo levantado en la Ciudad) muestra su acceso devastado y a todos esos casos deben sumarse decenas de escuelas y de jardines de infante, varios hospitales públicos, dependencias judiciales, comisarías y las muy transitadas terminales de trenes y ómnibus.

De acuerdo con el último relevamiento realizado en la órbita de la Comuna, de hecho, una de cada cinco veredas rotas corresponde a dependencias oficiales. Existe una ordenanza, la 10.681, que obliga a construirlas y conservarlas a cada frentista, con la sola excepción de cuando haya sido deteriorada por trabajos realizados por la Municipalidad y/o empresas contratistas de trabajos públicos o privados”. En el caso de los edificios públicos, se sabe, el frentistas es el Estado y según sea la función que cumpla la dependencia la responsabilidad le puede caber al Municipio, la Provincia o la Nación.

Se ha dicho también, ya en reiteradas ocasiones que, si se impulsara un plan integral de reparación de veredas, el efecto multiplicador propio de toda obra –en este caso, de muchísimos emprendimientos similares- se reflejaría en beneficios para la actividad económica general. Por otra parte, la Comuna cuenta con la posibilidad de ofrecerle ventajas a los frentistas, en lo concerniente a sistemas de financiación que pueden acordarse en cada caso.

El estado de las veredas de cualquier ciudad constituye, acaso, el testimonio más directo e inmediato del esmero que ponen las administraciones municipales en su mejor cuidado. “Tiene las veredas muy rotas y descuidadas”, suele ser uno de los dictámenes reprobatorios que formulan los observadores. En ese contexto, entonces, debe decirse que La Plata merece una nota baja y que, cuanto antes, debe levantar tan lamentable calificación.

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