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“Los fuegos internos”: el arte de salir del manicomio (con una ayudita de tus amigos)

Un documental platense relata en primera persona la lucha por externarse de tres usuarios del Hospital Alejandro Korn

“Los fuegos internos”: el arte de salir del manicomio (con una ayudita de tus amigos)

“Los fuegos internos”, desde mañana en el Cine Gaumont

11 de Diciembre de 2019 | 04:02
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Daniel, Miguel y Germán se internan en un psiquiátrico: allí, a pesar de llevar una vida arrasada, forjan una amistad, y encuentran en el arte y el amor una salida a medida de cada uno: esa es la premisa de “Los fuegos internos”, documental que procura narrar en primera persona, desde el punto de vista de usuarios y usuarias del Hospital Dr. A. Korn de Melchor Romero que se están externando, las crisis subjetivas, la internación, la tensión, y la potencia y solidaridad necesarias para salir.

Esa potencia es el “fuego interno” que late en cada usuario, y que el hospital, relatan los protagonistas del filme que se estrena mañana, en el porteño Cine Gaumont (se verá al menos hasta el próximo miércoles, a las 19.45), a menudo apaga: en el caso de los protagonistas, el arte y la amistad se ofrecen como combustible a ese fuego.

La película, que se vio en La Plata hace tres semanas, en el marco del Fesaalp, y que recibió una mención en la competencia La Plata Filma, es dirigida por Ana Santilli Lago, Ayelén Martínez, Laura Lugano y Malena Battista, que se conocieron cursando Antropología en la UNLP; y en el marco del El Cisne del Arte, un espacio de producción cultural coordinado por Laura Lago (productora de la película), que nace en 2006 “de un deseo, y fue enlazándose con deseos de otros”, dice Lago: el deseo era trabajar con los usuarios de Melchor Romero desde el discurso del arte, y alrededor de esos talleres “que son parte del centro de salud mental pero que no fueron propuestos por la institución” comenzaron a confluir distintas personas “y se armó un colectivo” destinado a “usuarias y usuarios que se están externando o están externados, con el objetivo de hacer objetos artísticos”.

Las cuatro directoras se acercaron al colectivo, que ya producía una revista, resultado de un taller de escritura, había organizado muestras de arte plástico y sostenía (todavía sostiene) un programa radial, “rompiendo con la idea del afuera y el adentro”. Pero la idea de filmar no fue suya, sino de Germán, uno de los protagonistas (aunque luego dejaría el proyecto): “Su psicólogo, apelando a un saber previo suyo, que era filmar, le propuso filmar algo. Y pensando en qué se podía filmar, Germán propuso contar la historia de él y de sus amigos, contando cómo se hicieron amigos en el hospital y cómo se apoyaron y sostuvieron su externación”, cuenta Laura Lugano, una de las realizadoras.

Germán trajo la idea al Cisne, que “algo ingenuos”, dice Lugano entre risas, pensaron que existían las condiciones para filmar. Cuando Germán dejó el proyecto, sin embargo, no había nadie que tuviera los conocimientos técnicos, así que, otra vez, el colectivo recurrió a lo colectivo (como los protagonistas) y fue aprendiendo, con paciencia, cómo hacer una película.

Que, después de todo, era uno de los puntos del proyecto: hacer la cinta entre todos. El guión fue escrito con los protagonistas y otros usuarios, buscando “rescatar cómo es vivir en el hospital, cómo eran las rutinas”, antes que imponiendo una visión desde afuera.

La potencia necesaria para lograr la externación es “el fuego interno”

 

Por su trabajo en el campo de la antropología, dice Lugano, estaban formadas “en la escucha, y en rescatar la perspectivas de los actores”, lo que permitió la elaboración de una de las pocas obras cinematográficas que aborda el tema de la locura desde el punto de vista de las personas que atravesaron la internación psiquiátrica.

“Esa era una de las guías hacia donde queríamos que fuera el documental”, afirma Lugano. El filme se corre de lo establecido también (y en parte, como consecuencia de estas decisiones estéticas) de las convenciones del género: es un documental sin “cabezas parlantes”, con recreaciones de momentos y de sensaciones en torno a la experiencia de la locura y la internación, incluidas “sin apelar a la palabra hablada, a la voz en off: queríamos salir del documental clásico para jugar”.

Para ello, antes del rodaje, se analizaron distintos discursos cinematográficos en ciclos de cine y debate. Ese “entusiasmo por el discurso del arte”, es parte del espíritu del Cisne, dice Lago: “La poesía, la metáfora, la imagen, ya circulaban por el Cisne”, producto de años de talleres y trabajo con el arte.

Así, aunque “hubo debates sobre qué íbamos a decir del manicomio”, no hizo falta “caer en algo panfletario”, dice Lugano, porque esas imágenes que aparecen desde las trayectorias de vida de los protagonistas “se denuncian por sí mismas”.

ABRIR MUNDOS

El documental funciona entonces de forma doble. Por un lado, permite a sus protagonistas utilizar el arte como una herramienta para expresarse y transitar su situación. “El arte puede ser un discurso, una modalidad de habitar el mundo, que puede ser, para aquel que se sienta convocado, una forma de tramitar algo que en un corte de la cultura puede verse como lo loco, lo extraño, lo que no encaja, una diferencia que perturba”, opina Lago al respecto. “El arte puede ser una vía para tramitar eso, porque las características de ese discurso incluyen que cada sujeto invente su manera de hacer arte. No es como hacer cepillos”.

Por otro lado, el documental aporta otra mirada a la habitual a los espectadores, abre puertas a la empatía y rompe prejuicios. “No fue un punto de partido sino un punto de llegada”, dice al respecto Lugano. “En el inicio, por el funcionamiento del Cisne, simplemente nos adentramos en un proyecto artístico. Pero contar esas historias necesariamente tiene que ver con contar esos mundos, abrir esos mundos”. Haber podido dar cierre a un producto con calidad cinematográfica, y que se vea en salas, afirma Lugano, puede colaborar a “romper un poco las barreras”.

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