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La Ciudad |Estudiante del Colegio Monseñor Rasore

Valentín, el joven platense que termina la Secundaria con una integración digna de imitar

Nació hace 20 años con Síndrome de Down y hoy egresa junto al grupo de alumnos que lo acompaña desde el Jardín. Sus papás y docentes apuestan a que su caso inspire más experiencias de inclusión “perfecta”. Recibirá su diploma en el Salón Dorado de la Municipalidad

Valentín, el joven platense que termina la Secundaria con una integración digna de imitar

Valentín elmasian, en su casa de los hornos, junto a sus papás y dos de sus hermanas / gonzalo calvelo

Jorge Garay

Jorge Garay
jgaray@eldia.com

16 de Diciembre de 2019 | 01:57
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Tarda en llegar y al final hay recompensa, piensan Matías Elmasian y Sabrina Correa, papás de Valentín, que nació hace 20 años con Síndrome de Down y hoy, en el Salón Dorado de la Municipalidad de La Plata, recibirá su diploma de egreso del Colegio Monseñor Rasore. Lo hará junto al mismo grupo de compañeros con el que compartió Jardín de Infantes y Primaria, completando así un recorrido que es mucho más que la trayectoria escolar de un joven: es, para orgullo de toda una comunidad educativa, el primer caso de integración completa en la historia de la institución. Y la llave que promete abrir la puerta a más integraciones.

Cierta nostalgia, una agridulce sensación entre la felicidad y la tristeza por lo que quedará en el pasado, sobrevolará todo el tiempo en la amplia sala de esta casa de Los Hornos, donde Valentín y familia reciben a EL DIA. El propio egresado lo expresa mejor que nadie: “Estoy feliz, pero triste. Es la primera vez en mi vida que voy a vivir algo así. Es una felicidad que me den el diploma a mí y a mis amigos, a los que jamás voy a olvidar”, sonríe y un brillo le ilumina los ojos cuando dice que esta vez espera no llorar como cuando terminó la Primaria. ¡Cómo se emocionó aquella vez! Ni que hablar cuando, al leer su historia en este diario, Juan Sebastián Verón y Leandro Desábato le regalaron botines y una camiseta autografiada de Estudiantes, el equipo de sus amores. Ahora que termina el Secundario sueña con conocer el flamante estadio de calle 1.

Sería la coronación de un año cargado de festejos: el Último Primer Día, las salidas en grupo, la cena y la fiesta de egresados, esos hitos en la vida de cualquier adolescente que para Valen han significado “puro amor”. Y que ha vivido como una “locura” que atesora “con todo el corazón”.

En sus papás, la “mezcla de emociones” se adivina con apenas mirarlos. “Sentimos mucho orgullo y estamos muy agradecidos: a sus compañeros, a sus familias, al centro educativo especializado Apadim -que trabajó en conjunto con el Rasore- y a todo el Colegio por entender que la integración pasaba por darle una vida más integra, autonomía para desenvolverse en la sociedad, permitiéndole, por ejemplo, incluirlo en otros ámbitos más allá de la escuela. Él hoy es un chico que se moviliza solo en micro”, ilustra Matías, que es odontólogo.

Para Sabrina -empleada administrativa en la Gobernación-, se trata del final de “20 años intensos, al lado de mucha gente que nos apoyó”. La satisfacción del deber cumplido en un camino que tuvo sus dificultades.

“Peleamos mucho para conseguir esto, recorrimos varios jardines, porque cada vez que aclarábamos que tenía Síndrome de Down se nos cerraban las vacantes”, recuerda la mamá sobre el itinerario que empezó cuando quisieron integrar a Valentín en la educación común. Siempre con el seguimiento de Apadim, hizo las primeras dos salitas en el Jardín de Policía, pero ya en la última el desafío fue encontrar un establecimiento que incluyera los tres niveles (Jardín, Primaria y Secundaria). Y lo encontraron: en el Jardín San Ponciano, parte de la institución que integra el Monseñor Rasore, “donde nos abrieron las puertas desde el primer momento”, reconocen.

Comenzaban a edificar el futuro que hoy es una realidad: que el niño creciera dentro de un mismo grupo de compañeros. Esa, precisamente, es una de las enseñanzas que defiende Matías: “Que las familias luchen por la integración en un lugar que incluya todos los niveles, para no tener que cambiar a su hijo de colegio y volver a empezar, con lo que ello implica”.

Pero eso lo sabrían con el tiempo. Mucho antes, Matías y Sabrina tuvieron que aprender a ser padres con la llegada de ese primer hijo, que nació cuando promediaban los 20, la misma edad con la que hoy egresa. Valen, se diría, fue para ellos como una escuela.

“Aprendimos a aceptar con mucho amor aquello para lo que tal vez ningún padre está preparado”, comenta Matías, que también es papá de Felicitas, de 3 años.

Sabrina, que a su vez es mamá de Amparo (5) y Paloma (2), agrega: “Entendimos que teníamos que dejarlo ser, dándole alas de libertad, y no cometiendo el error de tratarlo distinto por su discapacidad”, mientras se detiene en un punto clave para el desarrollo del chico: la estimulación temprana. “A los 20 días -explica la mamá- él ya trabajaba en Apadim con colores, música, masajes y fue decisivo. Los dos primeros años en la vida de un niño son fundamentales”.

Y sin embargo, la integración perfecta no hubiera sido posible sin el equipo de personas nobles que bregó para que el paso de Valen por la escuela fuera un álbum de recuerdos felices. Porque él, subrayan sus papás, nunca estuvo solo.

***

Hay un poema muy citado de Jorge Luis Borges en cuyos versos el autor enumera sencillos actos de personas ignoradas que, asegura, “están salvando el mundo”. La obra se titula “Los justos”. Pienso que una actualización de esas líneas debería incluir a gente como la que acompañó a Valentín en todos estos años: su familia, sus compañeros -sus padres-, docentes y directivos del Rasore y Apadim.

“Estoy feliz, pero triste. Jamás me voy a olvidar de mis amigos”

Valentín Elmasian, alumno del Colegio Monseñor Rasore

Marcela Prada, que es vicedirectora de Secundaria de la escuela de calle 46 desde 2014 -la misma época en la que Valen empezó 1º año-, coincide en que sólo un comprometido trabajo en equipo, decidido a “convertir en fortalezas las debilidades de los alumnos”, puede hacer posible este tipo de integraciones. Y se remite a las pruebas: “Este último año, el más complejo en la Secundaria, fue el de mayor crecimiento, porque cursó a horario completo e hizo todas las materias”. Entre ellas, sus preferidas: Filosofía y Literatura -“me saqué un 9”, celebra él en voz muy baja-.

“Emocionada y orgullosa” por el egreso del alumno, la orientadora escolar Marcela Giménez valora la importancia de la resolución 311/16 del Consejo Federal de Educación, que estableció la promoción, acreditación, certificación y titulación de los alumnos con discapacidad, aunque advierte sobre la necesidad de una mayor formación docente para educar en la diversidad: “Tenemos que capacitarnos para recibir a todos, independientemente de su condición”, dice, y observa como una “vulneración de derechos” que casos como el de Valentín sean una excepción. Él, cómo se dijo, será el primer egresado en completar su integración en el Rasore, donde otros siete alumnos cursan hoy con una propuesta pedagógica para la inclusión (PPI). En la Ciudad, los alumnos integrados son 1.902, menos de la mitad del total de estudiantes con discapacidad. Y en la Provincia son 49.500, el 54 por ciento de los casi 92.000 chicos bonaerenses discapacitados, según datos de la Dirección General de Cultura y Educación.

“Peleamos mucho para conseguir esto. En varios jardines, cuando aclarábamos que Valen tenía Síndrome de Down, se nos cerraban las vacantes”

Sabrina Correa, mamá de Valentín

 

“Yo siempre salía emocionada del colegio, porque Valen era uno más entre sus compañeros y eso no suele pasar”, admite Valeria Palmero, maestra de apoyo a la inclusión (MAI) por Apadim, para quien resulta “increíble” tener una resolución “que es divina en un papel, pero al momento de llevarla a la práctica es difícil y no es tan ideal como se plantea”.

Adriano López Hernaiz, profesor en 3º año (de Construcción de Ciudadanía) y en 6º (de Proyectos de Investigación en Ciencias Sociales) habla de los prejuicios como “principal obstáculo” para abordar situaciones como la de Valentín. Derribarlos, dice, es el primer paso para contribuir a la aceptación propia y ajena.

Cuando Adriano lo conoció, hace tres años, Valentín era muy tímido e inseguro. Fue aquella la época en la que sorprendió a su papá con una pregunta de difícil respuesta: “Íbamos a renovar su carnet de discapacidad -recuerda en su casa de Los Hornos Matías- y me preguntó por qué en lugar de eso los médicos no le quitaban el síndrome. Le costaba aceptarse. Yo tragué saliva pensando qué decir”. A su derecha, Valen lo mira y le sonríe; se recuesta sobre su brazo, lo besa, se abrazan y es imposible no emocionarse con esa escena: “Antes de que pudiera responderle -retoma el papá- me dijo ‘No pasa nada, papá, me la banco’”.

El profe Adriano tendría mucho que ver en el cambio de actitud del joven. Acaso, el hecho fundamental haya sido esa suerte de integración a la inversa que preparó para el cumpleaños 17 del alumno y qué consistió en llevar a todo el curso del Rasore a representar una obra de teatro en Apadim -una idea que pensó en conjunto con Leo Ringer, de La Nonna-, y que Valen protagonizó vestido como El chavo del 8.

La estimulación temprana fue un paso decisivo para el desarrollo de Valentín

“Este año me reencontré con otro chico, con amplias habilidades comunicativas, más integrado, participando de bromas con sus compañeros. Casos como el de él nos demuestran que todo es posible si se construye colectivamente y que ninguna igualdad se puede lograr desde el individualismo”. Adriano habla con conocimiento de causa. El alumno que ingresó al Rasore analfabeto, días atrás selló su paso por el colegio con su firma de puño y letra en el acta de egreso y, antes de despedirse de la escuela, ya tiene proyectos de futuro: se imagina como carpintero -este año, de la mano de su profesor, conoció la escuela de oficios de la Universidad de La Plata- o estudiando Veterinaria -“me encanta jugar con los animales”, subraya sobre ese deseo que hoy canaliza trabajando en una peluquería canina-.

Al final, la cuestión estaba en abrir el corazón a la aceptación. Valentín y “los justos” lo hicieron. Así lo resumió en los últimos días del ciclo lectivo una de sus compañeras: “Ojalá todos conozcan a un Valen en sus vidas, porque te enseña que uno tiene un montón de incapacidades que no se da cuenta y te hace valorar la vida”, dijo en el patio del Rasore, hasta que las lágrimas la interrumpieron y él corrió a abrazarla.

“Nos iluminó a todos, nos hizo mejores, nos deja muchísimo desde lo humano”, enfatiza Adriano, tan conmovido con la historia de su alumno que la incluirá en un libro de entrevistas de próxima publicación. Para dejar por escrito que la integración completa es más que posible y, tal vez, inspirar nuevas experiencias. Está convencido: “Visibilizar estas trayectorias puede ser una esperanza para muchas familias”.

La historia del alumno quedará plasmada en un libro que prepara uno de sus profesores

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